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Israel ataca, el mundo se pone de perfil

La alianza de EE UU con el Estado judío, unida a los lazos históricos, sentimentales y económicos de muchos países con Oriente Próximo, evitan una condena clara y unánime de la barbarie en Gaza

Un ciudadano palestino trasladaba este jueves el cuerpo de su hija, de 11 años, muerta por un bombardeo israelí en Ciudad de Gaza.

Uno de los mejores relatos sobre la partición de Palestina votada en la Asamblea General de la ONU el 29 de noviembre de 1947 dice: “En la breve historia de las Naciones Unidas, raramente un debate había desencadenado tantas pasiones. Cada uno de los países representados debía a aquel territorio, de alguna manera, una parte de su herencia espiritual”. El fragmento pertenece a la obra Oh, Jerusalén, publicada en 1971 por el francés Dominique Lapierre y el estadounidense Larry Collins. Mucho de lo que escribieron está vigente. No solo aquel terreno de lo sentimental que aún condiciona la toma de decisiones sobre Oriente Próximo, sino también el más instrumental, como las presiones de Estados Unidos a Liberia a través de la empresa Firestone, con inversiones en el país africano, para que votase sí a la resolución que alumbró el Estado judío. Casi ocho décadas después, la enésima ofensiva de Israel sobre la franja de Gaza, que suma ya cientos de civiles palestinos muertos esta semana, vuelve a poner al mundo ante su espejo. Y, de nuevo, de Washington a Bruselas, de Brasilia y Buenos Aires a Amán, El Cairo y Moscú, el corsé de los lazos históricos y económicos en la región evita una condena clara y unánime de la barbarie.

El distanciamiento, en ocasiones, de la Unión Europea, que sí califica a Hamás como grupo terrorista, refleja bien cómo se inclina el péndulo de la política exterior. El pasado martes, poco después del bombardeo israelí que hizo saltar por los aires la tregua en Gaza, la alta representante europea para la Política Exterior, la estonia Kaja Kallas, emitió una nota en la que deploraba la acción. Kallas pedía a Israel, con un lenguaje comedido, que pusiera fin a las operaciones, y a la milicia palestina que liberara a los rehenes. “[La UE] insta a Israel a actuar con moderación y a reanudar la entrada sin trabas de la ayuda humanitaria y el suministro de electricidad a Gaza”, decía el texto. Habían muerto más de 400 gazatíes en una noche.

El presidente del Consejo Europeo, el portugués António Costa, se pronunció de un modo más personal al admitir su “conmoción y tristeza”. La alemana Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, acusada ya en el pasado de tibieza ante el uso desproporcionado de la fuerza israelí, permaneció en silencio. Lejos queda el llamamiento del español Josep Borrell, antecesor de Kallas, a romper el diálogo con Israel, esencial en el Acuerdo de Asociación entre la UE y el Estado judío —el mercado comunitario es el principal para las exportaciones israelíes—. Cayó en saco roto. Existen muchas cancillerías europeas, con Hungría y República Checa a la cabeza, que, además de mantener una gran afinidad con Israel, no quieren en modo alguno enojar a su gran aliado: Estados Unidos.

De hecho, y pese a existir una orden de arresto dictada por el Tribunal Penal Internacional contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con la acusación de haber cometido crímenes contra la humanidad, nadie espera que se materialice a corto plazo. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que como EE UU e Israel ataca la legitimidad de ese tribunal, ha invitado recientemente al primer ministro israelí a visitar su país.

Ucrania está más cerca

El cálculo en los pronunciamientos sobre Israel contrasta con la artillería desplegada en Bruselas contra Rusia, en el plano diplomático y en el punitivo, tras el inicio de la invasión a gran escala de Ucrania hace tres años. Las sanciones europeas por la violencia de Israel contra los palestinos se limitan a castigar a colonos radicales o grupos extremistas que actúan en Cisjordania y Jerusalén Este, no al Gobierno israelí. El recuerdo del Holocausto sufrido por los judíos, además, aún condiciona todo lo relacionado con Israel. “Los actores internacionales tienen opiniones sólidas sobre el conflicto [en Oriente Próximo], basadas en narrativas contrapuestas y legados traumáticos”, afirma Will Todman, del Center for Strategic and International Studies (CSIS). “Pero a muchos europeos la guerra en Ucrania les resulta más cercana que la de Gaza”.

El pasado noviembre, más de 160 organizaciones, entre ellas Human Rights Watch (HRW), pidieron en una carta a la Comisión Europea que prohibiera el comercio con los asentamientos ilegales israelíes. No hubo respuesta. “Si en Ucrania hemos visto a la UE en su mejor momento”, apunta Claudio Francavilla, de HRW, en referencia a la presión de Bruselas a Moscú, “en Palestina la hemos visto en su peor momento”.

Son tiempos también difíciles para pedir cuentas en Washington —que mantiene una aportación financiera fija de 3.800 millones de dólares a Israel—, con una Administración en total sintonía con las posiciones más ultras del Gobierno de Benjamín Netanyahu. El presidente Donald Trump no solo justifica la ofensiva en Gaza, sino que amenaza a Hamás con el “infierno”. Una vuelta de tuerca más al alineamiento que ya mantuvo Joe Biden con Israel. Con una novedad: “El nuevo enfoque de la Administración Trump”, apunta Todman, “reduce la discrepancia estadounidense sobre los conflictos en Ucrania y Gaza”. “En ambos casos, EE UU ejerce mayor presión sobre el actor más débil”, subraya.

