La importancia del autocuidado en la crianza
Los papás y mamás necesitamos nutrir nuestro intelecto, nuestra área social, cuidar nuestros cuerpos y buscar ese tiempo para estar con nosotros mismos desde la reflexión y el respeto
Todos tenemos derecho a sentir que la maternidad o la paternidad en ocasiones nos satura o estresa. Que nos pasa por encima como si fuese una locomotora sin control. Que las situaciones que se crean en ocasiones en la crianza con nuestros hijos nos desbordan, nos empequeñecen, nos generan culpa o incertidumbre. Recuerdo un día en el que al salir del trabajo necesité sentarme en un banco sola para intentar recomponerme por dentro y volver a sentir el privilegio de ser mamá. Entonces, mis niños eran muy pequeños y me sentía exhausta al llevar muchas noches sin dormir del tirón, sin tener tiempo para recargar mi energía los fines de semana o hacer actividades que me gustasen. Tenía sentimientos muy opuestos e incluso sentía la añoranza de mi vida anterior.
Somos poco conscientes que vivimos siempre entrelazando tareas, sintiendo el vértigo de que todo va demasiado deprisa, teniendo siempre trabajos pendientes por hacer. No tenemos tiempo para mirar a la vida con pausa y consciencia. El cansancio, el agobio, el agotamiento y la desmotivación nos acompañan a diario en nuestra crianza. Mostramos muchas dificultades para educar desde la tranquilidad, el respeto y la empatía. Para observar como nuestros hijos aprenden, crecen y deciden como quieren leer la vida. Para disfrutar de los pequeños detalles que nos regala a diario nuestro acompañamiento, para achucharles y susurrarles al oído que son lo mejor que tenemos.
En la parentalidad, el estrés, el sentimiento de llegar siempre tarde a todo, nos hace que pasemos largas temporadas de mal humor, que mostremos muchas dificultades para modular nuestras propias emociones, que seamos incapaces de leer correctamente qué sentimientos esconden el a veces desafiante comportamiento de nuestros hijos. Querer, acompañar desde la calma se hace mucho más complicado cuando uno no está bien, cuando eres incapaz de mirar a tus hijos con dulzura, sobrepasado por la vorágine del día al día. Ese momento en el que las rabietas, las peleas contantes entre ellos o la falta de compromiso para asumir sus responsabilidades te sacan de tus casillas y hacen que muestres tu peor versión.
Antes de ser padres, nadie nos explica que educar a nuestros hijos va a ser una tarea ardua, llena de tropiezos y contratiempos. Que la educación es una carrera de fondo donde no existen fórmulas mágicas o atajos a la hora de acompañarles. Porque a ser padres se aprende entre dudas y errores al igual que nuestros hijos aprenden a serlo. Perder el control está permitido, pero pedir ayuda debería ser una obligación. Con mucha maestría las mamás y papás deberíamos aprender a parar y delegar. A ajustar bien las expectativas que tenemos hacia nuestros pequeños y a saber encontrar el equilibrio entre la permisividad y la sobreprotección.
Rara vez logramos cuidarnos y mimarnos como merecemos. A menudo nos dejamos para el final, ya sea porque nos autoexigimos demasiado, priorizamos antes las necesidades de los demás o porque no somos conscientes que los adultos también necesitamos que se ocupen de nosotros. Nuestro bienestar personal y emocional es vital para la salud de nuestra familia. Nuestros hijos necesitan progenitores de buen humor que les contagien a diario las ganas de exprimir cada día, que estén disponibles y presentes, que sean capaces de dar respuesta a sus necesidades. Porque si nosotros no estamos bien, ellos tampoco lo estarán.
Los papás y mamás necesitamos nutrir nuestro intelecto, nuestra área social, cuidar nuestros cuerpos y buscar ese tiempo para estar con nosotros mismos desde la reflexión y el respeto. Aunque sea muy difícil encontrar esos momentos, son esenciales para poder disfrutar de nuestros hijos, para poderles hacer sentir importantes y ser capaces de validar todas las emociones por las que transitan. Esos ratos de autocuidado que nos permitan conectar con nosotros mismos, jaquear nuestro estrés y preocupaciones, mejorar nuestra salud emocional y energizarnos.
- Debemos buscar espacios donde podamos meditar sobre todo aquello que nos pasa o sentimos, donde soltar responsabilidad y huir del agotamiento y el pesimismo.
- Establecer retos personales que nos satisfagan y nos ayuden a encontrar la armonía y mantengan activa nuestra ilusión. Un tiempo personal necesario para recargar energías, para cultivar el alma y reconectar con lo que nos gusta o necesitamos. Priorizarnos mejorará nuestra autoestima, nuestra calidad de vida y nos hará mucho más resilientes.
- Estar bien con nosotros mismos nos permitirá educar desde la conexión, el amor incondicional y el ejemplo enterrando el sentimiento de culpa que tanto nos limita. Ofreciéndoles el tiempo necesario para aprender, para probar sin miedo, para que dibujen su camino desde la autonomía.
- Tener una buena salud emocional nos posibilitará desarrollar estrategias efectivas y afectivas ante los conflictos, comunicarnos desde el respeto y la comprensión, disfrutar al máximo al ver como nuestros hijos crecen a toda velocidad.
- Si queremos que nuestra convivencia familiar sea positiva y feliz, tenemos que empezar por ser madres y padres felices. Adultos que se respeten, quieran, cuiden y conozcan sus necesidades y estados anímicos. Que sepan dosificarse y pidan ayuda sin sentir vergüenza siempre que crean necesitarlo. Que favorezcan el ejercicio de la coparentalidad, que respeten el espacio de su pareja y se conviertan en el mejor ejemplo de autocuidado que sus hijos puedan tener.
No olvidamos jamás que además de ser padres somos personas con una vida propia diferente de la crianza. Como decía Robert C Peale: “La mejor y más eficiente farmacia está dentro de tu propio sistema”.
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