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“Me siento cómplice”: el dilema de un médico israelí que atendió a presos de Gaza en un centro de detención y tortura

La cárcel militar de Sde Teiman, donde el ejército investiga muertes de reclusos palestinos, sigue acogiendo a detenidos de la Franja

Guerra entre Israel y Gaza
Camión militar israelí cargado en Gaza con detenidos palestinos semidesnudos y con los ojos vendados el pasado 8 de diciembre.Moti Milrod (AP)
Luis de Vega

Los presos, todos procedentes de Gaza y algunos gravemente heridos, permanecen todo el tiempo con los ojos tapados en posición supina, con las manos y los pies amarradas a la cama, desnudos y solo cubiertos por un pañal, donde han de hacer sus necesidades, y una colcha. Hora y media de visita es suficiente para que un médico concluya que el centro de detención, interrogatorio y tortura de Sde Teiman del ejército de Israel, y su hospital de campaña, deben dejar de existir.

EL PAÍS ha entrevistado al cirujano israelí que describe esa escena, un hombre que, a la sombra del juramento hipocrático (código profesional que defiende ante todo el bienestar del paciente), se siente “cómplice” y “culpable” de las violaciones que allí se cometen por parte de las autoridades de Israel. Pero que es consciente de que alguien debía atender a esos detenidos en peligro de muerte.

En medio de la polémica, el primer ministro Benjamín Netanyahu pidió este lunes al Tribunal Supremo que ese centro israelí se mantenga para detenciones temporales antes del traslado de los presos a otras cárceles. La Fiscalía informó, sin embargo, de que el ministro de Seguridad Nacional y máximo responsable de las cárceles, el ultranacionalista Itamar Ben Gvir, está entorpeciendo ese proceso de recolocación de reclusos —hay 166 en estos momentos—, informa el diario Haaretz. Ben Gvir propuso hace unos días ejecutar a los prisioneros palestinos de “un tiro en la cabeza”, según un vídeo que se hizo viral.

El sanitario, que solicita durante la entrevista telefónica que no se publiquen detalles que puedan llevar a su identificación, fue autorizado a atender a uno de los internos, pero acabaron pidiéndole ayuda para que atendiera a otros dos. Los tres se encontraban graves tras haber recibido balazos de gran calibre en el abdomen y uno de ellos, además, en el pecho. Insiste sorprendido: “No eran disparos de arma corta”. El personal militar que está al frente no tiene la capacidad para hacerse cargo de ese tipo de pacientes, subraya.

El facultativo, que no es el único que ha accedido a esas instalaciones, situadas en el desierto de Néguev (en el sur del país, a una treintena de kilómetros de la frontera con Gaza), describe el hospital de campaña como una gran carpa blanca que alberga entre 15 y 20 camas. Pese a que era pleno invierno cuando la visitó, estaba abierta al exterior. Al lado, varios contendores metálicos de los que se emplean en el transporte marítimo se utilizan para almacenar el material médico, todo instalaciones “provisionales”.

Reconoce que durante su visita no pudo comprobar de primera mano, pese a las repetidas denuncias en los últimos meses, muestras o signos de torturas como descargas eléctricas o palizas en los cuerpos de los presos. Pero aclara que “estar atado a una cama, incapaz de moverte, incapaz de ver, incapaz de hablar, incapaz de entender lo que está pasando y con un pañal… Con mucho frío. Y esto se prolonga durante días y días, durante semanas. Creo que eso ya es una forma de tortura”.

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En medio de las constantes denuncias de abusos y muertes en esa prisión militar, crece la presión del Tribunal Supremo y de organizaciones humanitarias para que las autoridades echen el cierre. El ejército está investigando 48 muertes de gazatíes, de las que 36 han tenido lugar en Sde Teiman, según el diario israelí Haaretz. A principios de junio, el Estado informó a ese tribunal de que todos los detenidos iban a ser transferidos a otros centros o devueltos a la franja de Gaza.

A preguntas de EL PAÍS sobre si Sde Teiman —en una base militar del mismo nombre y cerca de la ciudad de Beer Sheva—, en el sur de Israel, sigue en funcionamiento y con cuántos presos, un portavoz castrense se limita a contestar que, a lo largo de la guerra, han pasado por allí 4.700 detenidos. “No podemos comentar más”, concluye la escueta respuesta.

