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Luis García Montero: “Hasta un poema de amor puede leerse como una defensa de la sanidad pública”

El poeta y director del Instituto Cervantes visita México para recibir el Reconocimiento a la Excelencia en Letras y Humanidad y recoger el legado del escritor y diplomático Alfonso Reyes, que ingresará en la Caja de las Letras

Luis García Montero en la residencia del embajador de España, en Ciudad de México.
Luis García Montero en la residencia del embajador de España, en Ciudad de México.Nayeli Cruz
Elena San José

Escucharle hablar es como asistir a un acto íntimo al que uno ha sido generosamente invitado. La voz de Luis García Montero se abre paso como un susurro, una canción de cuna que sin embargo se va llenando de palabras importantes, como llegadas de otro tiempo, para recordarnos que la poesía todavía tiene algo que contarnos sobre el mundo de mañana, que es el de hoy y también el de ayer. Hace un año y tres meses, como reza el título de su último poemario, que el escritor y director del Instituto Cervantes presentó en México este libro, compuesto durante la enfermedad y tras el fallecimiento de su esposa, la escritora Almudena Grandes. El tiempo ha pasado y su ánimo ya es otro. Lo que era una herida abierta se ha ido convirtiendo en duelo, en una memoria “que se hace presente y acompaña sin la agresión dolorosa de los primeros momentos”, dice el poeta, que recibe al periódico en la residencia del embajador español, donde se hospeda.

García Montero (Granada, 65 años) está de visita en el país norteamericano para recibir el Reconocimiento a la Excelencia en Letras y Humanidad que otorga la Cámara de Diputados de México y que el año pasado, en su primera edición, fue para su amigo y también poeta Raúl Zurita. Desde hace pocos meses, el granadino aprovecha estos viajes para retomar el viejo hábito de la poesía, del que se había apeado desde que acabó el libro dedicado a Grandes. No sentía la necesidad. “De pronto, un día de abril escribí un poema en el que estaba viendo la luz en el balcón, y viendo cómo florecían los árboles y se llenaban de verde las ramas, y me encontré que estaba viviendo el momento sin pensar en el pasado, sin pensar en el futuro, dejándome llevar por la primavera”, relata, y sus ojos brillan.

La necesidad de “reconciliarse con la vida” late en sus nuevos versos, como late la experiencia del duelo, pero lo que realmente le ha impulsado a acercarse de nuevo a la poesía es la situación en Gaza, que colma sus preocupaciones. “Ver un genocidio televisado minuto por minuto, sin que haya una oposición rotunda desde los países democráticos, está dejando sin legitimidad a las instituciones internacionales”, denuncia. “¿Con qué legitimidad vamos a oponernos al fundamentalismo islámico que está maltratando a las mujeres, o a exigir una transformación democrática en Rusia o China? Nos están dejando en absoluta soledad a los defensores de los derechos humanos, y eso me afecta personalmente”, lamenta. Por eso en sus nuevos poemas aparece, también, la infancia arrasada en la Franja, “una niña que sale de los escombros y contempla su propio cadáver”.

La guerra le hace preguntarse por su propia casa, por un vacío y una soledad que también son los del mundo. Y lo hace desde una escritura que entrelaza, hasta fundir, la experiencia personal y la política, una seña de identidad que le ha acompañado desde sus inicios y que le ha llevado a subrayar los aspectos más íntimos del contrato social. “Por el calor del cuerpo que aprendí a respetar / mientras lo desarmaba con mi cuerpo”, celebró sobre la recuperación de la democracia en España, que también democratizó las relaciones de pareja. Es un camino de ida y vuelta. Sus versos más personales también tienen una dimensión política evidente. “De los poemas finales que le he hice a Almudena”, detalla, “algunos son una defensa clara de los valores de los cuidados, y se ha acercado algún médico de paliativos que está desbordado a agradecerme el libro porque le ha reforzado la vocación”. Los tiempos han cambiado desde que un joven García Montero comenzó a militar en el Partido Comunista, más tarde Izquierda Unida. “Cuando comencé a escribir, en una época de mucha militancia, algún compañero me llamaba pequeño burgués por estar enredado en mi propio yo, y mira, han cambiado las cosas, ahora hasta un poema de amor se puede comprender como una defensa de la sanidad pública”, bromea.

