Cuentas a pique
Las empresas tienen que prepararse para una recuperación más lenta
Sin la menor intención de caer en el dramatismo, podría decirse que el segundo trimestre del año 2020 ha sido el peor periodo de la historia de muchas compañías. Los resultados de las empresas cotizadas durante los seis primeros meses de este año acusan unas pérdidas globales de 17.630 millones como consecuencia de la parálisis casi total de la economía en el segundo trimestre inducida por el confinamiento necesario para hacer frente a la covid-19. Para algunas de las grandes, este periodo ha sido el primero en el que registraban pérdidas y para otras, como algunas que operan en el sector turístico, unos meses de pesadilla durante los cuales sus ingresos han sido cero o próximos a cero. Las empresas han vivido una singularidad económica que probablemente no volverá a repetirse en cuanto a intensidad, aunque tendrá consecuencias en las cuentas de resultados para los próximos ejercicios.
Los daños destructivos causados por la pandemia son los que cabe esperar en una situación de caída libre de la actividad. El desplome ha comenzado por las ventas, se ha trasladado a unos ruinosos resultados de explotación (el impacto negativo calculado es un descenso del 75%) y se ha manifestado en un recorte inquietante de los beneficios. Los balances han sufrido por casi todos los conceptos, y no es el menos importante la obligación de poner al día el valor de unos activos seriamente deteriorados; ni siquiera la presencia exterior de algunas compañías las ha salvado del desastre, porque los ingresos generados en el exterior han caído casi tanto como en el interior. La crisis vírica es global. En el caso de los grandes bancos, la presión destructiva sobre los resultados se ha agravado por los requerimientos de provisiones, una medida que tiene consecuencias en la cuenta de resultados a corto pero que protege a medio plazo los parámetros financieros de las entidades.
La singularidad de los resultados empresariales a causa de la pandemia se corresponde con los efectos ruinosos para la economía, nacional y global. Cumplido ya el primer semestre de 2020, es evidente que la covid-19 sigue constituyendo una amenaza real para la economía; los rebrotes y la ausencia de una vacuna indican que la recuperación de la economía va a ser más lenta de lo esperado. La amenaza constante de nuevos periodos de restricción turística o comercial hace temer que el daño de la pandemia a los resultados de las empresas no se limitará al primer semestre; es probable que en los próximos trimestres las ventas sigan afectadas y, por lo tanto, no habrá rebrote de los beneficios que compense el abismo de los balances en el primer y, sobre todo, segundo trimestre del año.
La pandemia está desequilibrando la economía global. Los resultados de las empresas demuestran que el daño es casi total, con escasas excepciones (alimentación, sanidad, farmacia). La evidencia de una recuperación lenta de la actividad obliga a replantear estrategias públicas y empresariales en condiciones más difíciles de lo esperado. Es crucial mantener vivas las líneas de avales y créditos que sostienen el consumo y la actividad de industrias auxiliares y mantener los ERTE como mecanismo de seguridad en el empleo; pero, además, hay que dar el paso hacia políticas más activas de inversión en los próximos trimestres, apoyadas por los recursos procedentes de Europa para generar más demanda y empleo.
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