Trump quiebra con la bomba arancelaria décadas de colaboración con México y Canadá
El presidente de Estados Unidos dinamita los acuerdos económicos con sus vecinos al imponer aranceles del 25% a las importaciones y lanza una dura advertencia al resto de la región
Norteamérica encara una nueva era bajo el yugo de Donald Trump. Las inéditas medidas arancelarias decretadas por el presidente de Estados Unidos vienen a quebrar las relaciones que por más de 30 años han ido tejiendo los gobiernos estadounidenses con sus países vecinos, al norte y al sur de sus fronteras, pero lanza también una clara advertencia al resto de las naciones latinoamericanas. El gran golpe se lo asesta a México, gravando, a partir de este martes, con tasas de un 25% la exportación de su principal socio comercial, un país al que le unen estrechos lazos históricos que pasaron por traumas y fructuosas reconciliaciones. El otro gran perjudicado es Canadá, al que aplica el mismo castigo a las importaciones y que ya ha anunciado que responderá con aranceles recíprocos.
El magnate republicano ha declarado una suerte de autarquía económica para su pueblo y de subordinación política y humillación soberana para la región, que se asoma a un abismo desconocido. Trump se erige con soberbia mano en el mandatario implacable de todo un continente, al que estrangula con restricciones comerciales y con mensajes simbólicos, redenominando el golfo de México como golfo de América o amenazando con retomar la propiedad del canal de Panamá. El orden de todo el continente toma un nuevo rumbo.
Desde que se firmara en 1994 el primer tratado comercial entre Canadá, Estados Unidos y México y aún antes, el norte de América ha caminado unido como una floreciente región capaz de hacer frente a otros polos económicos mundiales. No ha habido en ese tiempo ningún presidente, ni siquiera el mismo Trump que gobernó de 2017 a 2021, que haya puesto en peligro las relaciones pactadas ni atacado la hegemonía económica por la que se avanzaba. El nuevo hombre que ha recuperado el poder ha puesto patas arriba el orden geopolítico planetario a base de encontronazos con China o con Europa, interviniendo a zapatazos en las guerras de Oriente Próximo o Ucrania o instigando al continente americano con decisiones que evidencian el poder que pretende implantar sin atender siquiera a las consecuencias económicas que pueda devolverle el bumerán.
Impredecible como es, Trump ha ido cumpliendo las amenazas electorales en sus primeras semanas de gobierno. Los aranceles a las exportaciones de los países latinoamericanos —tanto su anuncio como su aplicación efectiva— han sido la medida más dolorosa y la que ha ocasionado mayores turbulencias políticas. El canadiense Justin Trudeau plantó cara desde el primer momento a la decisión, en contraste con las formas suaves por las que optó la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, aunque ambos consiguieron una prórroga de un mes para la implantación de la onerosa medida.

A pesar de la esperanzadora señal, de nada sirvieron los esfuerzos. En ese tiempo, México ha impuesto restricciones a los productos que llegaban de China y diseñado todo un plan económico sexenal para reducir la dependencia asiática en su mercado interno; se han incautado toneladas de drogas destinadas al consumidor estadounidense y detenido a decenas de capos del narcotráfico; el último e inédito gesto ha sido el gentil envío, sin acuerdo de extradición mediante, de 29 líderes de los carteles que ya estaban encarcelados en México, entre ellos una de las cabezas más reclamadas por Estados Unidos, la de Rafael Caro Quintero, poderoso criminal que, ya anciano, espera nueva justicia en los tribunales de Trump. Hasta la pena de muerte podría serle impuesta ahora por las torturas y el asesinato en 1985 de un agente de la DEA, Kiki Camarena, a manos del cartel de Guadalajara que comandaba Caro Quintero. Pero nada de todo ello ha satisfecho los reclamos de Trump, que esta semana anunciaba la imposición de los aranceles, una decisión que penaliza más a sus socios principales, México y Canadá, que a sus declarados adversarios económicos, los chinos, a quienes solo se imponen tasas de un 10%.
Mantener a raya a Latinoamérica
Los aranceles han sido, desde su regreso la Casa Blanca, el espantajo con el que el republicano ha mantenido a raya a otros gobiernos latinoamericanos. Los utilizó, por ejemplo, para presionar al presidente colombiano con otra de sus promesas electorales: los planes de deportación de migrantes. Cuando Gustavo Petro, un político nítidamente progresista, rechazó a finales de enero aprobar el aterrizaje de dos vuelos con deportados por el trato denigrante que estaban recibiendo los pasajeros, la respuesta de Trump fue fulminante. Anunció aranceles del 25% y la revocación inmediata de visados a los funcionarios del Gobierno colombiano. La amenaza se quedó finalmente en agua de borrajas después de que Petro aceptara recibir a los migrantes y hacerse cargo del traslado.
Algo parecido ocurrió con el conflicto que el magnate abrió con Panamá por su pretensión de recuperar el control de la vía interoceánica, cuya entrega al país centroamericano fue pactada en 1977 con la firma de los Tratados Carter-Torrijos, en referencia al expresidente Jimmy Carter y al coronel Omar Torrijos. Trump se queja, esencialmente, de las tarifas que tienen que pagar los barcos estadounidenses por el uso del canal y su Administración llegó a afirmar, tras la visita del secretario de Estado, Marco Rubio, que Panamá había aceptado dejar de cobrarles, lo que fue tajantemente desmentido por las autoridades responsables de la infraestructura. En este caso, más allá de los beneficios económicos, Washington busca también una cooperación del Ejecutivo de José Raúl Molino para frenar los flujos de migrantes que cruzan la tupida selva del Darién.

