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Operación reconstruir la Ucrania liberada. Coste: un billón de euros

Tras año y medio de invasión rusa, el país se afana en la restauración de daños con una respuesta múltiple entre el Estado, los gobiernos locales, la sociedad civil y las ONG

Ukraine
Zona residencial de Pokrovsk, en la región de Donetsk, dañada por los ataques con misiles rusos, el 8 de agosto.VIACHESLAV RATYNSKYI (REUTERS)
Óscar Gutiérrez (ENVIADO ESPECIAL)

Escuchar a Nadia Reznik, de 73 años, natural de la pequeña Kuhari, a una hora de Chernóbil, contar lo que ocurrió cuando llegaron los blindados rusos a sus tierras, es escuchar la historia de los millones de ucranios que una madrugada de febrero del pasado año vieron cómo su hogar se convertía en trinchera. Esta mujer de ojos claros y sonrisa encantadora huyó junto a su marido de la vivienda, una preciosa casa de madera oscura y tejado a dos aguas, antes de que la onda expansiva de un bombazo causara estragos. Su madre, de 97 años, no quiso irse y se quedó con unos vecinos. Es testigo de casi un siglo de horrores en Ucrania: “Sufrí el holodomor [hambruna de los años 30], también a los nazis, y ahora esto”, cuenta mientras rompe a llorar sin consuelo. Cuando su hija, Reznik, volvió el verano pasado a casa con su marido, Sasha, a los destrozos de techo y ventanas se unía el robo de pertenencias. “Hicimos reparaciones básicas y nos fuimos de nuevo junto con mi madre para evitar el invierno”, relata la mujer. Se fue el frío y comenzó la reconstrucción de verdad. Aquí y en gran parte de la Ucrania liberada.

Las cifras de la destrucción ocasionada por la ocupación y los bombardeos diarios de las tropas rusas sobre gran parte del territorio ucranio son escandalosas. El último informe del Kyiv School of Economics (KSE), publicado en junio con información de las diferentes administraciones, enumera, entre lo más básico, lo siguiente: 167.200 inmuebles dañados (casas, edificios de apartamentos, etc.), por un valor de 51.000 millones de euros; 33.000 millones en infraestructuras atacadas (19 aeropuertos, 126 estaciones de tren, 25.000 kilómetros de carreteras); más de 3.400 colegios afectados (destruidos por completo o inhabilitados), esto es, 10.000 millones de euros; otros 8.000 millones en la factura para reparar el entramado energético (incluida ya la presa de Nova Kajovka, con un coste estimado de 583 millones)…

Olga, de 67 años, tuvo menos suerte que la familia de Nadia Reznik. Su casa se encuentra, lo que queda de ella, junto a la misma carretera que atraviesa Kuhari. Un proyectil impactó contra la vivienda de los vecinos cuando estos ya habían huido, y el efecto en su domicilio fue terrible. Ella tampoco estaba allí, por fortuna. “Con el tiempo vino una comisión de Ivankiv [distrito al que pertenece esta localidad] y concluyó que mi casa no podía ser reparada”, explica. Gracias al apoyo del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), que también prestó auxilio a Reznik, Olga ha encontrado una solución digna: una vivienda modular con cocina y baño. Está situada a dos pasos de lo que fue su antiguo hogar, así que no tuvo que desplazarse. “Debiera construir una casa nueva, pero no es posible”, dice. No hay presupuesto. Al menos, apunta Olga, tiene espacio para que vayan a dormir su hija y nietos. Y para que viva Simba, su gato.

Olga, de 67 años, en el interior de su casa destruida por un bombardeo ruso, en la localidad de Kuhari, en el norte de Ucrania.
Olga, de 67 años, en el interior de su casa destruida por un bombardeo ruso, en la localidad de Kuhari, en el norte de Ucrania.ALINA KOVALENKO (UNHCR)

El Gobierno de Volodímir Zelenski comparte la cifra total de daños calculada por el Banco Mundial en un informe de marzo: el coste rondaría los 383.000 millones de euros. Las empresas ucranias también han pagado el pato ―el KSE calcula daños por más de 11.000 millones―. Oleksandr Griban, de 42 años, hasta hace unas semanas viceministro de Economía, trabaja en UNIT.City, centro de innovación de Kiev. Es uno de los hombres que mejor conoce los recovecos de esta enorme operación de reconstrucción. Admite que para el Gobierno, la cifra del Banco Mundial se queda corta: “La estimación que tenemos podría llegar al billón”, afirma. “Nunca se ha visto en la historia de la humanidad. Incluso si se extrapola al Plan Marshall [programa de ayuda de EE UU a Europa tras la II Guerra Mundial], aquello sería aproximadamente unos 300.000 millones, y ahora nosotros estamos en el billón”, prosigue.

