La diplomacia ‘vintage’ de Joe Biden permite al presidente apuntarse un tanto con el canje de prisioneros
El demócrata reivindica el multilateralismo como vía para llegar a acuerdos por oposición al aislacionismo de Donald Trump
El Joe Biden que al filo de la medianoche del jueves (madrugada en la España peninsular) dio la bienvenida al pie de la escalerilla del avión a los tres estadounidenses liberados por Rusia en el marco de un canje masivo de prisioneros era la viva imagen de la satisfacción. Y de un triunfo político: el presidente de EE UU se apuntaba por fin un logro, tras semanas de reveses y críticas que le hicieron abandonar la carrera a la reelección. Todo un punto a favor de los demócratas también, logrado a bajo coste: la “decisión difícil”, como la definió el mandatario —excarcelar a un criminal con las manos manchadas de sangre como el ruso Vadim Krasikov—, le correspondió a Alemania. Con Kamala Harris a su vera para recibir a Evan Gershkovich, Paul Whelan y Alsu Kurmasheva, la escenificación de un momento especialmente emotivo proyectó también una imagen a la vez institucional y electoral: un broche para el legado de Biden; un empujoncito más a la vicepresidenta hacia la nominación demócrata (el viernes sumó los votos necesarios).
Pese a las horas, Biden aguardó la salida del avión de cada uno de los liberados, se fundió en un abrazo con ellos; bromeó y puso su pin de la bandera estadounidense en la solapa del exmarine Whelan y, cuando parecía que el acto había acabado, rompió la barrera del protocolo y se acercó primero al grupo de cámaras y después, amagando una carrerita por la pista, al de informadores, con Harris tras él, en su doble papel institucional y presidenciable. “Esto es maravilloso”, dijo espontáneamente, sin ser preguntado. “Ha tardado mucho, pero estaba absolutamente convencido de que lo conseguiríamos. Lo que dije [en un mensaje desde la Casa Blanca, horas antes] iba en serio: las alianzas marcan la diferencia”.
Las alianzas y la paciencia, cabría añadir: los mimbres de un modelo de diplomacia en las antípodas de lo que considera como tal el republicano Donald Trump; basado en la interconexión, la perseverancia en las negociaciones y la forja de acuerdos —algo que, sin embargo, no le ha servido en las guerras de Ucrania y Gaza, en la que Washington media— y que un asesor del presidente definió como “diplomacia vintage”. La propia de un político con 50 años de carrera que, antes de llegar a la Casa Blanca, conoció sus intríngulis como miembro del Comité de Exteriores del Senado y, después, vicepresidente de Barack Obama. La política exterior de su mandato, que arrancó cuestionada por la caótica retirada de Afganistán en agosto de 2021, se resarce ahora con el logro de la liberación, en la que su Administración ha trabajado durante meses.
Y pese a las horas, y lo avanzado y tórrido de la noche, el presidente quiso compartir su modelo: la diplomacia como labor de zapa, en una red multilateral de socios y aliados. Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, había recurrido a esa etiqueta (vintage: clásico, de toda la vida) para definir el encaje de intereses contrapuestos que tejieron Estados Unidos, Alemania, Polonia, Eslovenia, Noruega y Rusia para liberar a 24 presos, más los dos hijos menores de un matrimonio ruso que se hizo pasar por argentino. Al acercarse a los periodistas en la pista de la base aérea de Andrews, mientras los liberados se abrazaban con sus familias fuera de los focos, Biden dio detalles del acuerdo: “Les pedí que hicieran algunas cosas que iban en contra de sus intereses inmediatos y que les resultaba muy difícil hacer, especialmente a Alemania y Eslovenia. Eslovenia llegó en el último minuto y..., y les diré algo, el canciller estuvo increíble. Estuvo increíble. Así que...”, titubeó, con Harris a su derecha. “Eslovenia hizo el movimiento correcto en el momento correcto y así es como se consiguió: con mucha ayuda”.
