Para esto servía
La ciencia básica es el fundamento de los avances contra el coronavirus
No son los agujeros negros ni la mecánica cuántica. Lo más difícil es transmitir a la población la importancia de la ciencia básica, esa investigación que no se hace para salvar el trigo de tu comarca, curar el cáncer o hallar una vacuna, sino para entender la naturaleza. La fórmula de la gravitación universal era estrictamente inútil cuando la escribió Newton, pero acabó transformando el mundo para siempre. Maxwell estaba más interesado en comprender la fuerza electromagnética que en aplicarla para iluminar las calles, pero sus ecuaciones elegantes siguen hoy alimentándonos de energía. Las estratosféricas teorías de Einstein y Bohr no solo rigen el comportamiento de la materia, sino también nuestras comunicaciones y el funcionamiento de nuestros ordenadores. Watson, Crick y Franklin no descubrieron la doble hélice del ADN para impulsar la medicina, pero eso es lo que está ocurriendo. El entendimiento profundo es siempre el preludio de las aplicaciones y de los avances médicos y tecnológicos.
La lectora avezada recordará la ciencia básica de los últimos 20 años. Genoma humano, investigación con embriones, células madre, edición con CRISPR. La lectora se habrá preguntado para qué servía todo eso y si no sería mejor dedicar unos recursos siempre escasos a las aplicaciones más inmediatas, como curar enfermedades y salvar a la humanidad de la crisis de turno. La pandemia nos ofrece ahora una respuesta contundente.
La investigación con embriones, las células madre derivadas de ellos y los miniórganos humanos desarrollados gracias a ese tesoro de conocimiento básico son una de las claves de la investigación actual sobre el coronavirus. Gracias a esa ciencia sin aplicaciones inmediatas, sabemos ahora cómo el SARS-CoV-2 no solo infecta las vías respiratorias y los pulmones, sino también los riñones, los vasos sanguíneos, el hígado y otros órganos humanos que se han imitado en el laboratorio con células madre. Los médicos ya habían observado esos daños generalizados, pero solo los miniórganos nos permiten confirmar que los daños son efecto directo del virus, estudiar en detalle los fundamentos del proceso, probar moléculas y encontrar tratamientos específicos. Hay muchísimos experimentos que no se pueden hacer en personas a menos que uno sea el doctor Mengele, pero sí en esos diseños biológicos fundamentados en el puro conocimiento, esa cosa tan inútil a primera vista.
Otro tanto cabe decir de la técnica CRISPR de edición genómica, que el público conocía hasta ahora por un escándalo chino de niñas modificadas genéticamente para protegerlas del sida. Peinando el genoma de los monos con CRISPR, los científicos han descubierto los genes esenciales para la infección por el coronavirus: su receptor en las células humanas ACE2, una proteasa (proteína que rompe otras proteínas), los factores epigenéticos que modifican el estado de actividad de nuestros genes y un proceso molecular que comunica unas células con otras. Puesto que se conocen moléculas que interfieren con esos fenómenos, la investigación abre un amplio campo para probar nuevos fármacos.
Entonces, ¿debemos invertir en ciencia pura o aplicada? Un político miope te recomendará lo segundo, pero se equivocará, porque es incapaz de ver que lo segundo no existiría sin lo primero.
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