La letra pequeña
La unidad para combatir los efectos de la pandemia tendría que darse por descontada, la batalla política está en los detalles
Las personas viven como metidas en cápsulas. Ahí dentro llevan sus ideas, cultivan sus prejuicios, se ven trajinadas por sus afectos. Son las crisis sociales y personales las que agrietan esa frágil armadura que les garantiza circular con un relativo equilibrio arrastradas por la corriente de las cosas. El coronavirus vino a tensar esa situación. El miedo se impuso en la zona de las emociones, y por eso seguramente los Gobiernos acudieron a los recursos de la ciencia para lidiar con la pandemia. Los expertos son los que saben, vinieron a decir, así que de su mano vamos a transitar por este desfiladero. No iba a ser así porque son los políticos los que deciden, pero eso fue lo que se nos procuró hacer creer. El teatrillo. Salía un caballero todos los días y recitaba el estado de la cuestión: número de contagiados, muertos, la curva, los nubarrones que se veían al fondo, las recomendaciones de las autoridades mundiales, la batalla por la vacuna. Todo parecía claro aunque estuviera a veces bastante enmarañado. Los científicos estaban aprendiendo cómo se comportaba una criatura extraña, no estaba en sus manos disponer de la solución, la andaban buscando. Prueba y error: muchas veces cambiaron sobre la marcha de criterio. Pero la puesta en escena funcionó bien. Los ciudadanos entendieron que los trataban como adultos y que les explicaban el asunto. Eso sí, hubo quienes arremetieron contra el mensajero. E inmediatamente después surgió un coro de entusiastas para defenderlo.
El Gobierno lleva días aplicándose a fondo para corregir en la medida de lo posible la decisión del Reino Unido de imponer una cuarentena a cuantos regresen allí de España. Así que van a visitarnos menos turistas británicos si, a su vuelta, los obligan a meterse en casa durante una temporada. Y esto, que no vengan, puede convertirse en un grave problema para este país, encharcado ya en una severa crisis económica. Hace poco, sin embargo, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias dijo que tanto Bélgica como el Reino Unido, con esa recomendación a sus ciudadanos de que no se les ocurriera pasarse por aquí, en realidad le estaban quitando un problema a España puesto que “desde el punto de vista sanitario se elimina un riesgo”. Es decir, y por simplificar: mejor que no vengan.
Ya ven, la gestión de esta terrible crisis es así de complicada. Que vengan o que no vengan: habrá argumentos para defender cualquiera de las dos posiciones. Ahora, por lo menos, se ve con más claridad que son los políticos los que deciden. Aquel teatrillo de que mandan los científicos queda suspendido hasta nueva orden.
Lo malo es que los políticos no terminan de hacerlo bien en España. Solo hay una manera de salir de esta crisis con las menores heridas posibles, y es actuando unidos. Europa lo ha comprendido, y ha aprobado un ambicioso paquete económico para enfrentarse a los efectos de la pandemia. Las batallas políticas tienen que concentrarse en este momento en discutir la letra pequeña de los proyectos. Aquí se prefiere la aparatosidad de una moción de censura o un asunto tan trivial como la oportunidad de unos aplausos. Mientras tanto, hay voces que han advertido ya que en la comisión de reconstrucción del Parlamento se ha trabajado en cuestiones sanitarias de manera generalista, superficial e imprecisa. Mala señal. Se está viendo en la gestión errática y confusa de los rebrotes.
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