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Columna
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Las concesiones y las prioridades

La pandemia confiscó el programa del Gobierno de izquierdas, pero no puede ser pretexto para condenarlo al olvido

Josep Ramoneda
Acto de protesta de Amnistía Internacional por los cinco años de vigencia de la conocida como "ley mordaza", frente al Congreso de los Diputados.
Acto de protesta de Amnistía Internacional por los cinco años de vigencia de la conocida como "ley mordaza", frente al Congreso de los Diputados.FERNANDO VILLAR (EFE)

La pandemia confiscó el programa del Gobierno de izquierdas, pero no puede ser pretexto para condenarlo al olvido. Los gobiernos están para gobernar sobre los presupuestos que los conformaron. Las derechas lo tienen claro y la izquierda cuando llega se desacredita asumiendo con resignación el principio conservador: “No hay alternativa”.

Por supuesto, las condiciones no son las mismas que cuando PSOE y Unidas Podemos firmaron su pacto. Pero los déficits estructurales que la pandemia ha puesto en evidencia tienen responsables anteriores a los gobernantes actuales. El parón que ha sufrido el mundo configura un escenario excepcional que obliga a los gobiernos a alcanzar acuerdos amplios en cuestiones básicas para la reconstrucción y transmitir seguridad a una ciudadanía que vuelve a la calle bajo el peso del miedo y la culpa, y choca con una terrible realidad: muchas personas, especialmente jóvenes y mujeres, de un día para otra se encuentran sin nada, caídos en la ruleta del despido.

Pero todo ello no es excusa para dejar de lado prioridades del pacto de gobierno que se han hecho más urgentes todavía. El combate contra las desigualdades que vienen creciendo de modo exponencial y la recuperación de la condición de ciudadano, limitada con el estado de alarma, pero que ya venía sufriendo deterioro por la restricción de libertades que impuso el último Gobierno de la derecha.

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Las concesiones para la reconstrucción no dan derecho a eludir problemas estructurales. En el terreno de las desigualdades sabemos que hay una franja de la población en situación especialmente crítica: los menores de 35 años, que se vieron lastrados por la crisis de 2008 que les alejó del empleo y de la emancipación y que ahora sufren un nuevo hachazo al que se suma la preocupante crisis educativa que podría marcar la generación de los más pequeños. De un Gobierno de izquierdas, que se supone que mira al futuro, cabría esperar un plan ambicioso para los jóvenes, que piense en términos de ciudadanía y bienestar y no se esconda en el tópico de la igualdad de oportunidades, que es la coartada de la ideología meritocrática, a mayor gloria de los triunfadores.

A su vez, la democracia española venía maltrecha por la confusión de poderes de los últimos años. No hay razón alguna para que decaiga la promesa de supresión de la ley mordaza, la ignominiosa herencia del PP para sancionar la discrepancia política a partir de delitos subjetivos como el odio y de abusivas amalgamas entre el activismo político y el terrorismo. No hay excusa, el estado de alarma no puede indultarla.

Son dos ejemplos, podrían ser muchos más. Ampliar las complicidades en momentos difíciles exige hacer concesiones pero no renunciar a prioridades básicas. Por mucho que los poderes establecidos aprieten, ahora mismo no hay alternativa al Gobierno de izquierdas. Y no se puede desaprovechar la oportunidad.

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