‘Jumanji’ | Niños y juegos de mesa: una divertida y caótica combinación
Entre los confinamientos y el agotamiento de ideas, en casa hemos decidido confiar el ocio familiar a este tipo de entretenimiento
Entre los confinamientos, el agotamiento de ideas debido a las restricciones territoriales y la dificultad de desplazarnos sin entrar en contacto con seres de mascarilla bajada, tabaco en mano y perraco suelto, en casa hemos decidido confiar la diversión familiar a los juegos de mesa.
Y aunque el resultado de momento no es tan caótico y apocalíptico como las plagas desatadas en el Jumanji de Robin Williams, hemos descubierto varias conclusiones que, cuál clickbait, “te sorprenderán”.
La primera es que los niños hacen trampas. Muchas trampas. En parte, podría ser porque las normas son complicadas y les cuesta retenerlas. Pero también podría pasar que quieran ganar a toda costa. Y en su inocencia infantil creen que no nos damos cuenta de sus tejemanejes burdos. Ya son muchos años esquivando a vendedores de filtros de agua que te hacen un regalo si les dejas entrar en casa y les pasas el teléfono de otros incautos, así que estamos habituados a detectar timos.
Y aunque pocos padres lo reconocen, nosotros también jugamos para ganar. Aquí se produce un dilema moral: reforzar la autoestima de tu criatura dejando que gane más o menos legalmente o reforzar la tuya ganando a lo bestia y por goleada.
De todos modos, a veces el dilema desaparece porque el niño desaparece. Y es que los niños de ahora tienden a perder rápidamente el interés por un juego largo. Y esto se traduce en levantarse de la silla, canturrear, bailar, querer mirar el móvil, ir al lavabo cuando les toca tirar… Desconcentran a cualquiera. Así que si queréis ganar en una timba de profesionales, llevaros a un crío de acompañante.
Y si les obligas a centrarse y a quedarse sentados para honrar las reglas del juego, llega su revancha: la tirada de dados imprevisible.
Ni un crupier experto de las Vegas conseguiría esos tiros tan certeros que consiguen que el dado mueva varias fichas del tablero arrastrándolas fuera de su casilla (abriéndose luego un debate sobre dónde estaba cada ficha) y luego caiga al suelo. Por supuesto, el dado se perderá debajo de un sofá y tendremos que buscarlo agachándonos y enseñando la hucha cuál paleta que te arregla el zócalo.
Que pase una vez puede, pero que sea un fenómeno que se repita exponencialmente a medida que avanza la partida, a los adultos nos quita todas las ganas de jugar.
Ya me contaréis en los comentarios a partir de qué edad infantil los juegos de mesa son una actividad relajante y apasionada que te llena las tardes. De momento, a nosotros lo que nos deja son cajas y tableros encima de la mesa sin guardar durante días, fichas que se pierden en cada partida y que serán sustituidas por botones o incluso por fichas construidas recortando cartulinas, algún que otro enfado y esas ganas de domingo por la tarde de rendirte y decirle a tu hijo: “va, ponte la tele y deja de liarla con el dado”.
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