Julián Lebarón: “Pensar que puedes vivir en el Triángulo Dorado y no tener contacto con el narco es ingenuo”
Uno de los líderes de la comunidad mormona asentada en Chihuahua (norte de México) responde a la polémica por el libro recién publicado ‘The Colony’, que explica la matanza de nueve miembros de su familia por presuntos vínculos con el narcotráfico
Un libro publicado en inglés hace apenas una semana ha revuelto de nuevo las entrañas de la familia Lebarón. La leyenda oscura que ha perseguido al clan mormón desde hace décadas, descendientes de una escisión religiosa de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fundada 1890 en Estados Unidos, que migró al norte de México, tras prohibirse la poligamia, sacude de nuevo el seno de esta familia de 5.000 miembros asentada en una zona rural de Chihuahua. The Colony: Faith and blood in a promised land (La colonia: fe y sangre en la tierra prometida) escrito por la periodista estadounidense Sally Denton hurga en las sospechas de abuso sexual infantil, misoginia, fanatismo religioso, crímenes entre familiares y también señala a los Lebarón como colaboradores del cartel de Sinaloa. Y apunta a que la masacre cometida contra nueve de sus miembros —tres mujeres y seis niños— en 2019 fue un mensaje contra los patriarcas del clan. Uno de sus miembros, Julián Lebarón, responde en una entrevista a este diario: “Pensar que puedes vivir en el Triángulo Dorado y no tener contacto con el narco es ingenuo”.
La mancha del crimen organizado le ha irritado especialmente a la familia Lebarón, explica Julián. Reconoce no haber leído el libro, ni conocer a la autora, y asegura que en ningún momento se puso en contacto con su comunidad para llevar a cabo su investigación. Denton, por su parte, cuenta en sus páginas que entrevistó a mujeres que convivieron con ellos durante años y cuyos testimonios recoge de forma anónima. La misoginia en el seno de la familia, así como los crímenes cometidos por parte de la “oveja negra” de los Lebarón, Ervil, acusado de entrenar a mujeres y a niños para matar a miembros de su familia —hasta 33, menciona la autora—, que murió en un prisión de Utah (Estados Unidos) en 1981, era algo conocido y asimilado por la comunidad, parte de su leyenda negra. Pero el señalamiento de colaborar con el narco a Julián Lebarón le parece algo “absurdo”.
Denton menciona que los Lebarón tenían pactos con el cartel de Sinaloa, liderado entonces por Joaquín El Chapo Guzmán. Ha llegado a mencionar en una entrevista que “les estaban ayudando con armas”. La colonia Lebarón, ubicada en el municipio de Galeana, en Chihuahua, se encuentra enclavada en una de las rutas del narcotráfico más codiciadas y controladas desde hacía décadas por ese grupo criminal. Cuando El Chapo es extraditado a Estados Unidos y condenado a cadena perpetua en julio de 2019, los rivales aprovecharon para embestir en este rincón limítrofe con Sonora y arrebatarle a sus herederos un pedazo del pastel, según la información de la autora.
Fue unos meses después cuando el grupo de La Línea —según explica en el libro— brazo armado del cartel de Juárez e históricos enemigos de El Chapo, asesinaron en noviembre de ese año a nueve miembros de la familia Lebarón para mandarle un mensaje a los de Sinaloa, más de 3.500 disparos y algunos quemados vivos. “Creo que alguien le debía algo a alguien. Creo que hubo un gran mensaje, no para las mujeres y los niños, sino para sus esposos y padres. No fue un caso de identidad equivocada; les apuntaron. Se trataba de dinero. Alguien incumplió algún tipo de trato”, señaló Denton.
Julián insiste en que ningún miembro de su familia ha tenido ningún acuerdo con el narco. Pero explica cómo la realidad mexicana escapa las reglas de Hollywood de buenos y malos. En zonas rurales, marginales y pobres de México, donde el único poder es el de las pistolas de los criminales, no tener contacto con ellos es prácticamente imposible. “Cuando hablas con un policía municipal, estás hablando con el cartel”, denuncia. “La razón por la que esas declaraciones causan tanto revuelo es porque son una proyección de la situación del país. La gente necesita creer que, si son inocentes, es imposible que su familia sea agredida. Y la realidad es que esto le puede pasar a cualquiera, todos estamos en peligro. Y las víctimas son criminalizadas para apaciguar nuestra cobardía, nos acobarda la conciencia y como reaccionamos ante la barbarie”, señala Julián.
