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La deserción de médicos residentes: el nuevo embate contra la profesión en México

La falta de seguridad, la precariedad laboral y los actuales señalamientos del Gobierno conforman el escenario al que se enfrentan las nuevas generaciones de profesionales de la salud

Personal sanitario traslada al Servicio Médico Forense el cuerpo de una persona fallecida por covid, en Ciudad Juárez, en diciembre de 2020.
Personal sanitario traslada al Servicio Médico Forense el cuerpo de una persona fallecida por covid, en Ciudad Juárez, en diciembre de 2020.LUIS TORRES (EFE)
Erika Rosete

Estudiar Medicina y convertirse en médico en México fue durante muchos años un sinónimo de estabilidad que suponía la posibilidad, en muchos casos inequívoca, de tener un futuro prometedor. El panorama, sin embargo, ha cambiado radicalmente. Muchos médicos están renunciando a especializarse y tener, así, mejores condiciones de vida. A los casos de maltrato y acoso laboral, se suman, con veloz gravedad, la violencia que permea en todo el país; la precariedad con salarios muy bajos y jornadas de hasta 36 horas seguidas, y, más recientemente, el señalamiento y cuestionamiento desde el Gobierno mexicano del trabajo de miles de médicos residentes que, a menudo, tienen que esforzarse por encontrar el ánimo suficiente para no renunciar.

Los estudios de Medicina tienen una duración de seis años y medio en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y de seis años en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), por mencionar algunos ejemplos. Además, un año antes de graduarse los estudiantes tienen que hacer el llamado Internado Rotatorio de Pregrado, cuando están durante 12 meses en un hospital y pasan por los principales servicios médicos. Este es el primer acercamiento a la realidad hospitalaria en México. Y es solo es el inicio de una carrera, si lo que se espera es tener un mejor salario y mejores condiciones laborales y de futuro. Luego viene uno de los retos más grandes: presentar el Examen Nacional para Aspirantes a Residencias Médicas (ENARM). Esta prueba anual, a la que aplicaron en 2021 cerca de 45.000 estudiantes (y en la que fue aceptado el 42% de ellos) puede marcar la diferencia entre la estabilidad laboral y su ausencia.

Karla García es una médica hidalguense que ha decidido no estudiar, al menos por ahora, una especialidad. Ella presentó por primera vez el ENARM en 2020. A veces sigue pensando que tuvo mala suerte por ser el primer año en el que se ofertaron, entre la totalidad de los lugares: 1.000 plazas con beca del Conacyt para el extranjero, concentradas únicamente en seis especialidades de 27, y que “obligaban” a un importante número de admitidos a cursar su especialidad en Cuba. García había aplicado para Medicina de rehabilitación y resultó seleccionada. Sin embargo, su felicidad duró poco. Cuando accedió a la información para determinar la plaza a la que podría entrar, se dio cuenta de que en su especialidad habían sido aceptados 449 aspirantes, de los que 149 concursaban por una plaza en México. Los 300 restantes estaban asignados a Cuba. Es decir, o quienes se disputaban esos sitios aceptaban irse al país caribeño o perdían su lugar. Karla lo perdió.

Y no solo ella. Según información de Conacyt, entregada por una petición de transparencia en 2021 al diario La Razón, de las 1.000 plazas ofertadas para hacer la residencia en 2020 en el extranjero (el convenio de Conacyt solo contemplaba a Cuba), 816 quedaron vacías. “Parte de la opinión que se nos da, a quienes quedamos en esta situación, sobre todo de quienes no están en nuestro lugar, es que debemos de estar agradecidos de que abrieran más plazas, pero no están viendo el panorama completo. Además de que son muchos gastos para prepararse, hay fechas en nuestros procesos que ya no empataban y que nos hacía imposible aspirar incluso al proceso de ir a otro país”, cuenta García.

La prueba ENARM tiene un costo de 3.000 pesos (150 dólares), pero muchos de los estudiantes pagan hasta 35.000 pesos (1.700 dólares) para comprar simuladores o plataformas donde encuentran los contenidos actualizados de las materias de estudio. Una cantidad parecida pagó la médica Michelle Campos, egresada de una universidad privada en Ciudad de México. Ella renunció a hacer la residencia, en 2021, para empezar la especialidad en cirugía, después de haber aprobado el ENARM y de pasar por los filtros de selección en tres hospitales. Las razones: en las tres entrevistas que tuvo en esas tres instituciones públicas, le cuestionaron el por qué no lo hacía en un hospital privado y le preguntaron “si era consciente del acoso o la violencia” a las que estaría sometida. Te van a acosar... ¿Qué harías en caso de acoso?...”, le decían. “Salí bastante desanimada, eran preguntas que yo no esperaba recibir y cuando me confirmaban que no me quedaba en esa sede sentía que era porque no había respondido lo que esperaban escuchar”, cuenta.

