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Columna
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Calentura de Esquerra

La necesidad de difuminar la deficiente gestión pública de los rebrotes pandémicos del coronavirus y la próxima convocatoria de elecciones autonómicas elevan la temperatura política en Cataluña

Xavier Vidal-Folch
Quim Torra, junto a Pere Aragonés durante la reunión semanal del Govern.
Quim Torra, junto a Pere Aragonés durante la reunión semanal del Govern.Enric Fontcuberta (EFE)

La necesidad de difuminar la deficiente gestión pública de los rebrotes pandémicos del coronavirus y la próxima convocatoria de elecciones autonómicas elevan la temperatura política en Cataluña, sobre todo en el campo indepe. La calentura afecta ya a los más pragmáticos.

Así, Esquerra reactiva su acomplejado temor a que la hegemonía se le vuelva a mostrar esquiva y tener que seguir eternamente de masovera de los radicalizados neoconvergentes. Sin esta angustiosa tendencia de fondo no se entendería que un “socio preferente” de la investidura a Pedro Sánchez no haya votado ni una sola vez a favor de las prórrogas del estado de alarma.

Otra muestra señera del espíritu de diálogo y la lealtad negociadora republicana se halla en el reciente dictamen parlamentario de una atrabiliaria comisión de investigación sobre la aplicación del artículo 155, de suspensión parcial del autogobierno, del martes pasado. En su conclusión 2.5, con los otros secesionistas, “reprueba” al presidente del Gobierno español como “parte activa y decisiva” de aquella medida. ¿Es avispado declarar réprobo a aquel a quien urges a sentarte en una mesa de diálogo para resolver “el conflicto”?

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Claro que el resto del papel es también de aurora boreal: acusa a “los aparatos del Estado” de una acción “asimilable a un golpe” de Estado; reclama la abdicación del Rey; reprueba también, uno por uno, a los grupos parlamentarios de la oposición en la Ciutadella; y llega a culpar al 155 (decretado en octubre de 2017) de la desprotección catalana ante el coronavirus... surgido más de dos años despúes. La comisión era un sinsentido, “pretendía investigar un efecto sin investigar la causa”, o sea, las leyes catalanas rupturistas de septiembre de 2017, tuvo que recordar el joven portavoz socialista, Ferran Pedret.

El dilema es si es sostenible, en un mundo tan comunicado, la coherencia de un doble discurso como el actual de Esquerra. Muchas veces dialogante en Madrid. Menos entrañable en Barcelona, como cuando el sábado pasado su dirigente más moderado, Pere Aragonés, calificó a la familia Borbón de “organización criminal”, usando la expresión de la imputación judicial de un delito de igual nombre a la entera familia Pujol.

A los herederos políticos de esta, encabezados por el resucitado Carles Puigdemont, esos intentos de Esquerra para encarnar centralidad y extremosidad les saben a miel. Atesoran más trienios en el juego caliente-frío, orden-caos, halago-amenaza.

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