La anexión israelí aumentará el caos en la zona
Los planes de Benjamín Netanyahu constituyen un rechazo unilateral de la solución de dos Estados
El conflicto palestino-israelí desgarra Oriente Próximo desde hace más de 70 años. Mi país, Colombia, padeció una guerra similar, larga y encarnizada, que parecía eterna e imposible de resolver.
El camino a la paz exigió valor y magnanimidad. Como amigo de Israel, me preocupa profundamente ver que esos dos valores están totalmente ausentes de los planes de su Gobierno para anexionarse partes de Cisjordania.
Cuando yo era presidente de Colombia, el venezolano Hugo Chávez dijo que mi país era “el Israel de Latinoamérica”. ¡Lo recibí como un elogio! Israel, con su capacidad de resistencia, su espíritu emprendedor y su innovaciones tecnológicas, tiene mucho que admirar.
Sigo admirando también los valores de los fundadores del Estado de Israel y el compromiso, expresado en su Declaración de Independencia, de “garantizar la total igualdad de derechos sociales y políticos para todos sus habitantes, al margen de la religión, la raza y el sexo”.
Hoy, sin embargo, temo que esta visión está sufriendo los ataques de un Gobierno hipernacionalista que desprecia descaradamente los derechos humanos y el derecho internacional. La amenaza de anexión no es más que el ejemplo más reciente, con el peligro de que cree un régimen de apartheid en el que existen dos tipos de leyes diferentes para las dos poblaciones que comparten una misma tierra.
Cuando era presidente de Colombia, trabajé duramente para negociar un acuerdo de paz con las guerrillas de las FARC y otros grupos rebeldes, con el propósito de acabar, por fin, con la guerra civil de mi país. El acuerdo se basó en el respeto a los derechos de las víctimas del conflicto, tal como estipulaba el Estatuto de Roma establecido por la Corte Penal Internacional. El hecho de que estuviera fundado en el derecho internacional aumentó su fuerza y su credibilidad dentro y fuera del país.
Hoy, todos los colombianos se debaten con el doloroso y complicado proceso de llevar a la práctica el acuerdo y trasladar esa visión de paz a la realidad.
Muchos lo rechazaron por considerarlo una traición; algunos todavía lo hacen. Muchos preferían la familiaridad de la retórica nacionalista y marcial; algunos todavía la prefieren. Pero la ola de apoyo a la paz y la reconciliación no ha dejado de crecer, y al final será imparable. A mi juicio, ese hecho da esperanzas no solo a Colombia y Latinoamérica, sino a todo el mundo, incluidos Israel y Palestina.
La esperanza es un bien precioso cuando el mundo se enfrenta, además de a la amenaza mortal de la covid-19, al ataque constante contra las reglas del sistema internacional de derechos y normas por parte de los líderes populistas y aislacionistas. Uno de los grandes exponentes del poder de la esperanza fue Nelson Mandela, en su larga marcha hacia la libertad. Hoy formo parte de The Elders (Los Sabios), el grupo de dirigentes mundiales fundado por Mandela para trabajar por la paz, la justicia y los derechos humanos en todo el mundo.
La paz en Oriente Próximo y la libertad de los palestinos han sido una prioridad para The Elders desde el principio, y continúan siéndolo hoy.
Por eso hemos decidido alzar la voz en contra de la anexión y hemos instado a que los líderes más influyentes del mundo den una respuesta decidida y unida. Los planes de anexión de Benjamín Netanyahu constituyen un rechazo unilateral de la solución de dos Estados y cuentan con la oposición de la mayoría de los países de la región y del mundo.
Existe el riesgo de que la anexión agrave el caos en la región e intensifique el resentimiento y la marginación de los palestinos, la hostilidad de los vecinos de Israel y el deterioro del orden democrático e institucional del Estado judío.
Si la comunidad internacional acepta que Israel adquiera de jure unos territorios obtenidos por la fuerza, los únicos beneficiados serán los autócratas y los agresores deseosos de apoderarse de tierras que no son suyas. El mundo se mantuvo firme cuando Rusia arrebató Crimea a Ucrania en 2014. Hoy necesitamos esa misma determinación en todas partes, incluida Latinoamérica.
Hay que revitalizar los mecanismos multilaterales existentes como el Cuarteto, y tal vez ampliarlos para implicar más a los países árabes, cuyo apoyo será crucial para lograr cualquier acuerdo y que, como es lógico, están preocupados por la amenaza que supone la anexión para la seguridad regional, en especial para la estabilidad de la pacífica y moderada Jordania.
El proceso de paz en Colombia me enseñó que no es posible prescindir del principio de legalidad ni del respeto a los derechos humanos. Cualquier victoria política a corto plazo que se consiga a base de complacer o avivar las tensiones sectarias o ideológicas resultará hueca.
Este año conmemoramos el 75º aniversario de Naciones Unidas. Ahora que la covid-19 ha interrumpido los ritmos y calendarios tradicionales de la diplomacia, incluida la actividad de la Asamblea General, todos tenemos la responsabilidad de hacer oír nuestras voces y defender los valores de paz, justicia e igualdad ante la ley consagrados en la Carta de la ONU.
Juan Manuel Santos fue presidente de Colombia entre 2010 y 2018.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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