‘Poli de guardería’ | La primera semana de escuela infantil en la era covid
Nuestro pequeño bebé, que ya no es tan pequeño, acaba de empezar la guardería y, al clásico sentimiento de culpabilidad de los primerizos, se suman las medidas anticovid
Nuestro pequeño bebé, que ya no es tan pequeño, acaba de empezar el curso en la escuela infantil. (Lo que antes conocíamos como “guardería”, siendo una falta de respeto a las profesionales que allí enseñan y cuidan sin ser vigilantes de un parking de niños.) Y ha empezado con el modelo pandémico, que lo cambia o lo complica todo.
Con nuestra hija mayor, que nació en esa época tan cercana y a la vez tan lejana donde solo nos preocupaba que hubiera muchos turistas por la calle, pudimos hacer una adaptación tranquila, con los padres acompañándola dentro del aula durante un ratillo.
En cambio, el bebé lo hemos tenido que entregar en el rellano como si fuera un paquete de Amazon. Al menos no hemos hecho la táctica de algunos repartidores de “se lo dejo en el ascensor y usted lo llama”.
Objetivamente, es sensato el protocolo de que al centro solo entren los adultos que trabajen allí. A menos interacciones, más limpia y segura estará la escuela infantil. Y eso afecta a la salud de nuestros hijos, la principal prioridad de todo el mundo.
Pero así lloran los niños… y lloran los padres.
Al clásico sentimiento de culpabilidad de los primerizos, el “ya no puedo más de estar con este crío” y a los cinco segundos de salir por la puerta del centro ponerse a llorar en plan “he abandonado a mi criatura para trabajar y recuperar mi identidad como persona durante un rato”, se suman las medidas anticovid.
Aunque por supuesto, es mejor que el niño llore un poquito a que te venga sonriente, pero contagiado.
¿Pensarán los niños que los hemos abandonado realmente? Al principio solo estarán una hora sin nosotros, pero como los niños no tienen reloj, se les puede hacer más largo que un bloque de anuncios de Antena 3.
Los filósofos debaten si un árbol hace ruido en el bosque cuando no hay nadie para oírlo, y los padres nos preguntamos si nuestros críos siguen desconsolados cuando no estamos para verlo. O si de verdad, como dicen las profesoras, luego se calman y se lo pasan bien.
Saber que es normal que llore durante el proceso de adaptación no implica que no te duela. Igual que duele pasar la ITV o hacer la Renta por mucho que esté apuntado en la agenda.
Además, hay un spoiler que no queremos oír. Y es que, según las profesoras, personal sobradamente cualificado y con experiencia en muchos inicios de curso, los bebés se adaptan mejor sin los padres.
No es que todos seamos muy pesados, controladores o protectores… pero la combinación de padres inquietos, compañeros desconocidos berreando y entorno nuevo no favorece una adaptación rápida y práctica. Por muy buenas intenciones que tengamos.
Así que confiemos en la gente que se dedica a esto y esperemos que las lágrimas de mayores y pequeños sean cortas y las sonrisas felices lleguen para quedarse todo el curso.
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