También hay países que, en el actual contexto, han virado, como la Rusia de Vladímir Putin, que estos días ha rebajado su tono contra EE UU. “Es imposible resolver la cuestión de la liberación de rehenes por la fuerza”, se limitó a decir el martes el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, tras la nueva ofensiva israelí. “Rusia condena enérgicamente cualquier acción que provoque la muerte de civiles y la destrucción de la infraestructura social”, añadió. Algo ha llovido desde que Putin culpase sin tapujos a EE UU del conflicto en la región. Fue hace año y medio, tras el ataque en territorio israelí de la milicia Hamás, con la que Moscú tiene buenas relaciones.

Cualquier sobresalto en Oriente Próximo agita la comunidad internacional más que cualquier otro escenario convulso —son muchos los países asiáticos en los que cientos de personas muestran a diario en las calles su apoyo a los palestinos—; pero eso no se traduce prácticamente nunca en consecuencias para Israel (Hamás sí es objeto de sanciones internacionales). Buen ejemplo es América Latina, un continente activo pero con influencia limitada, en ocasiones, por el socio estadounidense. El mensaje difundido el martes por la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, en el que expresó su “consternación” por la violación del alto el fuego en Gaza, sin citar a Israel, contrastó con la beligerancia del Gobierno brasileño, que denunció en un comunicado que el ejército israelí había atacado zonas declaradas “seguras”, con el resultado de “cientos de palestinos muertos, entre ellos un gran número de niños”.

En el mismo tono condenatorio se expresó Colombia. Pero del presidente argentino, Javier Milei, que mantiene una estrecha relación con la comunidad judía y Netanyahu, además de una gran amistad con Trump, no se espera más que nuevas descalificaciones hacia Hamás, milicia a la que acusó ya en el pasado de “nazismo”.

El pasado octubre, el centro de análisis International Crisis Group (ICG) analizó la atención mostrada a los conflictos en activo en la Asamblea General de la ONU celebrada un mes antes. La crisis en Oriente Próximo se situó en cabeza, citada por 144 países más la UE. De estos, 28, en su mayoría latinoamericanos y miembros de la Organización de la Conferencia Islámica, acusaron a Israel de genocidio.

“Diría que es uno de los conflictos más unificadores en la ONU”, señala Richard Gowan, analista del ICG. “La gran mayoría de los miembros de Naciones Unidas apoyan instintivamente a los palestinos y no creen que puedan ignorar su sufrimiento”. “EE UU y algunos europeos”, continúa, “no parecen comprender cómo la mayoría de los países ven Oriente Próximo”. Según Gowan, los diplomáticos estadounidenses “creen que la ONU es un obstáculo y una molestia para su diplomacia con los israelíes y los árabes”. Ni que decir tiene que cualquier resolución de calado presentada en el Consejo de Seguridad está expuesta al veto de Washington. Gowan resalta la “hipocresía” de muchos Estados no occidentales que condenan a Israel en Nueva York por “motivos de relaciones públicas”, pero son incapaces de establecer sanción diplomática alguna.

La calle árabe

En este último pelotón estarían los vecinos de la región. Para muchos regímenes árabes, la cuestión palestina entraña un delicado encaje de bolillos que condiciona su acción. Por un lado, el holgado apoyo de sus ciudadanos a la causa palestina les fuerza a condenar las agresiones israelíes, pero sin abrir espacio a protestas que se les puedan volver en contra. Por otro lado, países como Egipto, Jordania y Emiratos Árabes Unidos mantienen lazos económicos y de seguridad estratégicos con Israel y EE UU.

Egipto es, después de Israel, el mayor receptor de financiación militar de Washington en el mundo, con unos 1.200 millones de dólares al año. Amán recibe unos 1.450 millones de dólares anuales de EE UU, su principal donante. El comercio entre Israel y Emiratos, que normalizaron relaciones en 2020 —a través de los Acuerdos de Abraham a los que se sumaron Bahréin, Marruecos y Sudán—, ya superó los 3.000 millones de dólares en 2024.

A raíz de la nueva ofensiva militar en Gaza, los dos principales países mediadores —Egipto y Qatar— han denunciado los ataques israelíes y han alertado de los efectos que pueden acarrear para la estabilidad regional. Pero, a efectos prácticos, ambos han optado por canalizar su respuesta por la vía diplomática.

Jordania y las potencias árabes del Golfo, incluidas Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, se han sumado a las condenas de la ofensiva israelí y a las llamadas a la comunidad internacional para frenar la escalada, pero sin adoptar medidas para presionar a Netanyahu. Hasta ahora, su respuesta colectiva se ha encauzado a través de organismos regionales estériles como la Liga Árabe, que el miércoles adoptó una resolución de 22 puntos sin ninguna acción concreta. “Esta condena meramente retórica evidencia sus limitaciones prácticas como actores políticos y de seguridad”, afirma Umer Karim, investigador del Centro Rey Faisal de Investigación y Estudios Islámicos. “Cualquier intento de enfrentarse directamente a Israel, de cualquier forma, no sentaría bien en la Casa Blanca, poniéndolos directamente en el punto de mira de la Administración Trump, algo que todos quieren evitar”, agrega.

Los pocos sondeos de la opinión pública que se han realizado en la región muestran que amplios sectores de la población árabe defiende medidas mucho más firmes contra Israel. Entre ellas, por ejemplo, romper relaciones; enviar ayuda a Gaza sin condicionarla a la aprobación israelí; recurrir a la carta del petróleo para presionar a la comunidad internacional; y suspender relaciones comerciales con el país. Pero, de nuevo, la voluntad de la calle árabe está muy lejos de aquellos que gobiernan en palacio.

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