KKK
Ahora pasamos por una etapa iconoclasta, como tantas ha habido, en la que los menos o peor educados intentan acabar con documentos de cultura para así purificarse de los testimonios de barbarie
Walter Benjamin lanzó un pensamiento más fácil de repetir que de comprender: “No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie”. La individualidad de los creadores se remonta gracias al soporte aborregado de sus contemporáneos, que se nutren de ellos y también los padecen. Las obras más heroicas o artísticas tienen toda su parte desechable y nociva, como al paladear los platos más refinados sabemos que tendremos que excretar el sobrante por la vía más sucia. La vida misma de cada uno se engendra con placer en la vecindad de las heces y la orina. Los monumentos entre los que vivimos y sin los cuales no hay ciudad, sólo tiendas, conmemoran triunfos pasados de esa fuerza demoníaca de lo humano cuyo reverso inhumano no debemos olvidar. También fue Benjamin quien dijo que “ser felices es saber aceptar lo que somos sin horror”. Yo antes era capaz.
Ahora pasamos por una etapa iconoclasta, como tantas ha habido, en la que los menos o peor educados intentan acabar con documentos de cultura para así purificarse de los testimonios de barbarie. El pasado es el enemigo de quienes no son capaces de gestionar el presente más que a empujones: creen que así sólo permanecerá a la vista su rigor moral sin raíces... y se quedarán con todo. Sin duda, en EE UU hay gente legítimamente sublevada contra abusos raciales, lo cual hace comprensibles sus alborotos. Pero sus imitadores suelen ser bobos y a veces miserables. Aquí se ha movilizado contra el racismo nuestro Ku Klux Klan local, para blanquearse disfrazándose de negros. Miren a los concejales de Bildu a la puerta del Ayuntamiento de Pamplona, rodilla en tierra y puño en alto: no piden perdón a sus víctimas, amenazan a quienes se las recuerdan.
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