La Europa alemana, otra vez
Si Bruselas no se enfrenta a Karlsruhe luego no podrá enfrentarse a Varsovia ni a Budapest, donde sus respectivos tribunales se acogerán sin duda al antecedente alemán para saltarse la jurisprudencia europea


No sabemos todavía el desenlace. El Tribunal Constitucional alemán de Karlsruhe ha dado tres meses de plazo al Banco Central Europeo para que demuestre la proporcionalidad del programa de compra de deuda establecido por Mario Draghi, tras aquel famoso whatever it takes que salvó al euro y abrió el portillo por donde Christine Lagarde ha provisionado su propio plan de salvación de las economías aquejadas por el coronavirus.
Ya sabemos, por boca de Lagarde, que no habrá respuesta desde Fráncfort a Karlsruhe. Ni caso. Sería una afrenta a la idea inicialmente alemana de un banco central plenamente independiente. Si hay respuesta, llegará de Bruselas, de la Comisión, como denuncia contra Alemania, por incumplir los tratados, con la paradoja adicional de que será una alemana, Ursula von der Leyen, quien la firmará.
Que el autor del desaguisado sea un tribunal independiente como el de Karlsruhe, y no el Gobierno de Merkel, no quita relevancia política a la pelea: si Bruselas no se enfrenta a Karlsruhe tampoco podrá enfrentarse a Varsovia ni a Budapest, donde sus respectivos tribunales se acogerán al antecedente para saltarse la jurisprudencia, ya no en cuestiones monetarias, sino de libertades y Estado de derecho.
No es nuevo el camino emprendido por las rojas togas de Karlsruhe. En cada uno de los avances hacia la Unión Europea más estrecha propugnada por el Tratado de Roma, especialmente cuando se ha tratado de la moneda única, el Constitucional alemán siempre ha formulado sus reservas. Esta vez ha llegado muy lejos, al enfrentarse abiertamente con otro tribunal, el de Justicia de la Unión Europea, con el que ha entrado en disputa sobre la jerarquía de las leyes y las respectivas competencias.
Y más. La formulación de la disputa señala una dirección equivocada, antieuropea: la de un socio hegemónico, que gracias a su tamaño, demografía, riqueza e incluso centralidad geográfica, cuenta con las instituciones de mayor peso. Ya no se trata del directorio formado por alemanes y franceses que tantas veces ha irritado a los socios pequeños, sino de la Europa alemana, continuación del sueño de hierro de Bismarck, luego pesadilla sangrienta con Hitler, tan denostada por Helmut Kohl, el canciller de la unificación y primer militante de la Alemania europea.
De la geopolítica de los equilibrios europeos surge la explicación más sencilla de lo que está ocurriendo. Washington se ha confinado. Londres se ha ido. Moscú solo tiene fuerzas para recoger las sobras de conflictos sin dueño. El tribunal de Karlsruhe se ha sentido con fuerzas para sacar pecho de hojalata. Es de nuevo el Sonderweg o pretencioso camino especial por el que Alemania podía prescindir de la Europa liberal y de la Rusia autocrática, hacer su propia Weltpolitik (política mundial) y codearse con los otros imperios. El sueño maléfico de siempre de la peor historia alemana.
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