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Cuando el coste de ser madre tarde no es solo económico

Las condiciones laborales y los cambios sociales han retrasado la edad en la que las mujeres deciden tener hijos. Esto ha supuesto un auge de las técnicas de reproducción asistida, que pueden afectar a su salud física y emocional, o el cuidado simultáneo de padres e hijos

En la actualidad, no encontrar una pareja adecuada con la que tener hijos es uno de los motivos por los que se retrasa la maternidad.
En la actualidad, no encontrar una pareja adecuada con la que tener hijos es uno de los motivos por los que se retrasa la maternidad.Image Source (Getty Images)

Cecilia H. Cruceta decidió que quería ser madre tras conocer a su pareja y sacar su plaza como profesora en un instituto. Tenía 39 años, y aunque nunca lo había deseado de manera clara, en ese momento se lo planteó como un “ahora o nunca”. Él aceptó, y el camino fue relativamente sencillo: lo afrontaron sin obsesionarse, y aunque alguna vez pensó en la posibilidad de no poder lograrlo, se quedó embarazada a los 40, tras unos meses de intentos. En la actualidad, no encontrar una pareja adecuada con la que tener hijos —en el caso de mujeres heterosexuales— es uno de los motivos por los que se retrasa la maternidad. Así lo señala Bruna Álvarez, antropóloga de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigadora del Grupo AFIN. En la realización de un trabajo de campo reciente con mujeres que recurren a la inseminación artificial para ser madres solas, la experta ha encontrado que algunos de los argumentos que daban para haberlo ido posponiendo son la desigualdad de género, la falta de corresponsabilidad y la gestión de los tiempos que veían a su alrededor, entre sus propias amigas o respecto a sus propias parejas.

Pero no solo eso. También hay desigualdades estructurales que dificultan una proyección a futuro. “Si la edad biológica para tener hijos se encuentra en torno a los 20-25 años, es muy difícil que una mujer a esa edad hoy encuentre un contexto y una cierta estabilidad económica, laboral y de vivienda”, señala Álvarez. Ante esta precariedad estructural, ellas esperan hasta lograr unas condiciones que les permitan crear una familia. Unas condiciones que muchas veces llegan cuando ya están fuera del margen biológico. La socióloga e investigadora Sara Lafuente, autora de Mercados reproductivos: crisis, deseo y desigualdad (Katakrak, 2021), recuerda que en el último estudio del INE la mayoría de mujeres declararon que les habría gustado tener hijos antes, y haber tenido más al final de su vida reproductiva. “Es cierto que el hecho de desearlo no se puede equiparar exactamente con lo que habrían hecho si se hubieran dado las circunstancias, pero apunta a una frustración a la que es importante prestar atención”, sostiene. Lafuente habla de “frustración reproductiva” o “frustración de proyecto de vida”, subrayando la importancia de no reducirlo únicamente al “deseo”.

La historia de Marta Fernández (nombre ficticio) es la de una mujer que siempre deseó ser madre, pero no pudo empezar a planteárselo hasta pasados los 30 años. “Empezamos a buscar un embarazo, pero tras varios intentos fallidos y muchas pruebas, nos diagnosticaron infertilidad de origen desconocido”, cuenta a EL PAÍS. Pasaron años de pruebas, listas de espera y tratamientos de inseminación artificial sin éxito, hasta que a los 37 logró un embarazo mediante fecundación in vitro. Lamentablemente, tuvo que interrumpirlo debido a una grave enfermedad congénita del bebé, lo que fue un golpe devastador. A los 39, su baja reserva ovárica le impidió continuar con tratamientos en la sanidad pública, lo que la llevó a recurrir a una clínica privada. Finalmente, después de una década, tuvo a sus dos hijos a los 41 y 43 años. “Durante todo este tiempo, sentí una gran soledad y falta de comprensión. Eso hizo aún más difícil el proceso”, explica.

¿Cómo ha impactado el auge de las tecnologías de reproducción asistida en la tendencia de retrasar la maternidad? Responde Álvarez que estas técnicas lo que han hecho es vincular la posibilidad con el futuro: ya no es necesario que una mujer decida ahora si quiere o puede ser madre o no, porque puede hacerlo más tarde. Según datos de la Sociedad Española de Fertilidad, en 2014 nacieron 23.908 recién nacidos tras usar fecundación in vitro, cifra que había crecido a 39.572 en el año 2021. Recuerda Sara Lafuente que es un dato aproximado del impacto de la reproducción asistida, porque algunos de los nacidos puede que no sean residentes en España por el turismo reproductivo y habría que añadir a esta cifra las inseminaciones (con y sin donación de esperma). Donde, según la investigadora, se observa un aumento importante es en otras técnicas como la congelación de óvulos, sobre todo si se tiene en cuenta que esta empezó a ser usada hace poco más de una década. “Si en 2014 quedaron registrados 1.650 ciclos iniciados de congelación de óvulos, esta cifra llegaba a los 5.205 en 2021, y cabe esperar que haya subido mucho más recientemente”, asegura Lafuente.