Con respecto a los 36 fallecidos y posibles resultados de las investigaciones, contestan que de las “aproximadamente 70 investigaciones” abiertas, “algunas se refieren a las muertes de palestinos, incluida la muerte de detenidos durante su traslado a centros de detención militar o en las propias instalaciones, así como otras muertes ocurridas durante las operaciones en la franja de Gaza”. “La mayoría de las investigaciones siguen en curso”, subrayan.

El testimonio del médico entrevistado concuerda con el de otro que escribió en marzo una carta a las autoridades que publicó Haaretz. “Justo esta semana, a dos prisioneros les amputaron las piernas debido a lesiones de las ataduras, lo que, por desgracia, es algo que ocurre de manera rutinaria”, denunció en la misiva.

Dudas éticas

Durante la conversación con EL PAÍS, el facultativo plantea varias veces dudas éticas y deontológicas sobre su visita. “Los médicos no deberíamos atender nunca a pacientes con los ojos tapados”, lamenta pese a que él acabó haciéndolo. Lo que ocurre en Sde Teiman “va contra cualquier código médico y contra (lo que estipula) la Organización Mundial de la Salud”, añade.

La última polémica en torno a esas instalaciones la ha protagonizado la orden de liberación del director del hospital más grande de Gaza, Mohamed Abú Salmiya, devuelto junto a medio centenar de prisioneros a la Franja el lunes y cuya excarcelación ha provocado un choque dentro del Gobierno. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha pedido que se investigue la liberación del director del hospital Al Shifa. “Este hombre, bajo cuya responsabilidad nuestros rehenes fueron retenidos y asesinados, debe estar en prisión”, ha señalado en un comunicado el mandatario israelí.

Se refiere Netanyahu a unas grabaciones de cámaras de seguridad difundidas por las autoridades de Israel en las que aparece en ese complejo hospitalario alguno de los capturados por Hamás en el ataque a Israel del 7 de octubre en el que los radicales palestinos asesinaron a unas 1.200 personas. Mientras, Defensa, servicios secretos y el servicio de prisiones esquivan responsabilidades por el regreso a territorio palestino de Salmiya.

El centro de Sde Teiman, dedicado en exclusiva a investigar a detenidos en Gaza, se puso en marcha con el inicio de la guerra el pasado octubre. Ante las “violaciones de los derechos humanos”, el cirujano entiende que “la única solución posible es cerrar el hospital de campaña por completo y tratar a estos pacientes en hospitales de verdad”. Opina lo mismo la ONG israelí Physicians for Human Rights, que recuerda que está prohibida la presencia de personal médico en esas instalaciones, según un informe sobre los abusos presentado en abril. Denuncia que el hospital de Sde Teiman tuvo que abrirse después de que diferentes centros de Israel se negaran a atender a presos gazatíes por considerarlos “terroristas”.

“El personal médico que trabaja en ese centro se enfrenta a un riesgo significativo de cometer violaciones graves de la ética médica”, alertan en el documento. Resaltan que la atención a los detenidos de la Franja está “muy por debajo” de lo aceptable y se halla lejos de “los protocolos establecidos y normas éticas en muchos casos”. Physicians for Human Rights denuncia, además, injerencias políticas en el proceso de decisiones del ámbito sanitario.

Las autoridades de Israel, calcula esta ONG, han detenido desde que comenzó la contienda en octubre a miles de hombres, mujeres, niños y ancianos en Gaza y los ha mantenido —y mantiene— aislados. Los ha clasificado a menudo como “combatientes ilegales”, lo que les priva de ser considerados prisioneros de guerra y les impide recibir visitas de abogados durante períodos prolongados, añade el informe.

Ante esta realidad, hay una última pregunta para el cirujano. ¿Qué siente tras haber atendido a pacientes en esas condiciones? “Como médico israelí que trata a habitantes de Gaza en este tipo de condiciones, soy cómplice. En el fondo, no importa por qué lo hice, pero desde el momento en el que lo hice formo parte de esto. Por supuesto que me siento culpable”.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.
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