Griban, responsable hoy de inversiones en el Ministerio de Economía, reconoce que necesitan ayuda, pero no para siempre. “No podemos estirar demasiado la asistencia”. Habla de un “nuevo comienzo”, donde no solo alcancen a pagar con impuestos a maestros, médicos o soldados, sino que generen actividad económica tras el gran daño a la agricultura, energía, hidrocarburos, logística y transporte, sector servicios, construcción, tecnologías de la información... Pero también hay oportunidades: “Tenemos un territorio enorme, mucha tierra agrícola”, apunta este experto en finanzas, “pero no consumimos más del 30% de lo que producimos, así que podemos permitirnos reasignar una parte de este territorio a las energías renovables. Ucrania puede ser la central eléctrica de Europa, principalmente, la central renovable”.

Regreso a la normalidad

A simple vista, el ritmo de los trabajos de reconstrucción no es frenético, pero se mueve algo. A nueve kilómetros de Kuhari se encuentra el municipio de Olyva. Valentina Ilnitska, de 59 años, y Yulia Ivashko, de 56, trabajaban en la biblioteca del centro cultural de esta localidad. Y lo seguirán haciendo cuando sea reconstruido. Se acercan a ver cómo los obreros se emplean en levantar un nuevo tejado. La cosa avanza; ya están las ventanas, pero hay algún problema con la instalación eléctrica, según detalla un empleado de Rokada, organización local que apoya las reparaciones junto a Acnur. “Aquí, en el centro, todos los días eran días de fiesta”, recuerda Ilnitska, “siempre conmemorábamos algo, el aniversario de Chernóbil, el día de la independencia…”. Ahora quieren recuperar todo aquello.

Obras de reparación en el centro cultural de la localidad de Olyva, en el norte de Ucrania, afectada por fuego de artillería.
Obras de reparación en el centro cultural de la localidad de Olyva, en el norte de Ucrania, afectada por fuego de artillería.ALINA KOVALENKO (UNHCR)

Dos días después del inicio de la ofensiva, los tanques rusos llegaron a Olyva. Aquello se convirtió en un campo de batalla en el que intercambiaban fuego de artillería ucranios y rusos. Tres misiles cayeron junto al centro cultural y arrasaron con casi todo. “Hay muchos niños de la zona que no tienen nada más que hacer que venir aquí”, afirma Ivashko. La reconstrucción de Ucrania pasa por restaurar lo físico, lo que destruyó la guerra, pero también, como en el caso de este espacio de vida en Olyva, recuperar la normalidad.

―¿Están contentos con el ritmo de la reconstrucción?

―Es lo normal, ―responde Ilnitska―, primero quitamos los escombros, luego encontramos los materiales, y ahora empezamos a reparar.

La reconstrucción del país es compleja: grosso modo, la primera fase, después de que el invasor pusiera pies en polvorosa, fue la evaluación de daños; posteriormente, se llevó a cabo la limpieza de algunos escombros y las primeras reparaciones de particulares para afrontar el invierno. Tras esto se desarrolla ahora la reconstrucción organizada y estructural. Salta a la vista: si hace un año, última ocasión en la que este periodista visitó la periferia de Kiev, la imagen de localidades como Irpin, Bucha o Borodianka, iconos de la barbarie, era la de una escena del crimen reciente, inmóvil y frustrante para muchas víctimas, hoy, esas localidades han limpiado los restos del horror, levantado andamios, tapado agujeros y avanzado en la restauración de lo que se pudo salvar. Aunque queda muchísimo.

