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Columna
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Distopías

Quienes garantizan la libertad de todos y quienes han dado sobradas muestras de tolerancia y moderación política en los cuarenta años de democracia tienen que ver desde sus balcones cómo los autoritarios ejercen ahora el poder en contra de todos

Julio Llamazares
Vecinos del madrileño barrio de Salamanca se manifiestan desde sus balcones contra el Gobierno por la gestión en la crisis del coronavirus, este jueves en Madrid.
Vecinos del madrileño barrio de Salamanca se manifiestan desde sus balcones contra el Gobierno por la gestión en la crisis del coronavirus, este jueves en Madrid.Emilio Naranjo (EFE)

Se está produciendo una campaña brutal contra Isabel Díaz Ayuso que consiste en ponerle un micrófono delante de la boca cada vez que la abre. Lo dice un seguidor en Twitter. A la campaña se ha sumado El Mundo, que la ha fotografiado como una Dolorosa. No es extraño que el héroe de las Azores haya acudido desde Marbella en su ayuda acusando a los que desprestigian a la presidenta de Madrid de ser “unos hijos de Chávez”. Así que para Aznar, su antiguo jefe de Comunicación Miguel Ángel Rodríguez, hoy principal asesor de la presidenta madrileña, y El Mundo están al servicio de Venezuela.

En el barrio de Salamanca de Madrid, entretanto, los vecinos reclaman a gritos libertad desde los balcones todos los días siguiendo una tradición arraigada en ese distrito desde la dictadura. Sus reclamaciones se dirigen a un Gobierno que ha sido elegido en las urnas hace seis meses, lo que le hace poco democrático. Y más cuando utiliza la Constitución para enfrentarse a una emergencia sanitaria nacional y a la policía para hacer cumplir las leyes. Lógico que de los balcones desde los que, junto con la libertad, reclaman su dimisión cuelguen banderas de España con crespones negros. Ya las colgaron por los militares muertos en Irak en una guerra a la que se opusieron desde el primer momento porque no se nos había perdido nada allí y por los que todos los diputados del PP se pusieron de riguroso luto. Algo que repetirían pronto por otros militares españoles que fallecieron en un accidente de avión volviendo de Afganistán, comenzando por el ministro Trillo, otro héroe, este del peñón de Perejil. La imagen consternada de Casado ante el espejo del baño de su casa seguramente la copió de él, que ni siquiera en Londres se recuperó del dolor que le produjo ser ascendido a embajador por Rajoy en lugar de ir a juicio con sus subordinados por entregar a voleo los restos de los militares muertos a sus familias.

Así pues, que una recién llegada, Inés Arrimadas, abandone sus férreos principios centristas y apoye al Gobierno okupa en el Parlamento no puede ser tomado por aquellos sino como lo que es: una traición. Lo dejó claro FAES, centro de pensamiento y estudios dirigido a crear buen ambiente entre los españoles, cuando comparó a la líder de Ciudadanos con una rana, y al presidente del Gobierno, con un escorpión, desempolvando la vieja fábula de Esopo que todos aprendimos en la escuela. Ni la misma Díaz Ayuso habría podido explicar mejor lo que supone para España que un partido político vote a favor de una prórroga del estado de alarma 15 días para impedir un rebrote del virus en lugar de alinearse, como hizo el PP, con los independentistas vascos, catalanes y gallegos y los moderados de la CUP y Vox.

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España, parece claro, está viviendo una distopía. Quienes garantizan la libertad de todos y quienes han dado sobradas muestras de tolerancia y moderación política en los cuarenta años de democracia, incluso en los de la dictadura, tienen que ver desde sus balcones cómo los autoritarios ejercen ahora el poder en contra de todos, del mismo modo, en que la presidenta de Madrid se ve obligada a posar para los fotógrafos vendiendo bocadillos de calamares en Ifema o remedando a una Madonna de Leonardo para un periódico a fin de contrarrestar las campañas de propaganda que la acusan de ser una analfabeta. Cuánta maldad.

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