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Columna
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Ilustres ‘fans’

El fenómeno de la adoración entre semejantes se da en la filosofía y se repite en el cine o en la literatura

Vicente Molina Foix
El escritor William Somerset Maugham, fotografiado en Londres, en 1934.
El escritor William Somerset Maugham, fotografiado en Londres, en 1934.LIBRERÍA DEL CONGRESO DE EE UU

No escribió ni una línea pero tuvo a quien lo hizo por él: el filósofo comadrón de la conducta humana, Sócrates, y el primer escritor fan de la historia, Platón, que oyó elucubrar al maestro, le siguió hasta el final y le dio voz, sentido y encarnación en sus Diálogos. El fenómeno de la adoración entre semejantes se repite en la literatura. Nada sabríamos de La Boétie, muerto a los 30 años, si su íntimo amigo Montaigne no le hubiera sacado del anonimato y publicado su obra. Otras veces, el seguidor tiene aspiraciones propias pero las pone a la sombra de la figura mayor: Trelawny oscureciéndose en sus Memorias fúnebres de Byron y Shelley, Eckermann como interlocutor de Goethe en sus Conversaciones, el poeta José Luis Cano perfilando de cerca a Vicente Aleixandre en Los cuadernos de Velintonia.

De una editorial recién descubierta, Hatari Books, que edita con esmero y elegancia buenos libros en torno al cine y la literatura, he leído el recomendable Recordando al Sr.Maugham. Según el modelo de otro clásico del género fanático, la vida del Dr. Johnson de Boswell, uno de los grandes guionistas de Hollywood, Garson Kanin, hizo una operación similar tomando como imagen de culto a W. Somerset Maugham, novelista y dramaturgo hoy desprovisto del renombre que tuvo (aquí lo rescata ahora Atalanta). Maugham fue la antítesis de Henry James, quien quizá fue su némesis; sus roces, sus afinidades, sus escaramuzas, las cuenta Kanin dando el rango debido a James pero defendiendo el astuto desequilibrio de Maugham, capaz de lo más rancio y lo más atrevido. Kanin anota día a día, y, tan buen dialoguista, traza un vivaz retrato de grupo de la intelligentsia de la primera mitad del siglo XX, con W.S.M. de héroe central y antihéroe: locuaz y tartamudo, inseguro y altivo, promiscuo y no infiel. Un escritor de talento que vendió una parte de él al éxito.

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