Meir Margalit, escritor israelí: “La mayoría de la sociedad israelí quiere ver a los palestinos humillados”
El historiador y exconcejal izquierdista en Jerusalén asegura que el Gobierno “no quiere solo destruir a Hamás” sino también “acabar con la Autoridad Palestina”


Toda guerra tiene su batalla por doblegar el lenguaje. En esa contienda anda enfangado el escritor e historiador israelí Meir Margalit (Buenos Aires, 73 años). Es prudente al conversar. Le cuesta admitir que hablar como él lo hace en Jerusalén, ciudad a la que emigró hace medio siglo, es peligroso. “Corro riesgos”, reconoce en esta entrevista telefónica. Confiesa que su esposa lo mira en ocasiones con cierto temor cuando se pronuncia sobre Israel y la barbarie en Gaza. Piensa que le puede costar muy caro. “No puedo callar, no quiero ser cómplice”, prosigue Margalit. “No puedo escaparme, tengo hijos y nietos. Lo mínimo que puedo hacer es denunciar las cosas y llamarlas por su nombre”.
Exconcejal en Jerusalén por el partido pacifista de izquierda Meretz, Margalit imparte hoy clases en un centro académico de la ciudad, donde, según relata, trata de comprender a los jóvenes. Es muy duro hacia el Gobierno israelí y hacia su propio pueblo. El próximo sábado, Margalit publica El delirio de Israel (editorial Catarata), su último ensayo. “Ningún país se convierte en asesino de la noche a la mañana”, dice en una de las páginas. Una frase por la que quizá su esposa le mire de nuevo algo preocupada.
Pregunta. ¿Cómo convive con ese intento diario de comprender lo que ha pasado en Israel, su país, en estos dos últimos años?
Respuesta. Usaría la palabra angustia. Vivimos todavía en el 7 de octubre [de 2023], ese día no ha concluido. Es perpetuo, un dolor que llevamos encima y que no se cerrará, primero hasta que no vuelvan los secuestrados, pero también hasta que Israel no se retire de Gaza. Nos cuesta comprender las cosas más cotidianas, porque conceptos que teníamos en mente hasta entonces han decaído, como que no se puede matar así porque sí a mujeres y niños, o que, si ciudadanos israelíes caen presos, el Gobierno hará lo posible y lo imposible para liberarlos. Nos cuesta entender la realidad, comprender qué pasa alrededor. Estamos confundidos. ¿Cómo es posible que nuestra gente sea capaz de cometer barbaridades de esta magnitud? No nos permite vivir tranquilos, razonar de forma sensata.
P. Pero ¿ese esfuerzo de entendimiento es mayoritario en la sociedad israelí?
R. La gran mayoría no solamente no quiere saber, sino que está muy orgullosa de grandes actos heroicos al estilo Hollywood, como introducir un misil a 2.000 kilómetros por la ventana de una casa para matar a una persona. Los que estamos profundamente dolidos somos pocos. Es triste decirlo. La mitad del país quiere acabar con esta guerra, pero por el regreso de los secuestrados, no porque haya algún tipo de empatía hacia Gaza. Hay quien dice que primero devolvemos a los rehenes y después, si es necesario, seguimos combatiendo.
P. Cuando se habla de castigar a Israel se trata de evitar el daño al pueblo israelí, a la gente. ¿Lo comparte?
R. Leí un artículo en el diario Haaretz de Nir Hasson, que ya hace años que lucha contra la ocupación. Usa la palabra “comunidad de criminales”, y agrega: “Yo también soy parte de ella”. Es muy valiente. Yo repito una y otra vez: no en mi nombre. Vivo en el exilio en la misma ciudad en la que vivía antes del 7 de octubre, en la que he vivido desde hace 50 años. No todos somos parte de la barbarie, pero el pueblo tiene que sentir [el efecto de] las sanciones o el Gobierno no cambiará sus posturas. Cada año podemos salir de vacaciones a Barcelona o a cualquier otra playa de Europa y, como la economía funciona, no hay incentivos para que el israelí comprenda que algo está funcionando mal.
