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Donald Trump vota con la promesa de que “no habrá violencia” de sus simpatizantes en las elecciones en Estados Unidos

El candidato republicano pone fin a una campaña marcada en su último tramo por un tono cada vez más violento, misógino y xenófobo

El candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, con su esposa, Melania, tras votar este martes en Palm Beach, en el Estado de Florida. Foto: Brian Snyder (REUTERS) | Vídeo: EPV
Iker Seisdedos
West Palm Beach (Florida) -

The New York Post, buque insignia del conglomerado mediático conservador de Rupert Murdoch, publicó el 16 de noviembre de 2022 en una media columna en página par un suelto rebosante de ironía. Empezaba: “A tan solo 720 días de las próximas elecciones, un hombre jubilado de Florida anunció el martes por la noche que se presenta a presidente”.

Ese Florida Man era, claro, Donald Trump, y este (otro) martes rellenó una papeleta con su nombre en un colegio electoral de Palm Beach, el núcleo urbano más cercano a Mar-a-Lago, la mezcla de club social, campo de golf y hotel en la que tiene fijada su residencia. Tras votar, habló con los reporteros. Les dijo que se sentía “muy confiado en la victoria”. También respondió a la pregunta de si pedirá a sus seguidores que no ejerzan la violencia si no quedan contentos con el resultado. “No hace falta que se lo diga. Desde luego que no habrá violencia. Ciertamente, yo no la deseo”, respondió el expresidente. “Esa gente cree en la no violencia”, añadió, pasando por alto que una turba de sus simpatizantes atacó el Capitolio en Washington tras un mitin en el que el entonces aún mandatario les arengó para que lo hicieran. Unos 140 policías resultaron heridos. Un agente y tres atacantes murieron durante la algarada. Centenares de insurrectos están cumpliendo penas de prisión. Y Trump ha prometido que los indultará si recupera la presidencia.

Los periodistas le preguntaron por la posibilidad de que ni él ni Harris alcanzaran al final del día los 270 votos necesarios para asegurarse el triunfo en el colegio electoral. “Algo así nunca debería suceder”, respondió. Trump también afirmó que está en su ánimo ser “muy inclusivo” si gana. Y esas palabras tampoco casaron bien con la realidad: el candidato ha pasado los últimos días de su campaña elevando el tono violento, misógino y xenófobo de su discurso.

Fue precisamente allí, en Mar-a-Lago, donde Trump anunció, tras el fiasco republicano de las elecciones legislativas de mitad de mandato, que se presentaba por tercera vez a las presidenciales, tras ganarlas por sorpresa en 2016 y perderlas en 2020 contra Joe Biden, una derrota que se negó (y aún se niega a aceptar). Y fue allí también donde en verano de aquel 2022 el FBI entró en busca de las decenas de cajas con papeles confidenciales que se había llevado sin permiso de la Casa Blanca cuando la dejó a regañadientes tras incitar el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021

El texto del Post, que señalaba tanto la prisa de Murdoch por que el movimiento conservador estadounidense y el Partido Republicano pasaran página de una vez de la figura que los puso patas arriba hace casi una década como el momento más bajo de la carrera política de Trump, hacía notar que si el candidato resultaba elegido en estas elecciones tendría 78 años al jurar el cargo. Sería, por tanto, el presidente de más edad a la hora de hacerlo.

Casi nadie, no solo la persona que escribió esos pocos párrafos llenos de mala idea, podía imaginar que ese Florida Man encararía 720 días después un empate virtualmente perfecto con su contrincante, la vicepresidenta Kamala Harris (tampoco muchos habrían apostado entonces por la candidatura demócrata de Harris este martes). Por el camino, Trump ha sido encausado en cuatro juicios por delitos graves (es el primer inquilino de la Casa Blanca en pasar por un trago así), ha visto cómo su contrincante hacía también historia al convertirse en el primer presidente en renunciar a la reelección en medio siglo, y ha sobrevivido a dos intentos de asesinato durante la campaña más igualada y sobresaltada que se recuerda.

