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Las amenazas de Trump dan alas al independentismo en Groenlandia

La intención del presidente de anexionar a Estados Unidos la mayor isla del mundo impulsa el debate sobre la autodeterminación en este territorio autónomo del reino de Dinamarca

Carteles electorales frente al instituto de Nuuk (Groenlandia), horas antes de que se inicie el último debate electoral, este sábado.Foto: Mads Claus Rasmussen | Vídeo: EPV
Carlos Torralba

Inunnguaq Jensen le pide un cigarrillo a cada fumador que ve por las calles de Nuuk, la capital de Groenlandia. Cuando además de tabaco le ofrecen fuego, explica con timidez que prefiere guardarlo para más tarde. El joven, de ojos rasgados, tez morena, bigote poblado y aspecto desaliñado, sostiene que hasta hace unos días nunca le había interesado la política. “El martes votaré por primera vez”, asegura con cierto orgullo. “Aún no tengo claro a qué partido, pero a alguno que sea claramente independentista. Aquí somos muy pocos, pero tenemos muchísimos minerales, gas y petróleo por explotar, además de la pesca”, desarrolla. “Podríamos ser tremendamente ricos. Yo tendría un empleo fijo y hasta podría comprar cigarros”, sentencia Jensen, de 23 años y que jamás ha salido de Nuuk.

Las elecciones parlamentarias del martes en este territorio autónomo del reino de Dinamarca no han atraído únicamente la atención de nuevos votantes como Jensen, sino de medio mundo. El interés de Donald Trump en anexionar la isla, la más grande del planeta, a Estados Unidos —”de un modo u otro”, como dijo la semana pasada en su primer discurso en el Congreso de su segundo mandato presidencial— ha despertado en Groenlandia (57.000 habitantes) una atención mediática sin precedentes. Y las ínfulas expansionistas de Trump, sumadas a la tensa relación entre la antigua colonia y Copenhague, han disparado el fervor independentista en las últimas semanas.

Cinco de los seis partidos groenlandeses en liza abogan por la independencia. Las principales diferencias radican en cuándo y cómo iniciar la ruptura con Dinamarca. En Nuuk resulta complicado encontrar a algún ciudadano que defienda mantener los lazos con Copenhague, pero aún más a partidarios de que Groenlandia se convierta en el 51º Estado de la primera potencia mundial. Una reciente encuesta, financiada por el periódico danés Berlingske y el groenlandés Sermitsiaq, refleja que el 85% de la población rechaza de plano la incorporación a Estados Unidos, y solo un 6% se muestra nítidamente a favor.

Los partidarios de Trump en la isla —uno de los lugares más remotos, vírgenes e inhóspitos del mundo— son pocos, pero algunos se han convertido en figuras muy conocidas. Jorgen Boassen, un albañil de 50 años, con una barba áspera y de complexión robusta, defiende con pasión al polémico mandatario desde que llegó en 2017 por primera vez a la Casa Blanca. “Me han insultado innumerables veces y hasta he recibido amenazas de muerte, pero no me van a amedrentar”, asegura en el instituto de Nuuk, poco antes de que comience el último debate electoral. “Aun así, cada vez me llegan más mensajes de apoyo, incluso desde los pueblos más pequeños y distantes”, subraya.

De ascendencia danesa e inuit, como muchos groenlandeses, Boassen estuvo en enero en Washington para asistir a la investidura de Trump. En octubre hizo campaña por el republicano, pidiendo el voto puerta a puerta, en el Estado clave de Pensilvania. Boassen considera que la insistencia de Trump —que ha reiterado que “la propiedad y el control” de la gigantesca isla helada es “una necesidad absoluta” para Estados Unidos— ofrece a Groenlandia “su mejor baza para negociar con Dinamarca”.

Boassen no fue el único groenlandés que presenció en la capital estadounidense el acto inaugural del segundo mandato de Trump. Con él viajó Kuno Fencker, un personaje controvertido que ha sacudido el panorama político de la isla en las últimas semanas. A mediados de febrero, justo antes de que se cerrara el plazo para la inscripción de las candidaturas, Fencker abandonó Siumut, el partido socialdemócrata que ha dominado la política groenlandesa en las últimas décadas, y se alistó a Naleraq, una formación populista y radicalmente independentista. Aki-Matilda Hoegh-Dam, la pareja de Fencker, de 28 años —22 menos que él—, una de las dos diputadas groenlandesas en el Parlamento danés, renunció a su escaño en Copenhague y también abandonó la formación socialdemócrata para integrarse en Naleraq.

Jorgen Boassen y Donald Trump Jr., el pasado 7 de enero en Nuuk.
Jorgen Boassen y Donald Trump Jr., el pasado 7 de enero en Nuuk.Emil Stach (Ritzau Scanpix / Cordon Press)

“Los dos partidos en la coalición de gobierno —Siumut y Inuit Ataqatigiit— son independentistas de boquilla”, sostiene Fencker en una pizzería del centro de Nuuk. Exhibe su confianza en que su nueva formación política obtendrá un gran resultado el martes. “Solo gobernaremos con los partidos que estén dispuestos a comenzar ya el proceso de independencia”, subraya. Además de a Fencker y Hoegh-Dam, Naleraq ha sumado recientemente a sus filas a Qupanuq Olsen, la principal influencer de Groenlandia, con casi 1,5 millones de seguidores entre TikTok, Instagram y YouTube.