P. Habla en su libro de “predisposición homicida”, una expresión muy dura. ¿A qué se refiere?
R. Los documentos históricos me demuestran que Israel siempre se propuso crear un gran Estado, lo más grande posible. Y para ello había que echar a los palestinos, y para echarlos había que asustarlos, y para asustarlos había que matar. Es una actitud. Lo vemos a lo largo de toda la historia de Israel, con la diferencia de que antes nos daba vergüenza. Nadie salía a publicarlo, nadie estaba orgulloso de entrar en una aldea palestina y matar a civiles con la intención de que todos abandonasen sus casas y así poder ocupar. Ahora esas cosas se dicen en Facebook. Los soldados, cuanto más matan, más orgullosos están. Desde que Israel decidió crear un Estado y no conformarse con las fronteras que la ONU le dio en noviembre de 1947, empezó a desarrollarse esa predisposición a matar. El fin justifica los medios.
P. Recuerda a la “banalización del mal” de la que hablaba Hannah Arendt al referirse al nazismo. No sé si es exagerada la comparación con lo que sucedió hace 80 años.
R. A usted le cuesta usar la palabra Holocausto. Estuvo dando vueltas para no pronunciarla y yo estoy en la misma situación.
P. Tiene razón.
R. No creo que el Holocausto sea comparable al genocidio. No hay cámaras de gas en las que se esté metiendo a gente. No quiero hacer comparación con nada. Lo único cierto es que, por ser yo hijo de supervivientes del Holocausto, la vergüenza me consume. Estoy sumergido en una vergüenza infinita. Es claro que hay cosas que me recuerdan a lo que mis padres pasaron en la Europa de los años treinta. Mi familia vivió pogromos y de pronto tengo aquí a jóvenes que se autodenominan religiosos organizándolos. Y con eso y todo, no estoy en condiciones anímicas de hacer una comparación entre el Holocausto y lo que está pasando ahora. Es indescriptible e insoportable. Me pregunto a diario cómo es posible que nosotros, el pueblo judío, después de tanto sufrimiento, seamos capaces de producir un sufrimiento de esta magnitud a otro pueblo.
P. ¿Qué significa para la sociedad israelí ganar esta guerra?
R. Al israelí le gustaría ver a los combatientes de Hamás salir de sus túneles con las manos en alto, con el miedo en la mirada y arrodillados. Pero el problema es que ni siquiera el ejército sabe qué significa una victoria total. El mismo general en jefe del ejército le pide al Gobierno objetivos claros; el ejército dice que una guerra sin una perspectiva o un horizonte político no sirve para nada. La mayoría quiere ver a los palestinos humillados. Pero incluso la derecha más o menos racional comprende que esto es imposible. El Gobierno no quiere solo destruir a Hamás, lo que quiere es acabar con la Autoridad Palestina, con la opción de dos Estados para dos naciones; anexionarse Cisjordania para terminar para siempre con la idea de un Estado palestino.
P. Ha defendido, como idea utópica, un solo Estado binacional, pero más que utopía suena a un imposible en el actual contexto.
R. Recuerdo cuando vino aquí el presidente egipcio Anuar el Sadat. Dos semanas antes, nadie podía imaginarse que algo así pudiera suceder. También me acuerdo de la caída del muro de Berlín, la Unión Soviética o el apartheid. Con esos ejemplos históricos, tengo la esperanza de que toda esta idea de un Estado pueda llegar a suceder cuando la masa crítica de sanciones y protestas llegue a un punto en el que caiga el Gobierno y alguien se dé cuenta de que hay que cambiar de dirección.
P. ¿Dónde quedó el sionismo que defendía con 20 años?
R. El sionismo, desde sus inicios, tuvo por lo menos dos vertientes claras: una de ellas, la humanista. Su exponente más conocido es el filósofo Martin Buber, que estaba a favor de un Estado binacional. Yo me enganché a ese sionismo humanista. Llegué al país en 1972 y un año después tuvo lugar la guerra del Yom Kipur [donde resultó herido]. A partir del momento en el que me sumergí en la sociedad israelí, comprendí que el sionismo humanista no existía, que pasó a ser militarista. No lo puedo compartir. El 7 de octubre dejó clarísimo que el objetivo principal del sionismo, proteger al pueblo de Israel para que no suceda algo similar al Holocausto, se ha desplomado.
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