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Columna
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Un golpe seco, definitivo

Sin el nefasto escenario global, China no se hubiera atrevido a borrar los 27 años que le faltaban a Hong Kong para perder su entera soberanía

Lluís Bassets
Manifestación ayer en Hong Kong contra la nueva ley de seguridad impuesta por Pekín.
Manifestación ayer en Hong Kong contra la nueva ley de seguridad impuesta por Pekín.MIGUEL CANDELA (EFE)

Ha sido un golpe seco, definitivo. Una victoria fulgurante para el Partido Comunista y una derrota sin consuelo para la oposición democrática, a pocos meses de unas elecciones en las que iba a conseguir la mayoría en el legislativo local. Sus formaciones han decidido disolverse sin esperar a la ilegalización por el régimen. Sus dirigentes van a esfumarse, sea en la clandestinidad o en el exilio.

La jugada, perfecta, es hija de la paciencia estratégica. Con nocturnidad, demorando hasta el último minuto los detalles. La nueva ley de seguridad remueve de una tacada todos los obstáculos con que tropezaba Pekín a la hora de imponer su santa voluntad a los ciudadanos de la excolonia, por encima de la ley básica, especie de texto constitucional, y del tratado de retrocesión de la soberanía británica firmado en 1984.

La chispa que suscitó la última revuelta fue un proyecto de ley de extradición, que permitía detener y juzgar en el continente a los ciudadanos de Hong Kong. La oposición impidió su aprobación, pero ahora lo permite la ley aprobada por el comité permanente de la Asamblea Nacional Popular. El movimiento empezó en 2012 en los liceos de bachillerato como oposición a una legislación que pretendía imponer contenidos patrióticos en la enseñanza. También fue retirada, pero ahora resucitará amparada en la ley de seguridad. La policía central podrá instalarse en la excolonia e intervenir a los medios de comunicación, en vez de secuestrar clandestinamente a los libreros que vendían libros antipáticos para el régimen como sucedió varias veces.

La excolonia pierde lo que quedaba de su soberanía. La pierde el Parlamento, solo parcialmente democrático, puenteado desde Pekín por una asamblea oscurantista y de nombramiento vertical. Poco queda del Estado de derecho y de la justicia independiente, en perjuicio de la seguridad jurídica que permitía a Hong Kong mantenerse como plaza financiera. A Pekín no le importa porque en sus planes se contempla la inundación demográfica y la sustitución del liderazgo económico por el de un Shanghái emergente. Este duro revés es la culminación de un golpe lento, gradualista, sabiamente preparado desde 2013, cuando Xi Jinping alcanzó el poder supremo.

Muchos reproches merece la oposición por su escasa visión de tan perversa jugada. Han funcionado las provocaciones violentas, que han dañado la imagen al principio impoluta del movimiento. Ha sido escasa la inteligencia política de sus dirigentes, hipnotizados por una independencia tan inalcanzable como dañina, no tan solo porque exacerbaba los reflejos autoritarios sino por su carácter divisivo.

Compensa esos errores la fuerza aplastante del contexto internacional. Sin Donald Trump, la pandemia, la recesión global, las instituciones internacionales destruidas y sin las licencias anexionistas exhibidas por la India, Rusia e Israel, tampoco China se hubiera atrevido a borrar los 27 años que le faltaban a Hong Kong para perder su entera soberanía. Para China Daily, diario oficial, se trata naturalmente de la última victoria contra el colonialismo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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