Groenlandia fue una colonia administrada por Copenhague desde el siglo XVIII hasta 1953, cuando se integró en el reino de Dinamarca, y los groenlandeses se convirtieron en ciudadanos daneses. En 2009, Copenhague concedió a la isla un amplio autogobierno, aunque la defensa, la política exterior o la monetaria aún dependen íntegramente del país nórdico. El Estatuto de Autonomía reconoce el derecho de autodeterminación y su párrafo 21 establece los pasos a seguir en caso de que el Parlamento de Groenlandia active el proceso. En primer lugar, habría que llegar a un acuerdo con Copenhague sobre cómo sería la separación; después, los groenlandeses tendrían que aprobarlo en un referéndum; y, por último, sería necesaria la luz verde del Parlamento danés.

A 10 grados bajo cero, y bajo una intensa nevada, Oliver Bech, de 19 años, el candidato más joven de estos comicios, reparte propaganda electoral en el centro de Nuuk. Estudiante de secundaria y portero de un pub durante los fines de semana, concurre en la lista del socialdemócrata Siumut. A principios de enero, cuando Donald Trump Jr., el primogénito del presidente, aterrizó en Groenlandia, en una visita de unas pocas horas coordinada con Boassen, Bech sintió una profunda curiosidad. Acudió a un bar en el que el hijo del mandatario invitó a comida y bebida a todo aquel que quisiera sumarse.

“Fue esperpéntico”, resume el joven. Al llegar, Bech observó que casi todos los asistentes a la barra libre financiada por Trump eran “personas sin hogar o con graves problemas sociales”; algunos ni siquiera comprendían el inglés, y otros no tenían nada claro quién era ese generoso anfitrión, que, con un mensaje a medio camino entre la promesa y la amenaza, les aseguró: “Os vamos a tratar muy bien”. Bech también reconoció a Timmy Zeeb, condenado en 2019 a cuatro años de cárcel por tráfico de cannabis. En un vídeo grabado por el séquito estadounidense, que acumula más de 10 millones de visualizaciones en las redes sociales, Zeeb urgió al presidente a anexionarse la isla danesa. “Fui el único que le dije a la cara a Trump Jr. que no queremos ser parte de Estados Unidos”, destaca Bech. Unos días después, un grupo de youtubers trumpistas aterrizó en Groenlandia y repartió gorras, camisetas y billetes de 100 dólares (92 euros) entre la población.

Recursos naturales

Ninguno de los partidos groenlandeses se muestra abiertamente partidario de la anexión a Estados Unidos. Algunos, como Naleraq, sí apuestan por, una vez alcanzada la independencia, estrechar los vínculos con Washington para la explotación de los recursos naturales y alcanzar un acuerdo bilateral en materia de seguridad y defensa. De momento, los lazos económicos entre Groenlandia y EE UU se intensificarán previsiblemente a partir de junio, cuando United Airlines inaugure una ruta entre Nueva York y Nuuk. Actualmente solo se puede llegar a la isla ártica desde Dinamarca e Islandia.

Los principales partidos groenlandeses discrepan sobre cómo deberían ser las relaciones con Dinamarca de una futura Groenlandia independiente. Algunos insisten en romper todos los vínculos, otros por mantener al país escandinavo como el principal socio comercial. Copenhague envía a Nuuk cada año una dotación de unos 520 millones de euros, que representa en torno a la mitad del presupuesto público del territorio autónomo. Casi el 50% de las exportaciones groenlandesas tienen como destino la Dinamarca continental, y más del 55% de las importaciones de la isla proceden de la antigua metrópoli.

A Bo Martinsen, candidato de Demokraatit (liberales), le gustaría que Groenlandia se convirtiera en un Estado miembro de la ONU —sería el duodécimo país más grande del mundo y el noveno con menor población—. Sin embargo, cree que aún no ha llegado el momento de poner en marcha la autodeterminación. “Aún nos quedan muchos pasos para que nuestra economía pueda ser viable sin los subsidios de Copenhague”, matiza en una cafetería. Martinsen aboga por la minería y la explotación de hidrocarburos como los pilares de la futura economía groenlandesa, pero incide en que esa transformación no puede llevarse a cabo de la noche a la mañana y que deberá realizarse “con las condiciones que fije Groenlandia”.

Martinsen no quiere ni oír hablar de una hipotética anexión a Estados Unidos. “Es absurdo pretender romper con Dinamarca para ser colonizados por una potencia más agresiva”, argumenta. Defiende que la relación con Copenhague en las últimas décadas “no ha sido tan mala como creen muchos” y subraya que una Groenlandia independiente sería más próspera si mantuviese una buena relación con el país escandinavo. “Mi padre llegó aquí desde Dinamarca y mi madre era groenlandesa. Me siento orgulloso de mis orígenes y me niego a tener que repudiar una parte de mi identidad”, sentencia.

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Sobre la firma

Carlos Torralba
Es redactor de la sección de Internacional desde 2016. Se ocupa de la cobertura de los países nórdicos y bálticos y también escribe sobre asuntos de defensa. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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