Cuando Campos llegó a su tercer hospital la aceptaron, pero la sede a la que la enviaron quedaba en Poza Rica, en el Estado de Veracruz. Antes de irse, como hacen todos los médicos residentes cuando les asignan un hospital, investigó todo sobre el lugar a donde iría. Después de hablar con un par de colegas, decidió renunciar definitivamente. “Unos residentes que habían hecho ahí parte de la especialidad me contaron que habían sido “levantados” (secuestrados) por una cantidad de dinero a cambio para liberarlos. Y que a las mujeres no solo les pedían dinero”, recuerda. Campos está estudiando para presentar nuevamente el ENARM, y esta vez solicitará hacer su especialidad en un hospital privado.

Para la infectóloga e integrante del Sistema Nacional de investigadores Brenda Crabtree, el problema es mucho más complejo de lo que parece. Empieza por falta de oportunidades económicas de millones de estudiantes que no pueden acceder a instituciones públicas y que tampoco tienen los recursos suficientes para pagarse una carrera en escuelas privadas. Una realidad que no únicamente sucede en Medicina. Además, Crabtree recuerda que en México hay muchos menos médicos especialistas por habitante en comparación con países más desarrollados.

Según el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), en el país existe un promedio de dos médicos por cada 1.000 habitantes, comparados por los cuatro por cada 1.000 de España o los casi cinco en Noruega. Y esa dificultad para llegar a la población empieza desde mucho antes. Y si hablamos de sus condiciones laborales, con las jornadas, años de preparación, acoso, violencia o sueldos, el panorama empieza a oscurecerse. “Un residente gana ahora mismo entre 16.000 (800 dólares) pesos mensuales hasta poco más de 20.000 (1.000 dólares), dependiendo de la plaza, con jornadas laborales cada tres o cuatro días de hasta 36 horas. Para los años de estudio, comparándolo con lo que estudió cualquier funcionario, como un senador o un diputado, por ejemplo, es un salario ridículo. Las condiciones laborales de un residente, que además se tuvieron que enfrentar a pandemia y cosas por el estilo, son realmente precarias, y eso que no estamos hablando de donde duermen, y qué comen”, asegura.

Sobre el señalamiento de los residentes durante la pandemia, la doctora Crabtree explica que las instituciones educativas, por orden de la Secretaría de Salud, decidieron mandar a sus casas, durante los meses más aciagos de la emergencia, a los estudiantes de la carrera de medicina y no a los médicos residentes. Los residentes fueron los que tomaron las tareas más complejas, comprando, incluso ellos mismos, sus propios materiales de protección ante la falta de ellos en sus hospitales.

Según Amnistía Internacional, al menos 7.000 personas trabajadoras de la salud han muerto en todo el mundo después de enfermar de covid-19, y está confirmado que, de esa cifra, al menos 1.320 han muerto únicamente en México, la cifra más alta conocida para un solo país, según ha puntualizado la organización. Y no hay que dejar detrás a la violencia, una de las principales razones por las que cualquier profesional de la salud se niega a dar servicio en zonas en donde el vacío del Estado reina rotundamente.

Crabtree lo relata. “Cada año nos enteramos de alguien que mataron, que se perdió, que violaron a una doctora, cada año. Y ni el Estado ni las universidades se hacen responsables. Y hay que agregar que esos médicos están en atención de primer nivel, donde no tienen insumos para atender. No pueden trabajar, y se exponen. ¿Quién se va a querer ir ahí?”, cuestiona.

El ENARM de este 2022 será aplicado en el próximo mes de septiembre. Karla García no lo presentará, actualmente busca oportunidades laborales en el sector privado y lejos de la capital mexicana. Está decidiendo si continuará dedicándose a la medicina. Michelle Campos volverá a dar la prueba, con otra inversión de varios miles de pesos en sus materiales de estudio. Ella irá directamente al sector privado una vez que obtenga el puntaje para la especialidad en Cirugía. Ambas están seguras de que si el Gobierno y la población en general fueran más empáticos con su profesión y las condiciones en las que se desarrollan, existiría otro tipo de discusión en México. Una más encaminada a los problemas de fondo que las nuevas generaciones de médicos sortean todos los días.

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Sobre la firma

Erika Rosete
Es periodista de la edición mexicana de EL PAÍS.

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