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¿Qué necesita un mexicano para ser feliz?

La población califica con un 5,5 sobre 10 su estado anímico y el 15% da muestras de depresión

Carmen Morán Breña
Inegi: Estado anímico de la población mexicana
Un hombre camina en la ciudad de Guanajuato, el pasado 21 de octubre.Daniel Augusto (Cuartoscuro)

Los mexicanos viven en una “eterna esquizofrenia”. Por un rato son felices, después caen en la pesadumbre. Tiene que ver con la situación política que se arrastra por décadas, con las condiciones laborales, la falta de ocio. Esa es una de las lecturas que puede hacerse de la encuesta publicada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), la primera sobre percepción de bienestar entre la población, con datos subjetivos, es decir, lo que uno siente, en qué lugar del cuadro se sitúa, en el luminoso o en el umbrío. El estado anímico que declaran sobrepasa apenas unas décimas el 5 sobre 10. “Es bajo”, dice la coordinadora de Psicología Organizacional de la UNAM, Erika Villavicencio. Pero dadas las circunstancias lo ve lógico.

No se trata de la pandemia, “eso solo ha venido a agravarlo”. La doctora en Psicología se remonta mucho más atrás. “Puede decirse que los mexicanos tienen tres años de esperanza con los cambios de Gobierno y tres de decepción”. Y así pasan las décadas. Pero no es solo la política. Es una de los países del mundo donde se trabajan más horas y se toman menos días de vacaciones. Donde los salarios son bajos y las jornadas mal estructuradas, con su correspondiente falta de productividad. “Finalmente, uno llega a casa del trabajo y vuelve a salir para el trabajo al día siguiente, sin muchas posibilidades de ocio”, dice Villavicencio, que muestra un panorama emocional desolador.

Pero la encuesta del Inegi plantea también la otra cara de la moneda. Cuando se les pregunta, y se ha preguntado a una persona de 18 años o más en más de 34.000 viviendas, sobre la satisfacción con la vida, los datos cambian. Ahí aparece el mexicano social, alegre, convivencial, satisfecho con su entorno afectivo. Un 8,45 sobre 10. Bien es cierto que en esa media tiene que ver el 9,05 que se alcanza en la vida familiar, en la libertad de decidir, mientras que la percepción sobre la seguridad (6,5) o los servicios públicos (6,7) o el propio país (7,23) impiden alcanzar el sobresaliente para la satisfacción completa.

No es una contradicción. En estas cifras, la mirada es más larga. No están expresando lo que sienten en este momento, en la última semana, como pasaba con el balance anímico. “Aquí se puede hablar de la esperanza, de nuevo, en que todo cambie. Eso nos mantiene en pie porque el panorama es terrible. Se piensa en que gane el equipo de fútbol, en que todo mejore. Pero nunca es cierto y se vuelve a caer. Tras la pandemia, todo el mundo piensa que después del encierro volvería una vida nueva, pero no es verdad, la gente ha perdido el trabajo, la inflación es altísima, los conflictos intrafamiliares fuertes, hay muchos fallecidos de los que ni siquiera se han podido despedir, siendo como es un pueblo de rituales. Así que vuelve la queja”, señala Villavicencio. “No es una contradicción, estos datos son válidos como los otros, son solo complementarios”.

La depresión. De nuevo aparece el lado amargo. La encuesta se elaboró entre junio y julio pasados y se preguntó si en la última semana habían tenido sensaciones asociadas con la depresión, falta de ganas, el mundo se viene encima, incapacidad para acabar lo empezado, o para empezarlo siquiera, etcétera. Y un 15,4% declaró ese estado de ánimo. ¿Un 15% del país deprimido? Depende. Si se mira entre las mujeres la cosa es aún peor: casi un 20%. En ello influyen las condiciones que soporta la mujer en este país, maltrato, largas horas frente a los cuidados de personas a su cargo, la casa, el trabajo. Julio Santaella, presidente del Inegi, y los colaboradores que han presentado la encuesta este martes, destacaron el enorme material que se ofrece para establecer buenas políticas públicas con visión de género a partir de este diagnóstico. Las mujeres, además, declaran que su libertad para decidir tampoco es mucha, mientras que ellos sí la tienen. El 42% de las mujeres dicen dedicarse a los cuidados frente a un 27% de sus compañeros. Y no es poca cosa en México, donde un 43,9% de los consultados dice vivir con una persona que tiene una enfermedad crónica. Todo esto es, para Santaella, “motivo de preocupación” y de ocupación pública.

Si tener un animal en la vivienda es causa de mayor trabajo o una salida al bienestar no se ha preguntado, pero sí se han puesto cifras a lo que se percibe en la calle. Un 70% de las viviendas da cobijo a alguna mascota, es decir 80 millones de animales en 25 millones de hogares. La mayoría perros, luego gatos, luego otras.

“México tiene una población con deseos de crecer, de estar bien, una ilusión que década tras década la política defrauda y eso nos pega mucho. Tampoco tenemos una educación del esfuerzo por alcanzar mejores metas, se abunda en la queja sobre los salarios, las jornadas, los jefes, muchos hijos que atender y sin políticas públicas que lo resuelvan. Así que vemos un pueblo pateadísimo y limitado en sus ideales”, explica Villavicencio. Opina además, que el pueblo mexicano está “acomplejado”, sujeto a ciertas costumbres que le cuestan sacrificios simplemente para estar a la altura de lo que creen que esperan los demás, “capaz de endeudarse para tener un buen celular, una buena ropa, una buena fiesta de 15 años, o de sucumbir a las supuestas rebajas del Buen Fin, que en realidad son pagos aplazados”. “Quieren tener popularidad y ser aceptados y eso acaba atentando contra nuestra estabilidad emocional”.

A la pesadumbre propia de ver que por más esfuerzo que se haga uno no cambia de estatus social, a la apatía que eso causa generación tras generación, Villavicencio también acusa al individuo de cierta cobardía. “No somos capaces de atajar la raíz del problema, no nos esforzamos, nos quejamos porque es más cómodo, pero así seguimos, esperando a que nos lo den resuelto”. ¿Por qué? ¿De dónde viene eso? “Se denomina ganancia secundaria. Siempre habrá un beneficio con lo que estás haciendo, mejor no perderlo”. Conformismo y falta de autocrítica: “Me quejo pero me sigo saltando los semáforos, o tirando basuras al suelo”. El pueblo, dice, tienen muchas virtudes, es comprometido y noble, con la mirada en el futuro, gente llena de deseos que se mueve en un terreno emocional poco reflexionado”. Y el futuro parece no llegar nunca.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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