Entre los motivos para posponer la maternidad están la desigualdad de género, la falta de corresponsabilidad y la gestión de los tiempos.
Entre los motivos para posponer la maternidad están la desigualdad de género, la falta de corresponsabilidad y la gestión de los tiempos.Peter Dazeley (Getty Images)

La principal limitación de la reproducción asistida es precisamente la propia capacidad biológica. “La reserva ovárica empieza a bajar a partir de los 35 años: hay menos óvulos y son de peor calidad. Las mujeres que acceden a este deseo más tarde se encuentran muchas veces con la necesidad de recurrir a la donación de óvulos”, sostiene Álvarez. “Hay un feminismo progresista que ya en los noventa del siglo pasado vinculaba la independencia y la autonomía de la mujer con obtener un salario, con el trabajo. Se creó esta imagen de que una señora independiente, libre y feminista era una trabajadora de clase media, profesional, pero sin hijos”, añade. La descendencia, según explica la experta, o quedaba en el ámbito privado o se tenía más tarde a través de la reproducción asistida: “El escenario, no obstante, es cada vez más complejo y cada vez hay más constancia de que la reproducción asistida no solo no es la solución, sino que abre procesos muy difíciles que afectan a la salud física y emocional de las mujeres”. Los tratamientos pueden afectar a la salud hormonal, provocar hiperestimulación, informa Álvarez, así como ansiedad y depresión. También hay un mayor riesgo de complicaciones durante el embarazo.

Según Lafuente, estas técnicas, además, generan un “exceso de confianza” en el retraso de la búsqueda del embarazo. “Hay una percepción social de que funcionan mejor de lo que lo hacen”, cuenta. Y es que, según señala, los eslóganes con mensajes como “embarazo garantizado” asientan la idea de que da igual lo que este se retrase porque ahí estarán las técnicas que lograrán un embarazo cuando puedas, cuando quieras, de forma fácil. La realidad, sin embargo, es muy diferente: “Estos tratamientos son invasivos, tienen tasas de éxito en primer intento de entre un 15 y un 20%, generan un desgaste psicológico y físico fuerte, y muchas veces simplemente no funcionan”. Lafuente apunta que cuando son tasas de éxito altas, en términos generales responden al uso de óvulos donados, y esto abre todo un nuevo tema, que, como insiste la socióloga, “no resulta fácil ni para las donantes, ni para las receptoras”.

Retrasar la maternidad conlleva otros desafíos, como la distancia generacional o el cuidado simultáneo de padres e hijos. Para Cecilia H. Cruceta otro desafío importante fue la soledad y la falta de apoyo práctico. Pero sobre todo se ha enfrentado al reto de cuidar simultáneamente a su hijo y a su madre, algo común en mujeres que son madres a una edad avanzada. “Es crucial facilitar la maternidad temprana a nivel sociopolítico, no con políticas pronatalistas, sino con medidas laborales, habitacionales y un refuerzo de los servicios públicos, desde la educación infantil hasta el acceso a pediatras y matronas”, señala Lafuente. La socióloga cree que señalar este aspecto no debe cargar más peso sobre quienes lo hacen: “Es importante identificarlo como un problema social para poder encontrar estrategias que hagan posible tener hijos antes, sin juzgar a quienes lo hacen después”.

Cada vez más madres por ovodonación

La gran mayoría de los tratamientos de ovodonación van hacia personas a partir de 40 años
La gran mayoría de los tratamientos de ovodonación van hacia personas a partir de 40 años

Sobre la ovodonación investiga desde hace años Anna Molas, doctora en antropología social y también miembro del Grupo AFIN-UAB. Molas destaca que España tiene el número más alto de Europa de mujeres que son madres a partir de los 40 años, doblando la media europea. Esto supone que conseguir un embarazo en muchos casos solo va a ser posible con óvulos de una mujer más joven, es decir, a partir de un tratamiento de fecundación in vitro con óvulos donados.

“Si miramos las cifras oficiales, vemos que la gran mayoría de los tratamientos de ovodonación van hacia personas a partir de 40 años. Estos tratamientos son de los más rentables para las clínicas de fertilidad, por lo que se puede decir que esta industria se nutre principalmente del retraso generalizado de la maternidad”.

Acabar en circuitos de reproducción asistida, y especialmente con óvulos donados, es, como explica Molas, muy duro para muchas mujeres y parejas receptoras. “Además de la implicación física y emocional que trae consigo cualquier tratamiento de reproducción asistida, en el caso de la ovodonación existe mucha incertidumbre”, señala. Y esta sucede porque la donación de gametos en España (a diferencia de la mayoría de los países europeos) es anónima. Esto no solo significa que las receptoras e hijos no podrán conocer a las donantes, sino que el anonimato genera un clima de mucha desinformación sobre el funcionamiento de las clínicas, que a menudo no revelan las condiciones en las que se han hecho estas donaciones o si habrá otras personas que también van a poder usar esos gametos.

Si bien las donantes de óvulos reciben una compensación económica de alrededor de 1.300 euros, los costes para la receptora son muy elevados, con precios que rondan los 20.000 euros, pero que a menudo pueden acabar siendo superiores. Esto, recuerda Molas, hace que el acceso no sea posible para todo el mundo: “Algunas personas tendrán que pedir préstamos y para otras directamente no va a ser pensable”.


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