¿A qué edad puede tener mi hijo contacto habitual con las pantallas? No antes de los 6 años
La ciencia demuestra una y otra vez que por debajo de esta edad no es recomendable tener acceso frecuente a la tecnología. En este periodo, la relación con los padres y profesores tiene un peso y unos beneficios que no aportan estos dispositivos


Una de las preguntas que más frecuentemente plantean los familiares y maestros de niños pequeños es a partir de qué edad pueden tener contacto sus hijos y alumnos con los dispositivos tecnológicos. Lo cierto es que la respuesta a esta pregunta no es nada sencilla. Nos encontramos en pleno debate sobre el uso de dispositivos tecnológicos por parte de menores en sus diferentes ámbitos de desarrollo: escolar, familiar, social, etcétera. Cada familia, con su idiosincrasia y sus valores, deberá tomar una decisión sobre a qué año sus hijos tendrán un uso habitual con los diferentes dispositivos tecnológicos y en qué condiciones.
¿Pero qué dicen los estudios científicos sobre cómo impactan los dispositivos tecnológicos en los menores? La investigación es clara cuando se trata de preescolares. El pediatra estadounidense John S. Button y su equipo demostraron en su estudio Associations Between Screen-Based Media Use and Brain White Matter Integrity in Preschool-Aged Children, publicado en 2019, que cuando los menores de 3 años usan de manera regular el teléfono móvil o las tabletas de sus padres, o veían muchas horas de televisión, este consumo excesivo tenía repercusiones sobre su desarrollo. Vieron también que estos niños mostraban un retraso en el desarrollo del lenguaje, peor calidad de sueño y menor número de interacciones con sus progenitores. Dada la cantidad de tiempo que dedicaban a las pantallas, según la investigación, su corteza prefrontal no se desarrollaba ni establecía las conexiones que sí tenían los preescolares que no tenían un contacto regular con los dispositivos tecnológicos. Este infradesarrollo de la corteza prefrontal implicaba que se mostraban más inatentos, más impulsivos y con menor capacidad de tolerar la frustración.
En España, la Asociación Española de Pediatría (AEP) siempre había defendido que los menores de 2 años no debían ser expuestos a pantallas de manera regular. Más recientemente, después de lanzar en 2023 el Plan Digital Familiar, la AEP aumentó esta edad a los 6 años. Bajo mi punto de vista, esta decisión es bastante acertada, puesto que durante los seis primeros años de vida los menores necesitan vincularse con sus padres, socializar con sus iguales, jugar y disfrutar de las experiencias sensoriales que aporta esa etapa de la vida, con lo que no es nada aconsejable que dediquen muchas horas al mundo virtual.
Asimismo, la AEP publicó en 2024 otro documento con el título Impacto de los dispositivos digitales en el sistema educativo, en el que se señalan algunos ámbitos que se ven afectados debido al uso continuado de pantallas. Por ejemplo, según se describe en el texto, aquellos adolescentes que dedican más tiempo a las redes sociales y a los videojuegos duermen menos horas, se acuestan más tarde y tardan más en quedarse dormidos. Cuanto más tiempo pase un menor frente a la televisión, mayor probabilidad de consumir una dieta menos saludable y mayor ingesta de ultraprocesados, lo que supone una mayor probabilidad de obesidad infantil. Respecto al desarrollo cerebral, aquellos menores que muestran un uso excesivo de las pantallas presentan un menor espesor y conectividad en la corteza prefrontal, lo que, como se ha mencionado antes, lleva al menor a comportarse de manera más impulsiva y dispersa.

¿Las pantallas, el chupete para calmar una rabieta?
Uno de los grandes riesgos que tienen los dispositivos con niños pequeños es que les entreguemos el móvil o la tableta cuando estén en plena rabieta. Es habitual que aquellos padres que tienen un uso desmesurado o adictivo del móvil, sus hijos manifiesten problemas de conducta y rabietas para llamar su atención y que les hagan caso.
Si el niño está en pleno berrinche porque se siente frustrado y el adulto de referencia le da un dispositivo tecnológico, seguramente con la mejor de sus intenciones, es más que probable que el día de mañana lo pida para regresar a la calma o dejar de sentir. Desgraciadamente, es lo que ha aprendido desde que era pequeño. Usar un móvil para evitar que el niño conecte con su enfado o su miedo implica una anestesia emocional, lo que tendrá como consecuencia un fallo en la capacidad de autorregulación emocional. Necesita de las pantallas para estar en calma y regulado.
En conclusión, decidir si nuestros hijos van a tener un uso habitual de pantallas o no es algo que debemos hablar y, en algunos casos, negociar en casa. Hay muchas variables a tener en cuenta. Ahora, eso sí, lo que la investigación demuestra una y otra vez es que por debajo de los 6 años no es nada recomendable, puesto que es un periodo donde la relación con los padres y los maestros (figuras de apego) tiene un peso y unos beneficios que no aportan los dispositivos tecnológicos. Permitamos que nuestros hijos se desarrollen con normalidad en todos sus ámbitos.
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