El mandatario demócrata se refería a la difícil digestión desde el punto de vista político interno de poner en libertad al preso ruso acusado de matar a un opositor checheno en Berlín, que ha costado numerosas críticas al canciller Olaf Scholz, y al matrimonio de espías ruso en Eslovenia, incluidos en el canje y recibidos en Moscú por el presidente Vladímir Putin. Biden realizó la llamada decisiva al primer ministro esloveno, Robert Golob, horas antes de anunciar su retirada de la carrera electoral el pasado 21 de julio. “Lo habría hecho igual, aunque siguiera optando a un segundo mandato, no tenía nada que ver [con las expectativas electorales]. Tuvo que ver con la oportunidad y con tratar de convencer al último país [necesario para cerrar el trato] de que diera un paso adelante”, contó a los periodistas.
Nada que ver con las promesas de Donald Trump de que él sería capaz de devolver a los presos por sí mismo, sin ayuda ni dar nada a cambio. Preguntado al respecto en la Casa Blanca, horas antes de la llegada del avión, Biden contraatacó con un interrogante: “¿Por qué no lo hizo cuando era presidente?”. Una hora después, el republicano arremetía contra el acuerdo de canje, diciendo que sentaba un “mal precedente” y sugiriendo en su red social, sin manifestar ninguna alegría por el regreso a casa de los tres estadounidenses, que el trato no favorecía los intereses nacionales. “¿Cuánta gente conseguimos frente a ellos? ¿Les pagamos también en efectivo? ¿Nos están dando dinero en efectivo (Por favor, retira esa pregunta, porque estoy seguro de que la respuesta es NO)?”, escribió en Truth Social. “¿Estamos liberando asesinos o matones?”.
Moneda de cambio
Incluso alardeó de haber logrado gratis la excarcelación de ciudadanos retenidos en el extranjero. En 2017, autorizó un pago de dos millones de dólares a Corea del Norte para traer a casa al universitario Otto Warmbier, aunque no está claro si el dinero llegó a pagarse, porque el joven estaba en coma cuando abandonó el país y murió poco después de llegar a EE UU. En 2022, el republicano afirmó que había rechazado un acuerdo para liberar a Whelan a cambio del traficante de armas Viktor Bout, el llamado mercader de la muerte. Bout fue la moneda de cambio para devolver a EE UU a la baloncestista Brittney Griner, durante la presidencia del demócrata. Un canje que el republicano calificó de “loco y malo”.
Pero Biden insistía en la pista de aterrizaje: “No hay nada fuera de nuestra capacidad cuando actuamos juntos... nada, nada, nada. Recuerden quién demonios somos. Somos los Estados Unidos de América. Los Estados Unidos de América. Y tejimos relaciones con países que no habíamos tenido antes. Reconstruimos la OTAN. Reconstruimos las circunstancias que permitieron que esto sucediera, por eso sucedió”. Un claro mensaje al republicano y su política de aislacionismo y desdén hacia el multilateralismo.
Kamala Harris, que también participó en las negociaciones —se reunió con Scholz durante la última conferencia de seguridad de Múnich, en febrero—, parecía en ocasiones tentada a agarrar por el codo a su jefe y llevarlo de vuelta a la caravana de coches; el propio Biden daba señales de cansancio y torpeza, pero su entusiasmo superaba cualquier apuro. Tuvo tiempo incluso para hablar de Oriente Próximo, de su preocupación por la escalada de la tensión tras los ataques de Beirut y Teherán contra un dirigente de Hezbolá y el líder político palestino Ismail Haniya, respectivamente. “Tenemos la base para un alto el fuego [en Gaza] y el primer ministro [israelí] debería avanzar en ello ahora”, apuntó sobre su última conversación con Benjamín Netanyahu, el mismo jueves. Biden aseguró que el asesinato de Haniya “no” aleja la posibilidad de alto el fuego, pero rehusó pronunciarse sobre la posibilidad de que Irán devuelva el golpe a Israel, directamente o por mano interpuesta. Su última referencia exterior fue a Putin. Preguntado por qué le diría al presidente ruso, Biden se limitó a decir: “Stop” (Pare).
El canje “es un elemento importante en la forja del legado de Biden en su periodo como pato cojo, el tipo de éxito que pasa a formar parte de los libros de historia. Y lo que es bueno para Biden es bueno para la vicepresidenta Harris”, explicó Julian Zelizer, historiador presidencial de la Universidad de Princeton, al diario The Washington Post. El mismo pato cojo que indiferente al cansancio o la torpeza o el final de su mandato daba saltos de alegría el jueves por la noche en la pista de aterrizaje de la base de Andrews.
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