Diana Oliver: “Se exige mucho a las madres: está mal visto que te quejes o que des a luz y estés triste”
La periodista retrata, en ‘Maternidades precarias’, los principales retos y obstáculos a los que se enfrentan las mujeres que deciden ser madres a pesar de las dificultades
La maternidad está idealizada, demonizada y vigilada, pero también invisibilizada como lo que es: uno de los procesos vitales más importantes del ser humano. En pocos años, la maternidad ha pasado de ser una obligación social a casi un privilegio limitado por una sensación de precariedad que lo inunda todo, desde el trabajo a las relaciones interpersonales y la propia salud mental de las madres. ¿A qué problemas se enfrentan? ¿Qué genera ese agotamiento y sensación de culpa por no poder llegar al estándar actual que se les presupone? En Maternidades precarias (Arpa, 2022), la periodista Diana Oliver aborda estas y muchas otras preocupaciones que saturan el día a día de quienes, contra viento y marea, deciden convertirse en madres.
Pregunta. ¿Por qué maternidades precarias?
Respuesta. Son precarias porque el cómo vivimos la maternidad hoy es reflejo de una precariedad estructural que lo atraviesa todo: nuestros empleos, nuestras viviendas y la forma en que nos relacionamos. Se observa en las dificultades que tenemos para ser madres y a la hora de criar y de cuidar, más allá de los discursos imperantes sobre conciliación. La precariedad tiene muchas caras. Muchas veces solo pensamos en lo económico, pero es más que eso. Hay un individualismo en nuestra manera de relacionarnos, que también es precariedad, porque no tenemos alrededor a personas a las que ayudar y que nos ayuden. Y la laboral tiene también muchísimas ramificaciones: la inestabilidad, la incertidumbre y la ausencia de estabilidad marcan mucho psicológicamente e influyen en la salud mental, que se ve deteriorada. Y es ahí donde creo que hay que poner el foco, más que en la conciliación o en los techos de cristal.
P. Hablamos de la maternidad, pero en realidad hay muchas maternidades diferentes, cada una con su precariedad a cuestas.
R. Por supuesto. La maternidad está muy condicionada por tus recursos y tus condiciones económicas. No es lo mismo criar sola que con una pareja, ni cuando eres madre de un niño con discapacidad. Tampoco es lo mismo para una mujer que tiene un trabajo reconocido y bien remunerado, que puede optar a una excedencia, que para otra sin contrato, sin papeles o sin empleo.
P. ¿Qué se puede hacer?
R. Nos tenemos que enfadar más. Es verdad que los cambios son lentos, pero tenemos que exigir más. Habría que poner un poco la mirada en las estructuras que están generando esa precariedad: el aumento de la desigualdad, el que tengamos unos contratos cada vez peores, el carecer de prestaciones universales para cuidar o que no se reconozca el trabajo reproductivo como tal. Hay que hacer de los cuidados un valor real, en vez de usarlos como un discurso vacío. Y todo eso exige un cambio brutal tanto a nivel institucional como social.
P. ¿La conciliación no existe?
R. Es que no se pueden combinar dos cosas tan distintas. Al final, lo que ha conseguido el feminismo neoliberal es que las demandas de mujeres con puestos privilegiados sean asumidas por todas. Pero hay mujeres que ni siquiera se lo llegan a pensar porque no pueden plantearse el teletrabajo, no tienen un contrato, cobran poquísimo o sufren unos horarios completamente irracionales. Hoy las mujeres nos enfrentamos a un mercado laboral superprecarizado; somos las que menos cobramos y las que peores puestos tenemos, y al final estamos centrándolo todo en el trabajo y en la conciliación. Pero, ¿cuántas mujeres se quedan fuera de esto? Hay situaciones en las que no es posible esa conciliación y donde se requiere otro tipo de apoyo y sostenimiento.
P. Como apunta en Maternidades precarias, hemos pasado en muchos casos de tener que tener hijos a no poder tenerlos.
R. Es que antes la maternidad era un destino, y se daba por hecho que tú ibas a tener hijos porque te casabas. Hoy, algunas mujeres podemos decidir cómo, cuándo y con quién tenemos hijos, aunque eso es un poco tramposo, porque realmente te cuesta mucho encontrar las condiciones adecuadas para ser madre. Y luego, a lo mejor, decides tenerlos a pesar de las circunstancias, porque si otras personas han podido criar hijos estando en conflictos o situaciones de hambruna, ¡cómo no vas a poder sacarlos tú adelante! Y te encuentras con que tu precariedad aumenta, con que las dificultades aumentan, con lo imposible que resulta todo.
