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La batalla que no ha librado aún Rusia: la salud mental de sus veteranos de guerra

Cientos de miles de combatientes están en riesgo de sufrir trastornos de estrés postraumático cuando regresen del frente. Moscú no cuenta con una red de apoyo

Una unidad de artillería rusa dispara contra posiciones ucranias en un vídeo difundido por el Ministerio de Defensa ruso el pasado 19 de septiembre
Una unidad de artillería rusa dispara contra posiciones ucranias en un vídeo difundido por el Ministerio de Defensa ruso el pasado 19 de septiembreRUSSIAN DEFENCE MINISTRY PRESS S (EFE)
Javier G. Cuesta

Acabe como acabe la guerra en Ucrania, cientos de miles de combatientes rusos vivirán atenazados por el trastorno de estrés postraumático (TEPT) el resto de sus vidas. Depresión, suicidios, alcoholismo y violencia son algunas de las consecuencias del mismo mal que marcó a Estados Unidos tras la guerra de Vietnam. La viceministra de Defensa rusa, Anna Tsivileva, ha afirmado que este tipo de mal afecta ya a un 20% de los veteranos rusos que regresan del frente de Ucrania. Los estudios clínicos aseguran que las cifras de afectados por este trastorno rondan entre el 25% y el 50% en todos los conflictos. A diferencia de Estados Unidos, Rusia no cuenta aún con una extensa red de ayuda que apoye a los exmilitares a lo largo de su vida, pese a que la invasión de Ucrania ha sido su enfrentamiento más mortífero desde la II Guerra Mundial.

El Gobierno ruso oculta las estadísticas que podrían dimensionar el problema social al que se enfrentará en las próximas décadas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Rusia ocupaba el noveno puesto del mundo por suicidios en 2019, con 25,1 muertes por cada 100.000 habitantes —44 entre los hombres—. Pero ese dato es anterior a los años de pandemia y el actual conflicto en el país vecino.

“Cualquier guerra conduce al suicidio. Absolutamente cualquiera. Sin ninguna duda tendremos enormes problemas”, reflexiona el coronel Andréi Demurenko en una tranquila cafetería en el centro de Moscú. “Tanto en el lado ucranio como en el nuestro habrá una gran cantidad de personas fuera de la normalidad, personas que no tendrán control sobre sí mismas, que no podrán trabajar, ni tener pareja o hijos. Su vida será completamente diferente después de luchar. Lo sé bien”.

Demurenko, de 68 años, tiene una enorme experiencia militar. Fue comandante en las fuerzas de paz internacionales en Bosnia (1992-1995) y el año pasado se unió a las tropas rusas como primer subcomandante de la brigada de voluntarios Lobo, dirigida por un militar serbio. Por su experiencia y el idioma, el coronel tuvo de facto bajo sus órdenes a unos 1.800 hombres para proteger un flanco del grupo de mercenarios Wagner en la batalla de Bajmut. Llegó en marzo de 2023 y en mayo fue herido en la cabeza por la artillería durante una misión de reconocimiento. Sufrió un hematoma y fracturas craneales, y las manos aún le tiemblan. Quiere regresar a Ucrania, pero los médicos no se lo permiten.

“He conocido a muchos que marchaban al frente. Brigadas de voluntarios y movilizados. Decían estar listos para morir, pero yo les decía que eso no es lo peor. Si mueres, ya está. Lo más complicado es que no sabes lo difícil que es volver a la vida normal”, relata Demurenko.

Salud mental

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El trastorno de estrés postraumático fue reconocido internacionalmente como un problema de salud mental en 1980 gracias a los veteranos de la guerra de Vietnam. Las autoridades estadounidenses gastan hoy miles de millones de dólares en apoyarles y tiene una red de 120 centros para cuidar a sus excombatientes, pero aun así se suicidaron unos 30.000 de ellos entre 2001 y 2019, cuatro veces más que todos los fallecidos en combate en Afganistán e Irak. Y la cifra real de suicidios podría ser incluso tres veces mayor, según un estudio de la Universidad de Alabama.

Rusia no cuenta con estos medios pese a que en los folletos de reclutamiento actuales se garantiza atención psicológica al soldado. No obstante, se están dado pasos para revertir esta falta de asistencia. El presidente ruso, Vladímir Putin, aprobó el año pasado la creación del fondo Defensores de la Patria, con una dotación de 1.800 millones de rublos (unos 180 millones de euros) que no solo incluye apoyo psicológico, sino todo tipo de ayuda médica, social y laboral ―educación y formación en nuevos empleos― para los veteranos y sus familias.

Entre otras medidas, Moscú anunció en 2023 la creación de un programa limitado a la “detección” y “prevención” del TEPT en el frente, que consistiría en “un tratamiento básico” temporal en la retaguardia antes de volver al combate. Además, estaba enfocado originalmente a oficiales, aunque finalmente se decidió ampliar a todo el personal. Por su parte, la Escuela Superior de Economía y el Centro de Asistencia Psicológica del Ministerio de Emergencias, dirigido por la hija del exministro de Defensa Serguéi Shoigú, avanzó el año pasado un programa de formación para psiquiatras de una semana enfocado en el TEPT.

