¿Qué siente tu hijo cuando llegas tarde a recogerle al colegio?
La impuntualidad puede generar sensación de abandono, ansiedad o vergüenza. Además, hasta los 12 años, los menores siguen sintiéndose vulnerables porque tienen miedo de ser olvidados o sentirse poco importantes


El hecho de que los niños salgan del colegio y encuentren a alguien que les está esperando es importante para ellos, porque así se sienten seguros y protegidos. De lo contrario, si a menudo encuentran ausencias y retrasos cuando esperan a una hora determinada, su autoestima puede minarse o pueden sentir desprotección. Así lo explica Montse Díaz, docente de Psicología de la Universidad X el Sabio y creadora de contenidos en Neuropsicoteca, una academia para la formación continuada de psicólogos. “El menor puede sentirse ansioso, triste, confundido o incluso enfadado. Es posible que piense que se han olvidado de él o que algo malo ha ocurrido, especialmente si es pequeño y no tiene una noción clara del tiempo”, añade Díaz. “También pueden experimentar vergüenza si ven que todos los demás ya se han ido. Si esto ocurre con frecuencia, puede generar una sensación de abandono”, asegura.
El menor puede sentirse infravalorado por su familia cuando la situación se repite habitualmente. “La sucesión de estos episodios de manera habitual puede crear inseguridad emocional y baja autoestima, especialmente si interpreta que no es una prioridad para sus padres”, sostiene también Alba María García, neuropsicóloga clínica en Center Psicológica, en Madrid.
La edad influye en cómo un niño vive el hecho de que lo recojan tarde a la salida del colegio o de una actividad. “En los primeros años, especialmente entre los 3 y los 6, tienen una noción muy limitada del tiempo y una fuerte necesidad de seguridad y previsibilidad”, asegura Díaz. Según explica esta experta, cuando supera los 7 años de edad, el menor vive la situación de otra manera, porque la comprende mejor y tiene más tolerancia con la espera: “No obstante, hasta los 12 años, siguen sintiéndose vulnerables ante la impuntualidad porque tienen miedo de ser olvidados o sentirse poco importantes”, continúa. “La adolescencia no es una excepción. También pueden sentirse heridos si perciben que no se respeta su tiempo o si el retraso se repite con frecuencia”, puntualiza.
¿Qué decir al niño?
Según Díaz, cuando el retraso es algo puntual, el impacto es menor, pero hay que gestionar correctamente la situación: “Se tolera mejor, pero siempre que ocurra hay que dar explicaciones claras sobre por qué ha sucedido, además de hacerlo con afecto y dar valor a las emociones del niño ante la situación, porque eso puede marcar una gran diferencia en cómo lo vive y recuerda”.
Los mensajes que se dan al menor son clave para que gestione la situación con más facilidad. “Se pueden emplear frases como: ‘Siento mucho haber llegado tarde, sé que esperabas verme antes y entiendo que eso te haya hecho sentir mal, no fue mi intención hacerte esperar tanto, a veces pasan cosas que no podemos controlar, pero siempre voy a venir por ti’, o ‘gracias por esperarme con paciencia, ya estoy aquí y ahora vamos juntos”, ejemplifica Díaz. “Decir una frase que el menor recuerde por si ocurre un imprevisto también es aconsejable. Una de ellas puede ser: ‘Si alguna vez tardo, recuerda que siempre vengo. Puedes esperar con la profe y pensar en lo que haremos luego”, agrega.

La explicación de los padres debe ser clara y estar adaptada a la edad de su hijo. “Se pueden pedir disculpas sinceras y explicar lo ocurrido, pero sin justificar lo sucedido en exceso”, recomienda por su parte García. Esta experta explica que los imprevistos no se pueden evitar, pero sí minimizar el impacto que pueden causar en los niños: “La puntualidad es una forma de cuidado emocional. En caso de no poder llegar a la hora acordada, lo importante es gestionarlo con empatía. Por su parte, los centros escolares pueden colaborar, ofreciendo espacios seguros y apoyo emocional para los niños que deben esperar”.
García sugiere que la tecnología puede ser una aliada en estos casos si se utiliza de manera adecuada para la edad del menor, y siempre con supervisión: “El uso del teléfono móvil puede reducir la ansiedad si sirve como herramienta de comunicación puntual, porque facilita la conexión emocional, lo que crea una sensación de seguridad en el niño”. “La comunicación telefónica debe ser clara y afectuosa para lograr el objetivo de hacerles la espera más llevadera y reducir la incertidumbre.”, prosigue Díaz, “para niños mayores (a partir de 9 o 10 años) que ya tienen móvil o acceso a uno del centro, se les puede decir: ‘Voy en camino, tardo 10 minutos. Espérame tranquilo, por favor’. En el caso de los más pequeños, se puede avisar al centro o la persona responsable para que transmita el mensaje”.
Díaz asegura que dar al menor una llave de casa a partir de los 12 años para solventar imprevistos puntuales que impliquen retrasos de los padres puede resultar de ayuda: “De esta manera se puede dar autonomía al niño, pero solo si muestra responsabilidad. Además, el trayecto a casa debe ser corto y seguro”. Esta especialista también hace hincapié en otros requisitos que hay que cumplir en este sentido: “Debe haber adultos disponibles por teléfono, aunque esté solo un rato, por si necesita algo. También conviene haber explicado qué hacer si pierde la llave, no puede entrar u ocurre algo inesperado”.
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