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Un árbol en la emblemática avenida de México para recordar la tragedia de los desaparecidos

Las familias que buscan a sus seres queridos han pedido al Gobierno de Ciudad de México que la glorieta con un ahuehuete honre su lucha, pero las autoridades han rechazado la propuesta

Familiares de personas desaparecidas realizan una vigilia en la glorieta de los desaparecidos antes glorieta de la palma.
Familiares de personas desaparecidas realizan una vigilia en la glorieta de los desaparecidos antes glorieta de la palma.Mónica González Islas
Karina Suárez

En el corazón financiero y turístico de la capital del país, los familiares de los desaparecidos en México quieren dejar una marca que les recuerde a las autoridades que aún faltan 100.000. “No estamos en contra de que pongan el ahuehuete [un árbol endémico], pero que nos dejen ese espacio para poner un mural con los rostros de nuestros desaparecidos. Para que no se le olvide al Gobierno que por culpa de ellos hay tanta gente desaparecida, por su negligencia, porque no se ponen a trabajar, porque ellos trabajan de la mano con las bandas delictivas, porque si ellos gobernaran esto no estaría pasando” dice entre sollozos Socorro Gil. Esta madre de 56 años perdió a su hijo, Jonathan Guadalupe Romero la noche del 5 de diciembre del 2018, en Acapulco, Guerrero. “Aguanta, ahorita te marco”, fueron las últimas palabras que el joven de 26 años le dijo a su madre por celular. Ella había sido alertada momentos antes por una amiga de que a su hijo lo estaban revisando esa noche unos policías municipales en la playa Tlacopanocha. Después de tres años y cinco meses, Socorro sigue esperando la llamada de su hijo.

Ella asegura con la ira contenida en la voz que el caso de su hijo está plagado de irregularidades. Idas y venidas con el fiscal local, cambios de lugar en el expediente, grabaciones que aparecen y desaparecen y audiencias canceladas en el último minuto son solo algunas de las experiencias que ha debido pasar esta madre para intentar dar con su hijo. Y nada. A tres años de su desaparición no se ha avanzado en el caso. Pero la señora Gil insiste en que desde el primer día que dejó de ver a su hijo le juró que no cesaría en su búsqueda. “Todos los días le lloro a mi hijo, a veces aunque no quiera, las lágrimas se me derraman. Estábamos muy unidos, convivíamos mucho, necesito que él sepa que nunca dejaré de buscarlo, yo creo que me moriría si lo dejara de hacer”, añade entre lágrimas la mujer.

Rebasando la cifra de 100.000 personas desaparecidas en el país, las familias reclaman acciones al Gobierno e instalan los rostros de las víctimas en la popular rotonda de la capital, antes llamada de La Palma. A semanas de que fuera cortada la histórica palma debido a una plaga fúngica, los familiares de todos aquellos rostros que siguen sin ser localizados claman al Gobierno capitalino para que se reconozca a los desaparecidos, nombrando a este espacio la Glorieta de los y las desaparecidos. La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum ha rechazado la propuesta.

José Guadalupe Lara, Mireya Montiel, César Enrique García, Álvaro Guardado Silva, Flor Jazmín Magaña, Jorge Alejandro Navarro, Jaime Quezada, Patricia Chagala, Edmundo González, Raúl Gómez… Los nombres, rostros, señas particulares, incluso algunos con cuantiosas recompensas, tapiza el muro metálico que ha colocado el Gobierno capitalino alrededor de la glorieta. En el interior, una solitaria retroexcavadora prosigue haciendo el hueco para recibir al ahuehuete proveniente de un vivero de Nuevo León que se prevé será instalado el próximo 5 de junio en la rotonda. En el exterior, ante los ojos de cientos de transeúntes y automovilistas, se leen en unas improvisadas pintas: “La rotonda de las y los desaparecidos” y “¿Dónde están?”.

Angélica Orozco, de Fuerza por Nuestros Desaparecidos de Nuevo León (FUNDENL), da cuenta de que solo en esta entidad hay más de 6.000 personas sin localizar. “No teníamos que llegar a 100.000 desaparecidos, esto tiene que tener un fin, deben de encontrar a las personas, no es normal que en un país en democracia, donde se dice que se respetan los derechos humanos, ocurra esto, en estas magnitudes”, zanja Orozco.

La mujer refiere que en 2014 los familiares de personas desaparecidas tomaron una plaza abandonada en Monterrey que ahora es también conocida como La plaza de los desaparecidos, un gesto que ella refiere es necesario por el derecho a la memoria que tienen las víctimas. “El ahuehuete puede instalarse, pero la petición es que se llame así hasta que sean regresados a casa. Este espacio fue tomado por las familias de las víctimas para hacer presente la deuda del Estado mexicano, en cuanto las localice, este espacio será regresado”, explica Orozco.

La representante de este colectivo abunda en que si la jefa de Gobierno de Ciudad de México, los demás gobiernos estatales y el presidente de México, se oponen a que exista una glorieta que honre a los más de 100.000 personas desaparecidas en el país, “que se pongan a trabajar para localizarlos y así no tendrían para qué lidiar con los ríos de familiares que, cada día, por su cuenta, con sus recursos salen a buscar a sus seres queridos”.

En pleno ajetreo de mayo, bajo el sonido impaciente de los cláxones que buscan cruzar el semáforo de la concurrida avenida, la glorieta tiene veladoras y es un crisol con cientos de rostros, a colores, en blanco y negro, de todos los Estados del país, hombres y mujeres, de todas las edades. Y entre todo ese tapiz, también figura la fotografía de un joven de traje, con corbata roja, que sostiene un diploma de graduación, su nombre: Jonathan Guadalupe Romero, el hijo de doña Socorro Gil.

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Sobre la firma

Karina Suárez
Es corresponsal de EL PAÍS en América, principalmente en temas de economía y sociedad. Antes trabajó en Grupo Reforma. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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