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Miedo y tristeza en Nueva Orleans tras el atentado: “No podemos dejar que ganen los terroristas”

La calle donde Shamsud-Din Jabbar arrolló en Año Nuevo a decenas de personas, dejando tras de sí 14 muertos y 35 heridos, vuelve a abrirse al público

Fuerzas de seguridad en la zona en la que se produjo el atropello masivo, este jueves en Nueva Orleans.Foto: Eduardo Munoz (REUTERS) | Vídeo: Reuters
Macarena Vidal Liy

Bourbon Street, la mítica calle emblema del carnaval y los festejos hasta la madrugada en Nueva Orleans, ha reabierto al público este jueves. La música que se filtra desde las puertas de sus bares intenta transmitir una atmósfera de normalidad. Los vendedores ambulantes ofrecen, como otros tantos días, collares con los colores rojo, verde y amarillo, de Mardi Gras, su carnaval, y amuletos contra el mal de ojo. Pero la normalidad se detiene ahí. Hace poco más de 24 horas que el veterano de guerra Shamsud-Din Jabbar, de 42 años, atropelló con una camioneta alquilada y abrió fuego contra la multitud que celebraba la llegada del Año Nuevo, dejando tras de sí 14 muertos y 35 heridos antes de caer él mismo abatido por los disparos de la policía. Llevaba una bandera del Estado Islámico (ISIS) para perpetrar un acto que el FBI ha calificado de atentado, aunque descarta la participación de otras personas.

En la esquina de Bourbon Street con Canal Road, el lugar por antonomasia del Barrio Francés, el centro histórico de Nueva Orleans, la alcaldesa LaToya Cantrell y líderes religiosos han colocado 14 rosas amarillas, una por cada víctima. Algunos paseantes han ido dejando collares de carnaval. Una mujer se detiene y se santigua mientras se le llenan los ojos de lágrimas. Un leve olor a desinfectante impregna el ambiente, un indicio de que los equipos de trabajadores de limpieza han acabado hace muy poco sus tareas para acondicionar la calle tras la masacre.

Pocos turistas pasean aún por las aceras de esta vía, inmortalizada en decenas de canciones y películas de Hollywood, destino obligatorio para los visitantes de la ciudad, un largo pasillo estrecho cuajado de edificios históricos, bares, restaurantes y garitos abiertos hasta el amanecer. Es habitualmente un río de jaleo alegre, donde las notas de los músicos callejeros se mezclan con las que emanan de bar tras bar, mientras una multitud disfruta del espectáculo desde aceras y balcones.

Quienes la recorren ahora pasean en profundo silencio. Hay una fuerte presencia policial, redoblada por la celebración, unas calles más adelante, de uno de los grandes acontecimientos en la ciudad, el partido de fútbol americano universitario de la Sugar Bowl que enfrenta a los equipos de la Universidad de Georgia y de Notre Dame, que debía haberse disputado el miércoles, pero quedó aplazado hasta el jueves tras la matanza y al que asisten unas 80.000 personas.

Los servicios de emergencia, en Bourbon Street, tras el atropello masivo. Foto: GERALD HERBERT (AP) | Vídeo: Agencias

Chris Little, que vive muy cerca y trabaja en Bourbon Street, señala una mancha descolorida en el asfalto. Exactamente en ese punto, explica, es donde la policía abatió a Jabbar. Él no se encontraba allí en ese momento, pero escuchó el alboroto.

El autor del atentado colocó también dos artefactos explosivos improvisados en esa misma calle y dos manzanas más allá, metidos en sendas neveras portátiles. Algunos transeúntes se acercaron, curiosos, a examinar las neveras, algo que captaron las cámaras de seguridad y que llevaron a los investigadores a pensar en un primer momento que Jabbar pudo no haber actuado solo. Las bombas no llegaron a detonar. “Uno de esos artefactos lo intentó colocar debajo de mi casa”, sostiene Little, “imagine lo que pudiera haber ocurrido en caso de estallar”.

El que las autoridades hayan precisado posteriormente que Jabbar actuó solo ha servido para tranquilizar a Little y otros residentes de Nueva Orleans, declara. Otros, como Jonah, un jubilado también residente en las cercanías, admite sentirse nervioso. “Actuaba solo, sí, pero una vez que algo así ha sucedido puede volver a ocurrir, ¿sabe usted?”

Unas calles más allá, el ambiente es completamente distinto en la avenida Poydras, la gran calle que lleva al Superdome donde se celebra la Sugar Bowl. Miles de personas con las camisetas rojas de la Universidad de Georgia, las verdes de Notre Dame, se alinean en las terrazas horas antes de que dé comienzo el partido, y rugen lemas de apoyo a los suyos.

Miembros de las fuerzas de seguridad vigilan los accesos al Caesars Superdome, este jueves en Nueva Orleans.
Miembros de las fuerzas de seguridad vigilan los accesos al Caesars Superdome, este jueves en Nueva Orleans.Octavio Jones (REUTERS)

“Es horrible lo que ha pasado, y por supuesto que lo tenemos muy presente. Pero no podemos dejar que los terroristas ganen. Si nos dejamos acobardar, si dejamos de hacer lo que haríamos normalmente, les dejamos ganar”, asegura Ed, que ha viajado desde Georgia junto a su novia, Charlene, para asistir a la competición.

El estadio Superdome ha multiplicado su seguridad. Helicópteros sobrevuelan sus alrededores. Equipos de perros recorren las instalaciones en busca de anomalías.

Investigación en Houston

Los agentes del FBI han extendido sus investigaciones a Houston, la ciudad donde residía Jabbar, para tratar de determinar cómo se planeó el atentado. También qué llevó al veterano de guerra a alquilar una camioneta, cargarla con una bandera del ISIS y lo que parecen materiales para fabricar bombas, y conducirla a toda velocidad por la acera, saltándose así el bloqueo de los vehículos de policía que cerraban el paso al tráfico para los festejos de fin de año en Bourbon Street.

Aunque Jabbar, convertido al islam y cuyos conocidos señalan que se había radicalizado en los últimos tiempos, nació en Estados Unidos ―en Texas― y se crio en este país, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, insiste desde el miércoles en culpar a inmigrantes irregulares de la tragedia. “Debido a la ‘Política de Fronteras Abiertas’ de Biden he dicho, muchas veces en mis mítines y en todas partes, que el Terrorismo Radical Islámico y otras formas de delincuencia violenta se han vuelto tan horribles en Estados Unidos que se harán difíciles de imaginar o creer”. “Ese momento ha llegado, pero peor aún de lo que nadie se imaginaba”, publicó en su red social, Truth.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
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