Última Thule
Busquen un águila culebrera. Trae suerte
El mes de agosto no existe, es un fantasma de mes que este año se hace aún más inasible e inasumible. En los tiempos en que aún se bailaban boleros era famoso, quizás por lo escéptico, aquel que comenzaba con: “Dímelo en septiembre, si me quieres de verdad”. Los amores de agosto son tan fantasmales como el mes mismo. Así que también yo me esfumo hasta septiembre, no sin antes desearles un descanso total, hasta de la vida, y enviarles mi última acuarela de verano.
Andaba yo por la ribera del poderoso Nalón cuando me encontré con una viejuca encogida, cubierta de sayas negras, sobre dos piececitos presos en botas deportivas, pero armada con un tremendo teleobjetivo más grande que ella. “¿Qué?”, le dije, “¿al acecho?”. Con sereno orgullo me mostró el teleobjetivo: “¿Será por esto? Ya ve, pesa tanto que cárgolo en brazos como si fuera mi hija y bien pudiera serlo: mire unos nietos”. Y comenzó a pasar por la pantalla fotos de martines pescadores, de somormujos, de chochines, de la rara buscarla y de un cormorán con las alas puestas a secar que a saber por qué se habría internado tanto río arriba. Así le dije y me respondió como a un niño tontoide: “¡Pues por la jambre! ¿Por qué iba a ser?”. En eso estaba cuando de golpe ambos sentimos una sombra sobre nuestras cabezas. Rauda como un pistolero del Oeste empuñó el teleobjetivo y disparó a gran velocidad un montón de veces contra el cielo. Vi entonces dos rapaces que subían girando con la térmica. La viejita comentó con desprecio: “¡Bah!, dos ratoneras, cada día es más raro pillar águilas culebreras, aquí las hubo a cienes. Mal día de caza. Vaya usted con Dios”. Y se alejó con su hija en brazos, disgustada, cabeceando y sin dejar de escrutar el río. Así que, busquen un águila culebrera. Trae suerte.
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