Explican desde el Ministerio de Infraestructuras ucranio que la administración del país es descentralizada, esto es, que, si una comunidad como la de Kuhari decide reconstruir un colegio y otro, no; si prefiere tener un ambulatorio grande en lugar de dos pequeños, o si acuerda levantar módulos habitacionales para refugiados, esas decisiones las puede tomar de forma autónoma. Si tienen dinero, adelante, y, si no, cuentan con el apoyo del Estado. Este, a su vez, tiene un plan a largo plazo desarrollado por Economía, en colaboración con la Unión Europea, así como un fondo de ayuda a los damnificados y planificación por sectores (Agricultura sostiene al campo, Educación a los colegios…). A esto hay que sumar las donaciones. En la última conferencia, celebrada en junio en Londres, se comprometieron 60.000 millones de euros.

Vuelta a las aulas

A medio camino entre Borodianka y Bucha se encuentra la localidad de Nemishayevo. En cuanto las hostilidades comenzaron en Hostomel, a unos 13 kilómetros, uno de los primeros objetivos de la ofensiva, los vecinos de Nemishayevo que no contaban con refugio acudieron al sótano del colegio principal de este municipio. Llegaban las tropas rusas. Alina Fedorenko, de 49 años, es la directora. Cuenta que acogieron a unas 400 personas, que se organizaron para tener comida y calor. Que había gente mayor, pero también familias de algunos de los alumnos del centro. “El día 3 de marzo, los rusos bombardearon el colegio y volaron las puertas y ventanas”, cuenta Fedorenko. Fueron cinco proyectiles de artillería. Las tropas invasoras, que se habían apostado en un pequeño instituto ―hoy agujereado como un queso gruyer―, sabían que había gente en el sótano. Pasaban por allí en ocasiones y abrían fuego. Mataron a un voluntario.

Alumnos del colegio de Nemishayevo, en la periferia de Kiev, bombardeado por tropas rusas al inicio de la guerra, en una de las clases del centro. / O. G.
Alumnos del colegio de Nemishayevo, en la periferia de Kiev, bombardeado por tropas rusas al inicio de la guerra, en una de las clases del centro. / O. G.

Fedorenko enseña fotos de cómo convivieron aquellas semanas. Se detiene con una mirada cargada de energía cuando ve la instantánea en la que aparecen los soldados ucranios que llegaron al rescate. A partir de ahí empezó una reconstrucción muy particular. Este centro ha trazado mucho de los caminos abiertos en Ucrania para la restauración de lo dañado. El Ministerio de Educación les cambió las ventanas; Unicef, la agencia de la ONU para la infancia, transformó el refugio en un centro subterráneo apto para mantener las clases en caso de alerta antiaérea. Y luego están las madres y padres de los alumnos que, con su dinero e iniciativa han arrimado el hombro. De ellos vino la idea de tapar cada uno de los cientos de balazos del exterior de las instalaciones con pequeñas estrellas.

Según los datos facilitados por Unicef, 5,3 millones de niños ucranios encuentran algún tipo de dificultades para acceder a la educación, por 3,6 millones afectados por el cierre de los colegios. “En cuanto apareció internet”, relata Fedorenko, “empezamos a localizar a los niños y profesores y comenzamos las clases online”. Quedaba ahora preparar el colegio para que los cerca de 600 alumnos inscritos asistieran de forma presencial. Con una condición impuesta desde Kiev: contar con un refugio. “Nuestra normalidad”, cuenta la profesora Olena Vorovitska, de 45 años, “es cumplir con las normas de seguridad y si hay alarma poder bajar al refugio”.

Los niños lo hacen en ocho minutos. Se llaman Tamerlan, de ocho años; Zarina, de 12; Sasha, de 13; Artem, de 11; Rima, de 12… En la superficie, la huella de la guerra de aquellos rusos que les encerraron en un sótano o les obligaron a huir ya casi ha desaparecido a través de un esfuerzo ímprobo de muchos actores diferentes. Abajo, el refugio es un espacio colorido, infantil, luminoso y seguro. No es ya aquel agujero oscuro que, no obstante, salvó tantas vidas. Aun así, a muchos niños sigue sin hacerles gracia tener que bajar. Piensan, dicen, que los misiles que vuelan tras las alertas antiaéreas pueden llegar “a donde vive la gente”. Otra vez.

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Sobre la firma

Óscar Gutiérrez (ENVIADO ESPECIAL)
Periodista de la sección Internacional desde 2011. Está especializado en temas relacionados con terrorismo yihadista y conflicto. Coordina la información sobre el continente africano y tiene siempre un ojo en Oriente Próximo. Es licenciado en Periodismo y máster en Relaciones Internacionales

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