En uno de esos juicios, un jurado lo halló en Nueva York culpable de 34 delitos graves relacionados con el pago en negro a la actriz Stormy Daniels para que acallara una relación extramatrimonial que él niega. La ley de Florida no permite a los reos votar, pero también dice que rige la normativa del Estado en el que el delincuente fue condenado. Mientras espera a conocer su condena, cuya lectura está prevista para el 26 de noviembre, Trump se ha beneficiado así de la ley progresista de Nueva York, que permite a los reos votar siempre que no estén en la cárcel.

Y así pudo Trump presentarse a depositar su papeleta poco antes de mediodía en un colegio electoral de Palm Beach, vestido con uno de sus característicos trajes azules, pero sin corbata, acompañado de su esposa, Melania, pero no del hijo de ambos, Barron, que cumplió 18 años en marzo y, por tanto, está en condiciones de estrenarse como votante. Trump también vestía una gorra roja con el lema, su lema, Make America Great Again (Devolvamos la grandeza a Estados Unidos), pese a que la ley estadounidense prohíbe acudir a las urnas exhibiendo mensajes políticos.

10 mitines en tres días

Han sido jornadas intensas: Trump ha dado 10 mítines en solo tres días. El más intenso fue el lunes, cuando pisó cuatro ciudades en tres Estados decisivos: Carolina del Norte, un territorio que ha visitado con una intensidad un tanto desconcertante, Pensilvania ―con sus 19 votos electorales y su importante masa de votantes hispanos, es donde ambos candidatos se juegan media presidencia― y Míchigan. Allí, en la ciudad de Grand Rapids fue donde el candidato republicano despidió en la madrugada del lunes su campaña y, por extensión, un “movimiento político” que, con esa tendencia suya a la megalomanía, le gusta definir como “el más importante de la historia de la humanidad”.

Las últimas palabras del Trump candidato (si gana, la ley no le permite volver a presentarse; si pierde, y admite esa derrota, ha dicho que no volverá a hacerlo) fueron una repetición de algunas de sus promesas estrella: el cierre de la frontera y una deportación masiva ―de nuevo, “la más grande de la historia”―, el final de la inflación, la consecución, sin la ayuda de nadie, de la paz mundial, y la solución de todos los problemas del sistema electoral estadounidense. Volvió a agitar el bulo del fraude en las urnas y puntualizó que no se enfrenta a Harris, sino “al sistema corrupto de Washington” y a la “malvada maquinaria demócrata”.

Su campaña convocó una fiesta para seguir los resultados electorales en un centro de convenciones de West Palm Beach a cuyas puertas había simpatizantes esperando a entrar desde la noche anterior. Una de las incógnitas de la jornada era saber si Trump saldría a celebrar su triunfo antes de tiempo, como hace cuatro años, cuando aún quedaban millones de votos por contar. Tres días después, se supo que había perdido.

Entonces, el candidato se apoyó en lo que se conoce como el “espejismo rojo”, al que suele seguir, como entonces siguió, el “cambio azul”. El rojo es tanto el color republicano en Estados Unidos como el que tiñe los primeros mapas electorales cada cuatro años cuando comienza el recuento y se conocen los resultados de las zonas rurales, más conservadoras, fáciles y rápidas de tabular que los de las ciudades azules (demócratas). En ese cambio de color también suele influir la tendencia de los votantes progresistas a hacerlo por correo, porque esas papeletas se cuentan las últimas.

El Partido Republicano lleva semanas abonando el terreno para denunciar un fraude electoral en un plan que recuerda al que desplegaron Trump y los suyos en 2020. No fue una sorpresa, por tanto, que las denuncias de última hora y las amenazas a los empleados electorales marcaron este martes una jornada en la que un hombre jubilado de Florida podría convertirse de nuevo en presidente de Estados Unidos.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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