P. ¿Se sigue exigiendo más a las madres que a los padres?
R. En cuanto hay un padre que se implica en los cuidados, lo valoramos mucho, cuando nosotras estamos haciendo el mismo trabajo desde la dificultad y la precariedad. Por otro lado, los permisos iguales e intransferibles no me parecen bien porque, en primer lugar, las madres pasamos por unos procesos biológicos por los que no pasan los padres, que son un embarazo, un parto y un posparto; procesos muy complejos que tienen que ser acompañados, cuidados y protegidos. Más allá de las 16 semanas, hay un abanico muy amplio de cuidados: hay que seguir cubriendo las vacaciones y las enfermedades; hay que seguir yendo al pediatra y a las tutorías del colegio; hay eventos en la escuela a los que acudir y los niños necesitan tiempo, que es lo que no les damos porque no somos conscientes de ello. Hay que implicar desde ahí, porque es un trabajo que vale la pena hacer.
P. Entonces, ¿los permisos de paternidad no son un avance?
R. Lo son para la paternidad, pero la maternidad sigue estancada desde los años ochenta. Nosotras venimos reclamando permisos más amplios para alcanzar al menos los seis meses de lactancia exclusiva, para estar cuidando al bebé durante al menos su primer año de vida... Y al final seguimos ahí, en las 16 semanas. ¿Por qué no un permiso más amplio que sea de la familia y que se reparta como quiera? Habrá mujeres que decidan que quieren estar ellas el permiso completo y habrá otras que no.
P. ¿Qué exigencias se pone una mujer al ser madre y qué exigencias le impone la sociedad?
R. Socialmente hay muchas hiperexigencias en torno a las madres: está muy mal visto que te quejes, que des a luz y estés triste; que manifiestes que estás agobiada o superada porque no es lo que esperabas, o es mucho más difícil de lo que pensabas. La sociedad no nos permite quejarnos ni estar mal y nos exige llegar a muchísimas cosas que son incompatibles e imposibles. Y luego, aparte, creo que también hay una hiperexigencia propia, la de todo el “yo voy a poder sola” que nos machaca mucho. Y te tienes que sentir orgullosa de poder con ese ritmo de acabar a las 11 de la noche, arrastrada.
P. ¿Por qué es especialmente relevante la salud mental en la maternidad?
R. Es necesario cuidar a las madres por ellas mismas y por su labor, pero también porque haciéndolo también se cuida de los hijos y de toda la sociedad. Ya en el embarazo sufres muchos miedos; en el parto puedes ser víctima de violencia obstétrica; y en el posparto caer en una depresión por la soledad, que es abrumadora cuando te encuentras con un bebé y no tienes a nadie alrededor. Hay que poner el foco en la salud mental, en qué es lo que provoca que se debilite y cuáles son los agentes que la perjudican.
P. En el libro habla del parto de su primera hija, Mara, y de cómo estuvo lejos de ser la experiencia que había planeado. ¿La violencia obstétrica existe?
R. Existe y es el reflejo de cómo se trata el cuerpo de la mujer y cómo se la infantiliza, no dejándola intervenir muchas veces en sus procesos. Muchas de las violencias que suceden en los paritorios se deben a prácticas innecesarias. Y luego está el cómo lo vives tú, porque te puede crear un trauma. Muchas veces no es una violencia evidente, sino sutil, que está en las palabras, en los gestos... La violencia obstétrica tiene muchas formas y por eso pasa tan desapercibida, porque no es solamente esa cesárea innecesaria, esa episiotomía que no deben hacerte o el Kristeller con el que te clavan el codo para hacer bajar el bebé. También hay una violencia que va mermando tu capacidad y tu confianza con respecto a lo que estás haciendo o lo que vas a ser capaz de hacer.
P. Pero, aunque nos estamos enfocando en el tema del parto, la violencia obstétrica sucede también durante el embarazo y el puerperio.
R. Sí, en todo el proceso. En el embarazo te infantilizan mucho y parece que no puedas decidir sobre qué pruebas te haces o no; o cuando dan por hecho que estás pasándolo bien, cuando muchas mujeres sufren durante el embarazo. Y durante el posparto igual; no se sabe acompañar. Hay una revisión del niño sano, pero luego no hay un seguimiento de la madre que acaba de parir y que se acaba de encontrar con una situación completamente nueva. Y muchas veces no se acompaña bien la lactancia. Ahí también hay otro tipo de violencia que quizás no está tan definida ni tan marcada, la de cuando tú quieres amamantar y te ves en un cuestionamiento permanente, o al revés.
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