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Eduardo Mendoza: “No queda nada de la Barcelona en la que nací”

EL PAÍS acompaña al escritor catalán, premio Princesa de Asturias de las Letras, durante la jornada de inauguración del salón literario de la FIL de Guadalajara

Elena San José

Un espeso bigote blanco avanza por los pasillos de la Feria de Guadalajara, indiferente al efecto que causa a su alrededor. Tras él se dibuja una sonrisa afable y pícara, y una boca que fluye entre el catalán y el español con la misma naturalidad con la que un vaso vuelca su contenido en otro. En el país de los bigotes, este no es, sin embargo, el bigote de un hombre mexicano, sino el del multipremiado y querido escritor Eduardo Mendoza, sobre el que todavía pesa el cansancio de un viaje que terminó la madrugada anterior. “La próxima vez, voy a pedir que el premio consista en estar tranquilo”, bromea el flamante Princesa de Asturias de las Letras de camino al salón literario que inaugurará media hora después. EL PAÍS lo acompaña a esta y a las demás actividades de un día en el que todo el mundo quiere intercambiar con él un beso, un abrazo o apenas unas palabras de cariño o admiración.

Mendoza encabeza la delegación de la ciudad invitada a un encuentro del que solo tiene cosas buenas que decir. “Una feria es lo contrario de la guerra. La gente se junta, negocia, habla y luego se va a tomar unos vinos, y esto me parece la civilización”, afirma optimista. El escritor catalán está nervioso por el discurso que dará a continuación. Le preocupa quedarse corto o pasarse de tiempo, que la gente se aburra, que se quede sin cosas que decir. Su desenvoltura y su humor, sin embargo, apuntan en dirección contraria. El autor barcelonés, de 82 años, tiene motivos para la alegría. Este año no solo ha sido reconocido con el prestigioso galardón español, sino que celebra el 50 aniversario de su debut literario, La verdad sobre el caso Savolta, que venció a la censura franquista y puso la primera y decidida piedra en un camino empedrado de éxitos, aunque él se resiste a pensar en ello. “El tiempo hace cosas muy raras con las personas y con los libros. Este libro ha tenido una vida propia que yo no he controlado y ahora nos volvemos a encontrar: él, igual; y yo, 50 años más viejo”, señala.

Ha cambiado mucho en estas cinco décadas, dice, “de arriba abajo”. Quiere pensar, sin embargo, que conserva “la curiosidad, las ganas de aprender”. A veces es fácil engañar al tiempo, porque “uno se mira al espejo y no se ve”: solo distingue el paso de los años sobre la piel cuando se topa con una vieja fotografía en la televisión. Cosa distinta es su cosmopolita Barcelona natal. “Ha cambiado mucho, pero todas las ciudades cambian a una gran velocidad. Van mucho más deprisa las ciudades que las personas”, asegura: “Uno mismo no reconoce la ciudad en la que nació, porque ya no queda nada de ella. En cambio, de nosotros, sí”.

—¿No ve nada de la Barcelona de entonces?

—No, la recuerdo, pero no la encuentro, porque no está, no existe. Existen las piedras, las calles, el metro, pero todo ha cambiado: las relaciones, la forma...

A esa Barcelona que es escenario de su vida y de sus novelas, pero también protagonista de ambas y de esta convocatoria de la FIL, le ha dedicado el discurso inaugural, en el que ha hecho un repaso de la urbe desde la época de los íberos hasta la actualidad. “Les contaré cosas que no están en las bases de datos, seguramente porque son falsas, pero que forman parte de la memoria colectiva, de la manera que tenemos los barceloneses de ver Barcelona, y de la manera que tienen los forasteros de verla cuando llegan. Una historia imaginaria de la ciudad”, ha prometido, y el público ha reído cómplice y atento. Muchos harán cola más tarde para llevarse su firma estampada en alguno de sus libros, que son muchos y le han granjeado un club de lectores “devoto y fiel”, en sus palabras, que sigue “renovándose” con cada generación.

Antes de eso, sin embargo, recibirá la medalla Carlos Fuentes de la mano de una siempre alegre Silvia Lemus, viuda del escritor mexicano, que no se deja vencer por las dificultades físicas. “¿Cómo eran Carlos Fuentes y Silvia de guapos?“, se dirá en voz alta Mendoza al salir del acto, contento, todavía inmerso en los recuerdos que compartió con sus amigos y que ella misma le ha mencionado al entregarle la insignia de oro. ”Se acordaba de la última vez que nos vimos, en Barcelona, en una fiesta de cumpleaños de [la editora] Carmen Balcells, que es la clave de todo", relatará. También su viejo amigo Carlos Ruiz Zafón, ya fallecido, volverá a su mente a través de un programa en un pasillo que anuncia su homenaje y que hace que su mirada se ilumine y sus ojos se abran.

Lo que le obsesiona al autor de La ciudad de los prodigios (1986), confesará después el escritor, no son las novelas ni las tramas que discurren en ellas. Es la sucesión y el sonido de las oraciones, una unidad de medida corta y compacta que sin embargo lo contiene todo. “Solo me interesa que quede bien la frase. Ni siquiera el libro, la frase. Y cuando tengo una frase, estoy contento y me pongo a escribir la siguiente, y así voy escribiendo. Llevo 20 libros escritos, pero siempre de frase en frase”, revela, y después matiza: “Bueno, y que las frases estén dentro de alguna estructura, de un pequeño discurso, pero la acción es secundaria, lo importante es el diálogo, la descripción”. Porque lo que a él le gusta, sintetiza finalmente, es “la literatura”.

También las palomas, el famoso cóctel mexicano elaborado a base de tequila y jugo de toronja al que se ha ido aficionando de a poquito, como reconocerá de camino hacia la cola de seguidores a los que atenderá alegre y generoso, disimulando, de nuevo, un cansancio que solo reconocerá después. En la fila hay parejas jóvenes que le piden una dedicatoria en “el primer libro” que les hicieron leer en la escuela, Sin noticias de Gurb (1990), y parejas mayores con una pila de libros para ellos y todos sus compañeros. Señoras que le confiesan la “gran ilusión” que les hace conocerle y chicos jóvenes que vuelven por segunda vez a colocarse en la fila después de hacerse con un ejemplar de un libro distinto. Hay, finalmente, mujeres que resumen, apretadas por el tiempo, lo que todo lector quiere en realidad decirle: “Gracias por las historias, y por el humor”. Él agradece de vuelta, en un gesto apacible y risueño que entrecierra sus ojos hasta casi hacerlos desaparecer.

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Sobre la firma

Elena San José
Periodista en la redacción de México. Antes estuvo en la sección de Nacional, en Madrid. Le interesan la política y la cultura, sobre todo la literatura. Es graduada en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca y máster en Democracia y Gobierno por la Universidad Autónoma de Madrid, con especialización en Teoría Política.
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