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Columna
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El arte de llegar tarde

Roy Cohn fue un personaje contradictorio y poliédrico, de esos que tanto juego dan a la hora de referir la salvaje complejidad del ser humano

David Trueba
Una imagen del documental 'La historia de Roy Cohn'.
Una imagen del documental 'La historia de Roy Cohn'.

Si alguna virtud tienen los norteamericanos es que consideran tan sólidas sus raíces democráticas que no le tienen miedo a encarar el pasado y desmenuzarlo a fondo. Al contrario de países como el nuestro, donde la autoridad trata a la población como menor de edad, allí encaran sus episodios con entereza y bravura. Desvelan secretos oficiales y reescriben su pasado para convertir a algunos héroes en infames y viceversa. Nadie ignora que viven condicionados por su posición de poder en el mundo, lo que les permite asociarse al crimen político y el asesinato selectivo, pero de tanto en tanto se lo cuentan a sí mismos con sorprendente naturalidad. Así llegaron pasado el tiempo al acuerdo nacional para considerar la caza de brujas del senador McCarthy como uno de los episodios más indecentes de su posguerra. Entre otras cosas, la ejecución en silla eléctrica del matrimonio Rosenberg bajo la acusación de revelar avances atómicos a la Unión Soviética y tras un juicio amañado, pertenece a ese periodo vergonzante. Es ahí donde curtió sus primeras armas el abogado Roy Cohn, un personaje para el que ha llegado la hora de la verdad.

Hace años, la obra de teatro Ángeles en América le reservó un papel estelar. Al autor, Tony Kushner, le intrigaba ese abogado de los ricos y los mafiosos, duro, descarado y hedonista. Su muerte por sida desveló una homosexualidad que se esforzaba en ocultar, pues reñía con los valores que entonces encarnaba la derecha económica para la que él trabajaba con salvaje entrega. Ya en los tiempos de McCarthy había sido ayudante en la persecución inquisidora donde todo valía contra el comunismo, pero arrastró al senador por sus tejemanejes para interceder entre los mandos militares para que a un amigo demasiado íntimo se le diera tratamiento preferente durante los meses de su servicio militar. Cohn fue un icono de la movida neoyorquina, fijo del fatuo Studio 54, a cuyos dueños defendía en los pleitos por tráfico de drogas. Un personaje contradictorio y poliédrico, de esos que tanto juego dan a la hora de referir la salvaje complejidad del ser humano.

Es recomendable acercarse a figuras así, ahora se puede hacer a través de un documental en HBO. Y más en estos tiempos donde la libertad sexual aún se raciona. Ojalá que al tratar la historia de España fuéramos capaces de darle sentido a momentos tan absolutamente delirantes como cuando el PP en la oposición denunció con Rajoy la ley de matrimonio homosexual ante el Tribunal Constitucional y, mientras se inflamaba el conflicto, sus cargos homosexuales festejaban sin rubor sus merecidas bodas entre invitados del partido. Cuando caen las caretas, el mundo se comprende en todas las dimensiones. McCarthy terminó censurado y reprobado por el propio Senado, alcoholizado y señalado como un ser dañino para la democracia. Cohn falleció como siempre había soñado, dejando una deuda enorme a la Hacienda norteamericana, a la que despreciaba por encima de todas las cosas. Su trabajo de abogado para grandes clientes, un joven Trump entre ellos, había consistido en eludir impuestos y pleitear contra la administración. Eso sí, se sometió a una cura experimental que entonces desarrollaba el departamento de salud y que terminó por dar con un tratamiento contra la enfermedad. Él llegó tarde. Llegar tarde es la especialidad de algunos.

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