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Ucrania afronta un largo proceso de negociaciones para formar parte de la UE

Kiev ha reformado de forma exprés en los dos últimos años multitud de leyes para que el Consejo Europeo diera vía libre a la negociación de adhesión

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, durante una rueda de prensa en Kiev el pasado 21 de noviembre.Foto: VALENTYN OGIRENKO/ reuters | Vídeo: EPV
Cristian Segura (Enviado especial)

Será el Estado más grande de la Unión Europea; será la primera república fundacional de la extinta Unión Soviética en acceder al club europeo, pero para que esto suceda, Ucrania necesita todavía muchos años de reformas. El proceso de negociaciones que empieza ahora deberá adaptar el país a 28.000 normas comunitarias, también a una dura disputa —que ya ha empezado— sobre su condición de potencia agrícola. Y, sobre todo, deberá encontrar antes el encaje de un futuro miembro en permanente conflicto con Rusia, probablemente con parte de su territorio ocupado por las armas del Kremlin.

El anuncio este jueves de que Bruselas abre oficialmente las negociaciones con Ucrania para formar parte de la UE ha sido recibido con júbilo en Kiev. “Es una victoria para Ucrania, una victoria para toda Europa, una victoria que motiva, inspira y fortalece”, ha dicho el presidente, Volodímir Zelenski. Su país llevaba desde 1993 llamando a las puertas de la hermandad europea, pero no ha sido hasta ahora, cuando Rusia desató en 2022 la invasión para desintegrar su Estado, que la UE ha asumido que la estabilidad del continente depende de la integración ucrania en el paraguas de su democracia y bienestar.

Ucrania está necesitada de buenas noticias. La guerra se prevé larga, sin visos de poder recuperar territorio ocupado por las tropas rusas por lo menos hasta 2025, según coinciden los principales analistas del conflicto. Desde el Gobierno, tanto su primer ministro, Denis Shmihal, como la viceprimera ministra para Asuntos Europeos, Olga Stefanishina, han asegurado que su país puede ser miembro de la UE en dos años. “Tenemos que comunicar a la ciudadanía una imagen realista y no sueños”, dijo sobre estas afirmaciones, en una conferencia del pasado octubre, Victoria Melnik, directora del programa de integración europea del Centro para la Reforma Política y Legal de Ucrania. “Las negociaciones durarán años. Debe tenerse en cuenta para evitar frustraciones. Sin duda, no serán un par de años”, añadió Jennes de Mol, embajador de Países Bajos en Kiev.

El Gobierno ucranio ha reformado de forma exprés en los dos últimos años multitud de leyes para que el Consejo Europeo tomara la decisión de este jueves. Stefanishina ha detallado en sus redes sociales que el cuerpo legal ucranio ha introducido ya 1.625 normas comunitarias. Ivan Nagorniak, subdirector de la Oficina del Gobierno para la Integración Europea, concretó en octubre que estas 1.600 normas eran las exigidas de entrada para poder abrir las negociaciones, pero todavía quedan por integrar 28.000. Y como subrayó De Mol, no solo se trata de que el código normativo ucranio las apruebe, “será necesario ver cómo se aplican, y para eso se requiere tiempo”.

La Comisión Europea y la mayoría de gobiernos de la UE han sido benevolentes con Ucrania. Importantes exigencias que se planteaban para iniciar las negociaciones se han cumplido a medias. Dos ejemplos: la semana pasada, Zelenski firmó la reforma de cuatro leyes, unas modificaciones que se exigían desde Bruselas. Tres de ellas están vinculadas al refuerzo de los organismos de lucha contra la corrupción. Tanto la oposición como organizaciones de derechos civiles han denunciado que la reforma continúa manteniendo unas enmiendas en el código penal que dificultan a un juez investigar casos de corrupción en cargos públicos.

Otra ley reformada por Zelenski ha sido la que protege los derechos de las minorías nacionales en Ucrania. El presidente aseguró que las modificaciones de la ley siguen las recomendaciones de la Comisión de Venecia. Esta exige que el ruso sea protegido en Ucrania, tal como establece la Constitución, pero la reformada norma de minorías hace exactamente lo contrario, marginarlo de forma permanente del ámbito público, escolar y mediático.

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La posible integración de Ucrania en la UE requerirá profundos cambios en múltiples ámbitos en un país que, si tiene alguna ideología, como ha defendido Zelenski, es el libertarismo, la priorización de la libertad individual frente a una mínima intervención estatal. En unas conferencias de octubre sobre la integración de Ucrania en la UE, Oleksander Saienko, exministro de Reformas durante la presidencia de Petro Poroshenko (2014-2019), insistió en que será necesario transformar la mentalidad ucrania de que la intervención del Estado es negativa: “Ahora es prioritario crear un cuerpo de funcionarios competente y menos corrupto. Ser eficaces en esto es clave para acceder a la UE”. Si alguna cosa temen los ucranios en su voluntad de formar parte de la UE, según las múltiples entrevistas de este diario en el último año con ciudadanos, es la burocracia, las normas que deberán adoptarse en el día a día, sea en el ámbito fiscal, laboral o en la producción comercial.

Probablemente, una de las grandes batallas que deberá librar Ucrania para formar parte de la UE será la defensa de su sector agrícola frente a los intereses de otros grandes productores. Pese a estar librando una guerra contra Rusia en la que se juega la existencia, sus vecinos Eslovaquia, Polonia y Hungría han vetado la importación de determinados productos ucranios, sobre todo cereales, alegando que son competencia desleal. Lo mismo ha sucedido con el sector del transporte. Sindicatos de estos países denuncian que las condiciones laborales de los transportistas ucranios, desde los sueldos a las horas de descanso, o el uso sin control de pesticidas en sus campos, son incompatibles con el mercado común europeo. Las fronteras con Polonia llevan más de un mes bloqueadas por protestas. Es solo el aperitivo de lo que está por venir.

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Sobre la firma

Cristian Segura (Enviado especial)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.
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