_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ponce y Cuevas

Otros daban escándalos. Ellos, ni un ruido. Otros se distanciaban. Ellos, enamoradísimos. Otros se divorciaban. Ellos, permanecían. Ahora, todo eso es historia

Luz Sánchez-Mellado
Enrique Ponce y Paloma Cuevas, en una entrega de premios en Valencia en 2015.
Enrique Ponce y Paloma Cuevas, en una entrega de premios en Valencia en 2015.KIKE TABERNER (Cordon Press)

Este miércoles, entre la retahíla de rebrotes víricos y rebotes políticos, se coló un auténtico acontecimiento histórico en los informativos. Enrique Ponce y Paloma Cuevas se separan “temporalmente” debido al “desgaste” después de un cuarto de siglo de santo matrimonio “para reflexionar y profundizar en su relación” y decidir al respecto, según su portavoz oficial, la revista ¡Hola! O sea, que parten peras, pero en diferido, que queda más fino. Me enteré del bombazo como me entero últimamente de todo. Por Twitter. Y me cayó la nueva normalidad encima. La separación de Cuevas y Ponce es el fin del mundo como lo conocíamos. El mundo ideal de pedidas de mano y bodas y baby showers y bautizos y comuniones como Dios manda. Ahora, todo es relativismo.

Ponce y Cuevas eran la Sagrada Familia Pija en persona. Él, torero de humilde origen redimido por su oficio. Ella, idolatrada hija de su apoderado y padrino. Él, pundonoroso, amoroso, untuoso. Ella, bellísima, amantísima, esbeltísima. Daba entre gloria y grima verlos chorreando almíbar en las revistas. En tiempos de zozobra, eran el faro de quienes andábamos a la deriva. Otros daban escándalos. Ellos, ni un ruido. Otros se distanciaban. Ellos, enamoradísimos. Otros se divorciaban. Ellos, permanecían. Ahora, todo eso es historia. A ver: no me dan pena. Más pronto que tarde él “rehará” su vida con una tercera persona que, por supuesto, no será el motivo oficial de la ruptura. Y ella hallará “una nueva ilusión” en alguno de los círculos que orbitan, dado que, salvo sorpresa mayúscula, no la veo de liarse con un chatarrero por muy montado que esté en el euro. Tampoco los envidio. Un divorcio es un divorcio por mucha seda de que lo vistan. Lo dicho: fin de ciclo. Si la nueva normalidad es que se separen Ponce y Cuevas y se case Sabina, qué será lo próximo. ¿Que una niña, siéndolo de cuna, no quiera ser princesa heredera? Ahí lo dejo.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_