Reconoce que el crimen contra sus primas y sus hijos se trató de un ajuste de cuentas entre bandas rivales del crimen organizado. “Ha habido avances en el caso, pero a los que han detenido son del cartel de Juárez, porque hubo un conflicto entre ellos y los de Sinaloa. Mis primas pasaron entre esa refriega y fueron víctimas, eso es lo que nos han dicho. Hay 31 personas presas, pero nunca habrá justicia. No habrá una sola persona sentenciada por ese crimen. Porque nuestro sistema de justicia es un fracaso”, denuncia. Y remata: “No hay de parte de nuestra comunidad, ni lo hubo, ningún acuerdo, ningún pacto, a los jefes nadie los conoce. Nomás se ve los mandos bajos que andan a la luz del día delinquiendo sin que nadie los detenga”.
El crimen contra las mujeres y los niños, entre ellas Rhonita Lebarón, no ha sido el único ataque del crimen organizado contra la familia. El 2 de mayo de 2009, Erick LeBarón, de 17 años, fue secuestrado en esa zona de Chihuahua. Sus captores exigieron un millón de dólares de rescate. La gran familia mormona se negó a pagar. Erick fue liberado una semana después. Esta experiencia dejó una peligrosa herencia. Benjamín LeBarón, de 32 años, uno de los hermanos de Erick y Julián, se convirtió en activista y líder comunitario en Sociedad Organizada Segura (SOS Chihuahua). La organización exigió el fin de la violencia provocada por la guerra contra el narco que emprendió Felipe Calderón de 2006 a 2012. La demanda produjo una gran presión sobre esta familia de agricultores. Benjamín fue asesinado en julio de 2009 junto a su cuñado, Luis Widmar, por 17 sicarios que entraron a su casa y se los llevaron.
“Aunque no es la primera vez que nos acusan de ser cómplices del narco, nadie ha podido demostrar nunca nada. Si fuéramos narcotraficantes nos hubieran arrestado desde cuándo, porque siempre hemos sido incómodos”, repite Julián. El clan se ha dedicado tradicionalmente a la agricultura en esta zona de Chihuahua, donde posee unas 5.000 hectáreas de huertas de nueces y pecanas que se elevan desde el paisaje seco como un oasis verde. Los árboles se riegan con agua desviada de los acuíferos y ríos, lo que ha provocado continuas guerras por el agua con los agricultores vecinos, que pese a llevar ya casi un siglo en estas tierras no los consideran del todo mexicanos: la mayoría posee también la nacionalidad estadounidense.
Denton apunta también a otra de las polémicas en el seno de la familia: la poligamia. La autora señala que bajo el paraguas del libre albedrío se cometen actos de fanatismo, misoginia y abuso sexual contra las mujeres, algunas de ellas, cuenta, que comienzan a tener hijos desde los 13 años. Julián tiene 52 hermanos, su padre tuvo cinco esposas. Él tiene 18 hijos con distintas mujeres. Y aunque sus antecesores huyeron de Estados Unidos tras la prohibición de esta práctica, en México pueden casarse —por su rito— todas las veces que quieran, aunque también es ilegal, la ley no los persigue, pues contraen matrimonio solo con la primera esposa y el resto son concubinas, explica la autora.
Sobre este punto y acostumbrado a tener que explicarlo, Lebarón señala que “todos los fundadores de México fueron polígamos”. Y enumera: “Pancho Villa, 22 esposas; Zapata, 17. La diferencia es que nosotros lo hacemos de manera abierta y le damos la decisión de participar o no en lo que quiera hacer. No nos avergüenza. Ha habido muchos temas de abusos en la Iglesia mormona, sí. Como de pederastia en la Iglesia católica, y eso no significa que todos los católicos sean criminales”, resume.
“¿Por qué les interesa tanto escribir novelas de puras mentiras sobre nuestra familia?”, se pregunta Lebarón. Aunque matiza, “medias verdades, que son todavía peor”. Y él mismo se responde: “Yo creo que hasta nos ayuda, porque nos permite seguir levantando la voz. Volteando a ver a esta región violenta. Porque es el crimen organizado el que gobierna”.
Hace unas semanas, dos sacerdotes jesuitas, Joaquín Mora, de 80 años, y Javier Campos, de 78, fueron acribillados a balazos dentro de la iglesia de Cerocahui, en el corazón de la Sierra Tarahumara, también en Chihuahua. Habían corrido a atender a un hombre, Pedro Palma, guía turístico de la zona, que huía de un grupo de sicarios. Otros dos hombres más desaparecieron ese día en esta localidad de poco más de mil habitantes. Lebarón recuerda la tragedia en medio de la polémica contra su familia: “Es vergonzoso que tampoco se haya hecho nada ahí. Y es vergonzoso que la comunidad no pueda defender a la gente más servicial, más comprometida con la sociedad. Me causa dolor, rabia, impotencia, y el deseo de seguir exponiendo y luchar”.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.