Por qué gritar no educa ni mejora las conductas a largo plazo
Alzar la voz a los hijos crea un ambiente hostil y de poca confianza. Además, genera rabia, nerviosismo, irritabilidad y culpa, rompe vínculos y dificulta los aprendizajes
Gritar es uno de los temas que más preocupa a las familias en la educación de sus hijos. Perder el control con ellos les hace sentir que no gestionan correctamente los conflictos en casa, que no son capaces de dar respuesta a las necesidades de cada etapa educativa, que no gestionan correctamente el estrés que genera en ocasiones la convivencia. Ningún progenitor chilla porque tenga ganas, sino porque le faltan las herramientas y estrategias comunicativas necesarias para afrontar adecuadamente los conflictos, para entender los comportamientos inapropiados de sus hijos y conectar con ellos correctamente.
Unos gritos que aparecen en casa cuando el niño no hace caso, intenta saltarse los límites, se le tiene que repetir una y otra vez la misma cosa o no asume adecuadamente sus responsabilidades. Los adultos también gritan a sus hijos porque tienen un patrón muy interiorizado de su propia educación, cuando los momentos de conflicto se solucionaban a base de alzar la voz o palabras mal sonantes o se consideraba que a los menores se les podía increpar porque era la única forma que aprendiesen o hiciesen caso.
En la sociedad actual, donde se vive demasiado deprisa y hay poco tiempo para hacer las cosas con calma, educar con serenidad resulta una misión muy complicada. Quien más o quien menos ha alzado la voz más de la cuenta en algún momento de crispación arrastrado por el estrés o el cansancio o cuando ha sentido que su autoridad era desafiada.
Los gritos no son buenos ni para los niños ni para los adultos porque crean en casa un ambiente hostil y de poca confianza. Además, alzar la voz no educa ni mejora las conductas a largo plazo. Únicamente genera rabia, nerviosismo, irritabilidad y culpa, rompe vínculos y dificulta los aprendizajes. También crea en las personas emociones como el miedo, la frustración o la ansiedad.
Los gritos en la educación dan la falsa esperanza que el niño mejorará su comportamiento, pero lo único que consiguen es que el conflicto se haga mayor. En medio de una discrepancia donde el tono de voz se alza, y a veces se dicen cosas inapropiadas, es muy difícil que el niño escuche, esté receptivo o entienda qué es lo que debe mejorar. Gritar predispone al niño a no escuchar y a reaccionar de forma impulsiva.
El niño no mejorará su comportamiento si se le coacciona o se le genera pánico. Con ese comportamiento, únicamente se le enseñará que la mejor forma de solucionar los problemas es a través del grito o la humillación o que debe obedecer cuando su adulto de referencia pierde los papeles. A lo que se añade que los niños que son educados a base de gritos o palabras mal sonantes son más propensos a desarrollar conductas agresivas tanto en el hogar como en la escuela. Unos chillidos que le impedirán realizar una buena gestión de las emociones y le harán sentir que sus errores son castigados con dureza.
Para evitar todo ello, aquí van unas claves para dejar de gritar en casa.
- No hay que olvidar que es el adulto quien debe mostrar la madurez de mantener la calma y aportar el sentido común en el conflicto. Uno no debe dejarse llevar por el fervor de la situación y contagiar al niño; la serenidad que necesita para modificar su comportamiento será clave para evitar que el conflicto no tome mayor envergadura. El adulto debe eliminar de su discurso las frases sentenciadoras, las amenazas o los reproches.
- El menor necesita sentir que sus padres conectan profundamente con sus emociones, que valoran sus progresos, establecen límites claros y le enseñan a superar las dificultades con serenidad. Cuando un niño se siente respetado y escuchado muestra más interés por hacer las cosas bien.
- Gritar tiene que ver con el adulto y no únicamente con el comportamiento del niño. Aprender a autorregular emociones como la ira, la rabia, la decepción o el enfado cuando un niño tiene una conducta inadecuada será clave para poder educar desde la empatía y la comprensión. Ser consciente de los efectos negativos que el grito tiene en el desarrollo de los hijos ayudará al adulto a modificar su conducta.
- Aplicar estrategias de autocontrol como técnicas de respiración o el yoga ayudará al adulto a no perder los nervios durante el conflicto. Será esencial también que el adulto busque tiempo para el autocuidado, momentos de desconexión para romper con la rutina y liberar estrés. Dejar de gritar es un entrenamiento que requiere tiempo y mucha paciencia.
Basar la educación de un menor en los gritos, las amenazas y la coacción pueden llegar a crear en casa un clima de miedo y desconfianza y hace sentir al niño que sus necesidades afectivas no son atendidas correctamente. Con los chillidos, el adulto pierde su autoridad y establece distancia en la relación. Como decía el escritor y dramaturgo español Enrique Jardiel Poncela: “Todos los hombres que no tienen nada importante que decir hablan a gritos”.
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