Animalia
A la tarde rayan el cielo de Madrid cientos de vencejos que nunca antes habían venido en tal cantidad
Un amigo que pasa la condena en un pueblo de la costa Este donde ya gozan de la fase 1 me dice que le sorprende la abundancia de pájaros que está viendo estos días. Muchos más en cantidad y calidad de los que divisaba años atrás. No sólo pájaros, sino también aves marinas, aunque lo que más le llama la atención son los gorriones, que casi habían desaparecido y ahora se posan confiados en las mesas de las terrazas. Se pregunta si será por la escasez de turistas y el descenso brutal de automóviles, autobuses y camiones, es decir, por el silencio.
Otro colega, confinado éste en una hacienda agrícola del interior de Lérida, también se ve sorprendido por los estorninos que revuelan entre los cerezos y por los ruiseñores que trinan todas las noches en una zona donde nunca se les oyó. Cree que es debido a la ausencia de tractores y otras máquinas en las viñas.
Por acabar con un ejemplo rotundo, Manuel, llamado “el bosquimano” porque vive en una cabaña en un bosque de fresnos vecino de El Escorial, me ha enviado unas fotos con una familia de búhos que se ha instalado junto a su casa, madre y dos crías. En ellas, una hija suya sostiene en los brazos una serena bola de plumas con dos ojazos redondos que miran plácidamente a la cámara. Se dejan coger con filial confianza.
Y a la tarde rayan el cielo de Madrid cientos de vencejos que nunca antes habían venido en tal cantidad. Lo sé porque no puedo no reparar en ellos. Sus finos chillidos, cuando yo era niño, anunciaban los exámenes finales y me producían escalofríos. Eran silbos agoreros.
Amigos del cambio climático: ya sabemos qué es lo primero que hay que hacer para salvar al planeta, suprimir la totalidad del transporte mecánico y volver al tiro de sangre, a los bueyes, caballos, mulas y borricos. Yo me apunto.
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