Las graves consecuencias de pegar a los niños: “Educar pegando no es educar, es aterrorizar”
En los niños, la detección y la intervención precoz son esenciales para evitar un futuro psicológico. Los expertos aseguran que la violencia física en menores implica “un alto riesgo de tener dificultades en las relaciones con iguales, de comportamiento y conductas”
El maltrato físico se define como toda acción voluntariamente realizada que provoque o pueda provocar lesiones. El informe Estrategia de erradicación de la violencia sobre la infancia y adolescencia, del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, recoge que, en 2021, hubo 21.521 notificaciones sobre niños víctimas de violencia. En relación con el maltrato físico, 2.940 niñas lo sufrieron frente a 2.717 niños (datos del sistema de Registro Unificado de Maltrato Infantil). El documento destaca que la edad en la que más casos se detectan está entre los 11 y 14 años, siendo especialmente compleja la detección de violencia ejercida en niños y niñas de cero a seis años. Una información que deja patente lo difícil que resulta descubrir la violencia física ejercida durante la infancia y adolescencia.
Para establecer medidas de protección global frente al maltrato y la violencia contra la infancia y la adolescencia se aprobó en abril de 2021 la Ley Orgánica 8/2021. Su objetivo es garantizar los derechos fundamentales de los niños, niñas y adolescentes y su integridad física, psíquica, psicológica y moral frente a cualquier forma de violencia, asegurando el libre desarrollo de su personalidad y estableciendo medidas de protección integral.
Para profundizar en la relación entre maltrato físico y salud mental, un equipo de psicólogos, psiquiatras y biomédicos de distintas universidades estadounidenses ha llevado a cabo una investigación que ha visto la luz en la revista Biological Psychiatry. Su nombre es Corporal Punishment Is Uniquely Associated With a Greater Neural Response to Errors and Blunted Neural Response to Rewards in Adolescence. La principal conclusión a la que han llegado con el estudio de 149 adolescentes de 11 a 14 años es que quienes experimentan castigos corporales informan más síntomas de ansiedad y depresión cuando son adultos. Este estudio forma parte de una línea de investigación global que analiza la influencia del estrés sobre la ansiedad, depresión y suicidio y sobre un dato que resulta novedoso: el trauma complejo. “Este se produce en la persona que revive la situación de malestar con intensidad emocional y sensación subjetiva negativa, sobre todo, crónica y mantenida”, afirma Pedro Javier Rodríguez Hernández, psiquiatra infantil de la Asociación Española de Pediatría. “Esta situación, en un cerebro plástico en desarrollo como es el del niño, puede provocar más ansiedad y depresión de adulto”, añade.
Rosana Pereira Dávila, psicóloga infantil y juvenil del gabinete Haztúa Psicología Positiva, sostiene que el castigo físico, que también es maltrato físico, es cualquier forma de causar dolor o incomodidad como medio para corregir una conducta o imponer disciplina: “Con independencia del medio con el que se cause el dolor (golpes, azotes, cinturones…), el impacto emocional del castigo es muy alto”. Pereira asegura que es falso el debate acerca de si “un azote a tiempo” soluciona un mal comportamiento o corrige una conducta: “Además, en España, pegar está penado por la ley. Educar pegando no es educar, es aterrorizar”.
Los síntomas aparecen al poco tiempo de que tengan lugar los malos tratos, “debido a que se rompe el vínculo positivo, dado que el apego sano no se da. La ansiedad aparece en la infancia, continúa en la adolescencia, incrementada por los elementos de confrontación propios que aparecen en esta época entre los hijos y los padres, y queda como un rasgo de carácter en la etapa adulta”, relata José Luis Pedreira, profesor de psicopatología jubilado, grado de criminología, de la UNED.
El entorno en el que se produce el maltrato físico va a determinar las secuelas en el niño o la niña y en su futuro desarrollo personal, siendo el producido en el ámbito familiar el que impacta más profundamente, porque quién causa el daño es la persona en la que más se confía. “Cuando la persona que tiene que cuidarte es quien te pega, se generan sentimientos de miedo y falta de confianza en el mundo exterior. El miedo aprendido en el entorno familiar provoca rechazo y aislamiento del exterior”, explica Pereira. En cuanto al castigo físico que se produce en el entorno escolar, según explica, puede perjudicar seriamente el aprendizaje y el desarrollo cognitivo, bases imprescindibles de la vida en sociedad.
“El maltrato físico no resulta fácil de descubrir, pero tampoco difícil, simplemente hay que estar atento primero a lo que dice el niño, y también a sus respuestas ante los mecanismos de reducción educativa o de represión”, indica Pereira. La etapa madurativa en la que se encuentra el menor resulta un factor importante a la hora de poder descifrar si está teniendo lugar ese maltrato físico. Por ejemplo, según señala el experto, en la etapa infantil puede mostrar miedo, ser retraído, ponerse a la defensiva o presentar dificultades cognitivas: “En la infancia tardía, a los nueve o diez años, el menor se retrae con facilidad y tiene ciertas dificultades en la reacción defensiva; se podría decir que se deja pegar, porque se atemoriza frente a esa situación”. Pereira añade que, en la adolescencia, puede pasar de ser un joven retraído y tímido a reaccionar con un mayor nivel de agresividad de lo que cabría esperar.
El castigo físico nunca debe ser una opción en la educación. “Para una mente en desarrollo, puede causar graves consecuencias que afectarán a la persona el resto de la vida, y que le harán necesitar ayuda profesional”, explica el psiquiatra. “Aparte de los trastornos mentales”, prosigue, “hay un alto riesgo de tener dificultades en las relaciones con los iguales, de comportamiento y conductas agresivas, incapacidad para regular las emociones y, por supuesto, problemas graves de autoestima”.
Además, como afirma Rodríguez en ocasiones, aquellos adultos que sufrieron malos tratos físicos durante su infancia o adolescencia reproducen este tipo de comportamientos, porque los patrones conductuales que se aprenden en la infancia se reproducen en la etapa adulta: “Aunque también influye cómo haya sido la evolución o la personalidad del individuo, ya que hay personalidades que son más tendentes a repetir los comportamientos aprendidos en la infancia”.
La detección y la intervención precoz son esenciales para disminuir la probabilidad de que aparezca un trastorno psicológico o psiquiátrico y lograr que el niño que ha sufrido este tipo de maltratos alcance una adultez lo más normalizada posible. Por eso, para erradicar el castigo físico es necesaria la información y la educación de padres y madres: “También proporcionar a los progenitores vías para canalizar el estrés. A mayor estrés en el entorno familiar, mayor probabilidad de usar castigos corporales”. Para Rodríguez hay que ofrecer también a los niños apoyo emocional, favorecer la comunicación para poder escuchar sus quejas, darles un entorno de seguridad y modelos basados en la negociación y el diálogo para la resolución de conflictos.
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