Starmer enardece a los laboristas al convocarles a luchar contra la ultraderecha de Farage
El primer ministro logra salir ileso de un congreso el que voces internas del partido reclamaban incluso su sustitución


La política es la habilidad de lanzar un mensaje claro y, si es posible, acompañarlo de una imagen potente. Cuando Keir Starmer ha pedido a los miles de delegados convocados en el congreso de Liverpool que agitaran sus banderas, el auditorio principal del Exhibition Center se ha llenado de cruces de San Jorge, de cruces de San Andrés o de dragones rojos, convenientemente repartidas antes por la organización. Y de Union Jacks. Frente a la bandera que estos días ha agitado la ultraderecha en suelo británico, el Partido Laborista ha respondido con los estandartes de Inglaterra, Escocia, Gales y del Reino Unido. “Son nuestras banderas, compañeros. Y nunca las vamos a rendir a nadie. Unamos a nuestro país detrás de ellas, porque no es momento para los que dividen, sino para los que unen”, ha gritado a los suyos el líder de la formación y primer ministro británico.

Starmer ha encontrado en Liverpool la voz, el enemigo y el mensaje con los que pretende remontar una situación desastrosa, con su popularidad hundida en las encuestas, la economía lastrada, la izquierda del partido rabiosa e inquieta, la ultraderecha embravecida y los votantes decepcionados. La voz ha sido la del tono desafiante que reclama la urgencia de un momento histórico: “Nuestro país se enfrenta a una decisión trascendental. Hemos llegado a un cruce de caminos. Tenemos que elegir entre la dignidad o la división. Entre la renovación o el declive. Entre un país orgulloso de sus principios y capaz de controlar su futuro o uno que sucumbe ante la política del continuo agravio y de las quejas”, ha advertido el líder laborista.
El enemigo se llama Nigel Farage, el político populista que con su partido, Reform UK, ha agitado de nuevo la xenofobia y el discurso contra la inmigración que tantos réditos le dio durante la campaña del Brexit. “¿Cuándo le habéis oído decir algo positivo sobre el futuro? No puede, porque no le gusta el Reino Unido. No cree en el Reino Unido, y os pide que tengáis las mismas dudas que él respecto al país. Por eso recurre al agravio. Quiere convertir una nación orgullosa y que confía en sí misma en una competición de victimismo”, se ha lanzado Starmer a atacar a Farage. El Partido Conservador, dicen las encuestas, ha desaparecido del mapa. Y muchas voces dentro del Partido Laborista exigían a su líder que no perdiera más el tiempo y se lanzara a la yugular de quien más votos puede arañar con sus cantos de sirena xenófobos de unas clases trabajadoras descontentas con su presente y su futuro.
Y el mensaje, ubicuo en multitud de carteles a lo largo del edificio que alberga el congreso, es el de “renovación”. Un patriotismo renovado, defiende Starmer, que sea capaz de poner en marcha de nuevo la economía del país con unas cuentas equilibradas, unos servicios públicos que vuelvan a funcionar y la inversión necesaria en la industria nacional. Todo lo que ya prometió el partido hace más de un año y que los ciudadanos, a los que el primer ministro pide paciencia, no perciben aún en sus bolsillos.
Pero sobre todo, Starmer ha querido presentar otro tipo de patriotismo ante los suyos. “Para mí, ese patriotismo es amor y orgullo. Supone servir a un interés más importante que tú mismo, un propósito común. Y me pregunto una y otra vez, ¿Farage y su partido aman nuestro país, quieren trabajar por él, o solo agitar la división en su propio beneficio?”, decía el primer ministro.
Control de la inmigración
Cada vez que el actual Gobierno británico anunciaba un endurecimiento de las leyes de migración, las minorías étnicas del partido, el ala más a la izquierda o las organizaciones humanitarias expresaban su rechazo y disgusto. Starmer, decían, se limita copiar y hasta a superar las propuestas de Farage y de la ultraderecha.
El primer ministro ha querido atajar esos reproches en su discurso en el congreso de Liverpool, que críticos y aliados habían definido como clave para su supervivencia política y su autoridad entre los suyos. Ha buscado marcar una clara distancia entre sus esfuerzos por controlar la inmigración y la xenofobia de la ultraderecha. Ha intentado convencer a los delegados laboristas de que hay argumentos razonables para reforzar el control de las fronteras. “Controlar la migración es un objetivo razonable; arrojar ladrillos contra la propiedad privada no lo es”, ha señalado, en referencia a la cada vez más habitual violencia callejera contra los hoteles que acogen a inmigrantes y refugiados. “Defender la libertad de expresión es una cualidad británica, pero incitar a la violencia racista y al odio es un crimen”, ha añadido Starmer en un discurso de intensidad creciente y sostenida para animar a los suyos. “Y este gran partido está muy orgulloso de la bandera, pero cuando se pinta al lado de un grafiti en el que se dice al dueño de un restaurante chino que se vuelva a su país, eso es racismo”, ha denunciado.
Starmer ha decidido que su misión durante los cuatro años que aún le quedan de mandato es lograr que la economía del Reino Unido vuelva a crecer, sí, pero también, y sobre todo, frenar el auge de la ultraderecha, y evitar que se cumpla la pesadilla que muchas analistas comienzan a ver posible: que Farage se convierta en el nuevo primer ministro del país.
El líder del Partido Laborista ha logrado sortear todos los peligros de un congreso que se presentaba complicado, con voces internas que reclamaban ya su sustitución. Lo ha hecho ofreciendo a los suyos una causa común, la lucha contra la amenaza populista. Está por ver si la mayoría de los votantes británicos hace suya también esa batalla, o siga pensando, como reflejan los sondeos, que el actual Gobierno laborista no sirve, y que es necesario ensayar algo nuevo.
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