Mientras Brasil, el gigante económico de Latinoamérica, se mantiene prudente y el presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha activado todos los canales diplomáticos para evitar la imposición de nuevos aranceles tras los aplicados al acero, Trump solo se ha mostrado amable con su principal socio en la región, esto es, el presidente argentino. El ultraderechista Javier Milei viaja a Washington cada vez que puede y acaba de participar en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), donde regaló una motosierra a Elon Musk. El lunes, el mandatario estadounidense se pronunció sobre un posible tratado comercial con Argentina y afirmó que “consideraría cualquier cosa”, ya que Milei, en su opinión, “está haciendo un gran trabajo”.
Contraataque de México
Pero en Norteamérica la guerra comercial ya ha comenzado y el siguiente capítulo, como en todo conflicto, será el contraataque. México ha optado de nuevo por un perfil sereno que prioriza las negociaciones y no ahorra en presentar el respeto debido a un presidente elegido democráticamente por los estadounidenses. La presidenta Sheinbaum ha lamentado la vuelta de los aranceles, toda vez que los equipos de ambos países han estado trabajando con denuedo este mes, en la lógica relación del socio fuerte y el socio débil. México ha presentado sus avances económicos para frenar el comercio con China de materiales industriales y otros productos, sobre todo relacionados con el sector automotriz, que en buena medida acababan llegando a Estados Unidos bajo el falso paraguas del tratado de libre comercio del norte de América, el TMEC.
Se han tomado medidas para frenar el flujo de migrantes a Estados Unidos desde la frontera mexicana; pero, sobre todo, han sido alumnos aplicados en la lucha contra el crimen y las drogas, habida cuenta de que Trump ha convertido el tráfico de fentanilo, que mata cada año a unas 10.000 personas en su país, en la gran bestia negra de las relaciones bilaterales. Sheinbaum ha puesto a trabajar sin descanso a su secretario al frente de la Seguridad, Omar García Harfuch, un bregado policía que en este tiempo ha presentado un buen examen, con resultados en la persecución de capos mafiosos y en la destrucción de laboratorios clandestinos en las montañas mexicanas y los suburbios urbanos. El socio fuerte ha ido evaluando.

Pero los equipos de trabajo no son la clave en esta negociación, sino el propio Trump, que en una sola vuelta de veleta ha puesto la piedra de Sísifo otra vez en el suelo. Este jueves se espera una nueva llamada entre el magnate republicano y la presidenta Sheinbaum, quien confía en volver a subir la montaña con su piedra a cuestas. Los embates de Trump sobre Latinoamérica, a pesar de las graves consecuencias económicas que pueden tener sobre una región todavía en desarrollo, están uniendo a esos pueblos bajo una soberanía renacida. “Esto va más allá de los partidos, va contra el país”, ha dicho Sheinbaum este martes. Y así lo ven los mexicanos, que no han dudado en prestarle su apoyo; los primeros, los empresarios, que ven de cerca las afectaciones a sus negocios.
Sheinbaum, cuidando mucho de que sus declaraciones no alteren al republicano, se empeña en transmitir la necesidad de respetar el tratado de libre comercio para fortalecer la economía de Norteamérica. Y recuerda a Estados Unidos que México no es el culpable de todo: que no lo es de la migración, pero sí de los millones en productividad e impuestos que el trabajo de sus compatriotas dejan en el país del norte; que el desbocado consumo de fentanilo cuenta también con la participación de traficantes y distribuidores de aquel país; y que las armas que llegan de Estados Unidos, que suponen el 70% de las que se recuperan en la lucha contra la delincuencia, son las culpables de los miles de muertos que se lloran en México cada año.
Esta semana será clave para evaluar las voluntades y determinar si el veleidoso presidente juega a la política con sus amenazas o de verdad pretende rediseñar las relaciones que todo un continente ha ido forjando a lo largo de décadas.
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