Tras ese humor brilla la lucidez de quien sabe que la política es una batalla que se libra en todos los frentes. Y aunque no corren buenos tiempos para este oficio, García Montero defiende su nobleza como un instrumento que nos compromete con el futuro. “La degradación de la política está al servicio de las grandísimas fortunas, que quieren desacreditarla porque la autoridad política es la que fija los marcos de convivencia en libertad y en igualdad”, sostiene: “La despolitización, como la desinformación a través de los bulos, son proyectos muy calculados políticamente”. Siempre ha existido este problema, dice, pero ahora hay un poder para “metérnoslo en la conciencia tremendo”. Menciona a Trump, a Bolsonaro, a Milei, también las campañas contra Boric: la ultraderecha que se hace fuerte en el continente y cuya perversión comienza en el uso del lenguaje, que es para el poeta un acto de hospitalidad, pero que se convierte en “un intento de apropiación del otro y de dominación” cuando es vulnerado.

Frente al “instante de usar y tirar” que encarnan estos líderes y sus “realidades virtuales”, él reivindica una relación con las palabras que nos ancle en un tiempo que no es el del presente perpetuo sino que recibe la herencia de la experiencia humana: “La cultura sirve para valorar un tiempo con una dimensión que no es la de la mercancía, sino la de un diálogo generacional entre el pasado que representan los mayores y el compromiso con el futuro que representan los hijos”. Por eso se siente heredero del exilio español, del que se conmemora en México su 85 aniversario, y por eso en su discurso asoma de tanto en tanto la constelación de voces que contribuyeron a construir la suya propia: García Lorca, María Zambrano o Gil de Biedma, entre los españoles. Rosario Castellanos, José Emilio Pacheco o Rubén Bonifaz Nuño, entre los mexicanos. También Alfonso Reyes, cuyo legado recogerá este viernes en Monterrey para integrarlo en la Caja de las Letras del Instituto.

“Mi poesía está muy ligada a la poesía mexicana”, admite. “Me alegra mucho el reconocimiento de esta semana por el sentimiento de deuda y hermandad que tengo con el país, que quizá tiene que ver con la gratitud por la acogida del exilio español, pero también con mi vida cotidiana como poeta y con mi situación ahora como director del Instituto Cervantes”, desarrolla. Los lazos con las instituciones americanas son motivo de especial orgullo para él, que se reconoce en la voluntad de crear una respuesta internacional de tradición hispana que no se someta a ninguna de las fuerzas hegemónicas del mundo: “Cuando veo las dinámicas de la globalización, pronto me acuerdo del panhispanismo de Francisco Ayala, y digo, hay que firmar convenios con la UNAM en México, con la UBA en Argentina, con el Instituto Caro y Cuervo en Colombia...”.

Como parte de esos acuerdos, el Instituto prepara junto con la UNAM, para la feria del libro de Guadalajara de este año (que tendrá a España como invitada de honor), una edición traducida a 30 lenguas indígenas de un poema que Lorca escribió en Nueva York en 1929, y que fue “la gran denuncia contra el fascismo y contra los peligros de la guerra”. “Una de las grandes maravillas de nuestro idioma ahora es que ha comprendido que su hacerse tiene que ver con el diálogo con otras lenguas”, pone en valor García Montero, que recuerda que la Unión Europea, cuando se constituyó ―a diferencia de Estados Unidos―, defendió la diversidad lingüística como un derecho.

La democracia debe llenarse de contenido, por eso el poeta salta del humanismo más abstracto a la concreción política total sin perder la perspectiva de lo que quiere decir. Hay claridad en su pensamiento y en su voz serena de docente. Y hay, sobre todo, una conciencia del poder de las palabras para dirigir la realidad además de nombrarla. “Vivimos en un momento complicado en el que hace falta reflexionar sobre las reglas de la convivencia, y yo creo que la poesía puede aportar algunas cosas”, sostiene. Quizá no pueda cambiar el mundo, acabar con la guerra o con las mentiras que nos avasallan, pero entre el optimismo ingenuo y el pesimismo cínico, dice, queda la esperanza: como una trinchera, como una promesa, como un destello de luz.

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Sobre la firma

Elena San José
Periodista en la Redacción de México. Antes estuvo en la sección de Nacional, en Madrid. Le interesan la política y la cultura, sobre todo la literatura. Es graduada en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca y máster en Democracia y Gobierno por la Universidad Autónoma de Madrid, con especialización en Teoría Política.
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