“El Ministerio de Defensa ruso no prestó al principio suficiente atención al TEPT y se centró principalmente en las heridas físicas”, expresa por teléfono Ruslán Pujov, director de Centro de Análisis de Estrategias y Tecnologías (CAST), “pero ha comprendido con el tiempo la importancia de resolver este problema”. “El síndrome de Ucrania será un fenómeno mucho mayor que el síndrome de Chechenia (1994-1996 y 1999) o el de Afganistán (1979-1989). Por magnitud será comparable al síndrome de Vietnam en los Estados Unidos y durará muchos años”, opina.

Cientos de miles de rusos volverán algún día de la guerra. Vladímir Putin estimó en diciembre de 2023 que 617.000 combatientes luchaban en ese momento del lado ruso. A ellos habría que sumar los que han muerto o han resultado heridos, pero el Kremlin no revela la magnitud del drama. Una filtración de la inteligencia estadounidense difundida por The Economist elevó la cifra de bajas rusas en junio de este año a entre 462.000 y 728.000 fallecidos y heridos.

“La guerra de Yugoslavia fue un conflicto de baja intensidad”, apunta Demurenko, “la guerra de Ucrania es completamente diferente, es muy cruel. Grandes masas de personas chocan de cerca con armas de pequeño calibre y la artillería dispara todo el tiempo. Estás rodeado de tanques y drones”.

El coronel ilustra el horror de todas las guerras con una anécdota de hace 30 años. En Bosnia vio a cientos de jóvenes soldados que recogían piñas en un parque. Después de llevarlas al edificio donde les trataban, sus cuidadores las volvían a esparcir por el suelo para que las cogieran al día siguiente y mantuvieran la cabeza ocupada.

Demurenko describe el actual conflicto, que ha espantado hasta a los voluntarios serbios: “En televisión parece que hay una guerra normal, que todo está limpio, las trincheras están llenas de tablas y hay una cocina de campaña y sacos de dormir. No te lo creas”. Según relata, los soldados sobreviven en barrizales líquidos, los estómagos sufren al alimentarse todos los días la misma comida enlatada y no rotan. “Solo llevamos agua para beber. Para lavarnos recurrimos a charcos; puede haber hasta orina”.

Parejas de amigas desayunan tranquilamente en la cafetería. Cerca hay una terraza donde cientos de jóvenes bailaban, bebían y ligaban este verano. Es otro planeta frente a la barbarie que solo se intuye en Moscú por los vídeos filtrados a internet. Soldados que se suicidan con el cañón del arma en la boca frente al dron que les graba; tropas que han atrapado a un francotirador —el enemigo más odiado— y le decapitan.

“No hay piedad ni lástima por los enemigos”, dice Demurenko. “Después de eso no puedes seguir siendo normal. Y hay cosas peores. Cuando te ves obligado a matar a alguien a quemarropa; cuando de pronto matan a tu compañero de un disparo en la cabeza, o una explosión le arranca la pierna y se detiene”, cuenta antes de citar otro ejemplo que le llegó de fuentes fiables: un convicto le prometió a su comandante 10 orejas de ucranios. “Las entregó y después pidió el indulto por haber ido a la guerra”.

La invasión de Ucrania ha dividido a la sociedad rusa entre quienes han ido a la guerra y quienes se han quedado en casa. Además, los salarios se están igualando debido a la espiral inflacionista del país. “El veterano que ha perdido la cabeza verá mañana al que se quedó de brazos cruzados (...) y se preguntará ‘¿qué pasa con nosotros?’ Habrá problemas”, advierte.

El regreso a la rutina será otro shock para los veteranos si no son reintegrados. “El dinero y la patria ha sido un motivo secundario para alistarse”, dice el coronel. “Muchos han ido por reconocimiento, por pensar que no han vivido su vida en vano y no se quedaron en un hombre gris de un pequeño pueblo que no hizo nada en la vida”.

Un difícil regreso a la realidad

El psiquiatra Pau Pérez-Sales, director del Centro SIRA de Atención a Víctimas de Tortura, remarca en conversación telefónica que el TEPT “es la respuesta biológica del cuerpo frente a todo este horror, pero no es todo lo que deja la guerra”. “Hay una parte mucho más profunda, más existencial”, apunta el experto. “La sertralina y la paroxetina [dos antidepresivos] te dan una cierta calma, pero el cuestionamiento propio — preguntas como ‘qué hice con mi vida’ o ‘por qué maté a aquella persona’—, eso no te lo quitará ningún fármaco”.

El psiquiatra trabajó durante décadas en Latinoamérica y ve allí un posible símil con Rusia. “En Honduras y El Salvador fue espectacular el repunte de la delincuencia después de los acuerdos de paz. Mucha gente de la guerrilla y del ejército se quedó de golpe sin trabajo y recurrió a la delincuencia común”.

Irene de la Vega, especialista de la Sociedad Española de Psicología Clínica-ANPIR, explica por teléfono que el TEPT “es diferente en cada persona, pero casi todas las terapias psicológicas incluyen la exposición a los estímulos que puedan ser desencadenantes de recuerdos traumáticos”. El objetivo, según la experta, es “reprocesar esa experiencia para integrarla en la memoria y que quede como un mal recuerdo que no está siempre presente, y no como un recuerdo que estás experimentando una y otra vez”.

El empleo de medicamentos puede ser un complemento de la terapia, pero esta es la primera línea de combate contra el trastorno. Entre los síntomas están la pérdida de control de uno mismo, lo que puede provocar conductas violentas, y la disociación. “Como si estuvieras en un sueño, en una película. Poner la pasta de dientes en el cepillo lo ves como un acto absurdo”, añade Irene.

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