La amenaza contra Santa Sofía
La decisión de transformar el museo en mezquita es peligrosa y una muestra de fanatismo
El máximo órgano judicial de Turquía ha respaldado una demanda fundamentalista, alentada por el presidente Recep Tayyip Erdogan, para que Santa Sofía, situada en Estambul y patrimonio mundial de la Unesco, deje de ser museo y se convierta en mezquita. Es una muestra de fanatismo y una decisión peligrosa. Amenaza el acceso libre a un edificio espléndido. Puede dañar de forma irreparable los mosaicos que lo adornan. Representa el fin simbólico del papel histórico de Estambul como metrópolis tolerante en la que convivieron las religiones musulmana, cristiana y judía durante siglos. Es además un acto de limpieza cultural, un proceso que están realizando los déspotas de todo el mundo.
Santa Sofía es una inmensa iglesia bizantina que domina el perfil de Constantinopla, hoy Estambul, desde hace casi 1.500 años. Cuando los otomanos conquistaron la ciudad pasó a ser mezquita. En 1935, Kemal Atatürk, el fundador de la Turquía moderna y laica, transformó las grandes iglesias cristianas en museos, y abrió Santa Sofía a todo el mundo como lugar científico y cultural. Pronto se convirtió en una gran atracción turística. Los visitantes admiran su belleza, pero también las capas de historia que encarna, un papel que ahora rechaza Erdogan.
Es la decisión de un político asediado, impulsada por el deseo de castigar a los habitantes de Estambul, que votaron decididamente en su contra en las últimas elecciones municipales. Para consolidar su posición, ha agitado la hostilidad y el sectarismo entre sus devotos seguidores y los que quieren mantener las tradiciones laicas. Podría decirse que dichas tradiciones se remontan a la época en la que Constantino I fundó Constantinopla, en el 330 d.C. Construyó la “nueva Roma”, una capital imperial que superó a la “vieja” Roma en tamaño, defensas, magnificencia y duración.
El hijo de Constantino, Constancio II, construyó la primera iglesia dedicada a Hagia Sophia, la Santa Sabiduría. Hizo de ella su catedral, y en ella el patriarca celebraba los servicios a los que asistían el emperador, la emperatriz y la población local.
A medida que la ciudad crecía, también lo hizo el templo. El emperador Justiniano encargó el edificio actual, que se consagró el 27 de diciembre de 537. Fue una demostración de poder. Nunca antes se había logrado construir una cúpula tan inmensa, de 32 metros de diámetro, a semejante altura, 56 metros, sobre una base casi cuadrada de unos 82 metros de largo y 73 metros de ancho. Durante más de un milenio, fue la cúpula más grande y más elevada del mundo, sin que ninguna otra rivalizara con ella hasta que se completó la diseñada por Miguel Ángel para San Pedro de Roma, en 1590. Decorada con mármoles de distintos colores, llevados de todos los rincones del Mediterráneo, toda la superficie interior de Santa Sofía relucía con sus mosaicos dorados y plateados, que reflejaban la luz que entraba por sus numerosas ventanas. Su volumen externo y sus inmensos baluartes resultan gigantescos, pero el interior es asombrosamente espacioso, rodeado de altas galerías.
La iglesia original de Justiniano tenía un adorno interior: una cruz monumental en la bóveda. A finales del siglo IX se añadieron unos mosaicos en los que estaban representados la Virgen y el Niño, en el ábside central, y los arcángeles Miguel y Gabriel a cada lado. Sobre la entrada suroeste, las figuras de Constantino I y Justiniano ofrecían la ciudad y la iglesia a la Madre de Dios. Otros emperadores posteriores se inmortalizaron a sí mismos con bellos retratos en mosaicos dorados e iconos cristianos.
En mayo de 1453, el sultán Mehmed II consiguió traspasar con sus cañones, por fin, las triples murallas, y entró en Constantinopla. Ordenó que el símbolo de la ciudad, Santa Sofía, se transformara en mezquita. De acuerdo con la ley islámica, los mosaicos que representaban figuras se quitaron o se taparon con yeso, un aviso de lo que podría volver a ocurrir ahora.
Desde el punto de vista arquitectónico, la gran iglesia abovedada de Justiniano estableció un modelo. Cuando los árabes salieron de los desiertos para crear un imperio islámico y empezaron a construir mezquitas, siguieron el ejemplo de las cúpulas cristianas que los bizantinos habían sido los primeros en erigir. Los otomanos continuaron la tradición: enfrente de Santa Sofía se encuentra Sultanahmet, la denominada Mezquita Azul, terminada en 1616 para rivalizar con el monumento de Justiniano.
Erdogan está intensificando una campaña contra la tolerancia y los derechos humanos, en la que se enmarca la reciente condena a prisión del responsable de Amnistía Internacional en el país y el actual encarcelamiento del filántropo Osman Kavala. Ahora, al abolir el máximo legado histórico de Estambul, está alimentando un fundamentalismo que amenaza a minorías como los kurdos, los alevíes y los chiíes azeríes y atacando las tradiciones cosmopolitas que hacen de la ciudad y de la propia Turquía una encrucijada para el mundo.
Judith Herrin es catedrática emérita en el King’s College de Londres. Es autora de Bizancio (Debate) y Ravenna, Capital of Empire, Crucible of Europe, que saldrá publicado por Penguin Random House/Princeton University Press en agosto de 2020.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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