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Incendio de Maui: tras el fuego, la furia y el dolor

Los residentes de Lahaina reclaman explicaciones por lo que consideran una incorrecta gestión del desastre. “Todo porque no sonaron las dichosas alarmas”, lamenta una residente cuya casa quedó reducida a cenizas

Un hombre observaba el sábado las ruinas de Lahaina.Foto: JAE C. HONG (AP) | Vídeo: EPV
Macarena Vidal Liy

“Desaparecido. Se agradecerá cualquier referencia”. “¿Ha visto a estas personas? Por favor, llámenos”. Los carteles fotocopiados en la pared del centro de reparto de asistencia a los evacuados de Lahaina son una sucesión de gritos de ayuda. Han pasado 11 días del incendio, que dejó al menos 114 muertos y arrasó esta ciudad, centro económico y cultural de la isla hawaiana de Maui, y continúa la búsqueda de desaparecidos y cuerpos entre los escombros. Y los supervivientes, mientras esperan y tratan de asumir el dolor y el alcance de la devastación, exigen explicaciones sobre una gestión del desastre que ha suscitado numerosos interrogantes.

El incendio, el más mortífero en más de un siglo en Estados Unidos, comenzó el martes 8 de agosto en una ladera de las montañas sobre Lahaina y se propagó a toda velocidad, alimentado por los vientos de un huracán lejano, que llegaron a los 130 kilómetros por hora, y una vegetación reseca. La violencia de las llamas tomó por sorpresa a gran parte de la población de 12.000 habitantes, que habían perdido el servicio de telefonía móvil y la electricidad. Muchos huyeron en el último momento, con lo imprescindible o menos, para encontrar un largo atasco en la única carretera que entra y sale de la localidad. Decenas de personas se echaron al mar en busca de refugio. Algunos escaparon a pie. Otros quedaron atrapados.

Aún no se ha podido establecer la causa del fuego. Una investigación independiente apunta a las chispas de los postes eléctricos derribados por el vendaval. Los residentes aluden también a la falta de presión del agua en las tomas antiincendios, que los expertos atribuyen a daños en las tuberías por el fuego. Y, sobre todo, se quejan de que no sonaran las sirenas del sistema de emergencias.

“Dicen que la vía para advertirnos eran las líneas de teléfono fijas. ¿Cuántos de nosotros tenemos una línea fija? A menos que tengas un negocio, nadie tiene ya líneas fijas. También dicen de los móviles. Pero llevábamos sin corriente todo el día, nuestros móviles estaban descargados y tampoco había servicio. La única manera de saber del peligro era a través de esas sirenas”, comenta, furiosa, Kim Camacho, maestra de infantil en la escuela Princess Nahi’ena’ena.

Como la mayoría de los residentes de Lahaina, Camacho tuvo que escapar a toda prisa. Cuando pudo regresar, su vivienda ya no era más que una alfombra de cenizas. De un plumazo, todas sus posesiones se reducían a su coche y una maleta. “No me di cuenta del incendio hasta que tuve a la policía en la entrada de mi casa. Conduje el coche alrededor de la manzana y todo estaba en llamas. Y todo porque no sonaron las dichosas sirenas”, cuenta en el centro de distribución ―el aparcamiento de un centro comercial que se salvó de las llamas―, mientras consuela a una de sus alumnas, cuya familia también lo ha perdido todo.

Otra cosa que agravó la situación, aparte de que no sonarán las sirenas, es que había tormenta. “Y cuando hay tormenta y se va la luz, estamos acostumbrados a dormir. No se puede salir a la calle, ¿qué otra cosa vas a hacer? Mi vecina de dos casas más abajo escapó por los pelos”, continúa Camacho, “si no llega a pasar la policía a avisarla, no se hubiera enterado”.

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El hasta ahora responsable de Protección Civil de Maui, Herman Andaya, defendía la semana pasada la decisión de no activar las sirenas. Según argumentaba, estos aparatos, colocados en la línea de costa, están pensados para avisar de posibles tsunamis. Su sonido hubiera podido hacer que los residentes hubieran escapado hacia la montaña, en dirección hacia el fuego, argumentaba Andaya. Una explicación que ha desencadenado la furia de los habitantes de Lahaina: “¡Subir montaña arriba, y salir desde ahí, era la única vía de escape! ¿Cree que somos tan estúpidos como para correr hacia el fuego?”, protesta Camacho. “Somos un poco más inteligentes que eso. Tenemos huracanes, tenemos tsunamis y tenemos sirenas, pero ya sabíamos que la ladera estaba ardiendo”, comentaba Keki Keahi, miembro de una coalición que reclama la participación de los residentes en los planes de reconstrucción de Lahaina.

Ante las protestas que ha generado el argumento oficial, Andaya presentó su dimisión con efecto inmediato el pasado jueves, aduciendo por “motivos de salud”.

Además del silencio de las sirenas, algunos residentes de la ciudad calcinada han denunciado que la policía había levantado barreras en los accesos a Lahaina y dirigía a los conductores hacia el paseo marítimo, que quedó colapsado. Los restos de esa calle, así como otras de su alrededor, aún están repletos de vehículos carbonizados.

Vehículos calcinados por el incendio en Lahaina fotografiados el 18 de agosto.
Vehículos calcinados por el incendio en Lahaina fotografiados el 18 de agosto. ANDREW MILLER (EFE)

“No sé qué hizo que cada acceso estuviera bloqueado. Algo de eso estuvo causado por el fuego”, alegaba ante la prensa el alcalde de Maui, Richard Bissen, durante una visita al centro de distribución de asistencia el viernes. “Nuestro cuerpo de bomberos perdió un coche en el incendio. Lo estaban combatiendo y quedaron rodeados. Otros vehículos también se incendiaron. La gente se bajó de sus coches y escapó. No creo que hubiera una sola causa para bloquear los accesos”.

La fiscal general de Hawái, Anne Lopez, ha anunciado la apertura de una investigación “imparcial e independiente” sobre la acción de los organismos oficiales en la prevención y gestión del desastre.

Una infraestructura eléctrica cuestionada

Está en entredicho también el papel de la compañía eléctrica hawaiana, a la que grupos de usuarios en Maui han demandado por negligencia y supuesta responsabilidad en el incendio. Los demandantes acusan a Hawaiian Electric de no haber interrumpido el suministro pese a las advertencias de que los vientos del huracán Dora podían derribar los postes y cables y provocar incendios.

Un vídeo grabado por un residente de Lahaina muestra cómo un cable caído provoca que comience a arder la hierba seca junto a una carretera en las afueras de la ciudad. Una firma independiente que examina los sensores de la red eléctrica informó de decenas de cortes del suministro en las horas previas al incendio. Uno de ellos en el mismo instante en el que otra grabación muestra un fuerte chispazo en el tendido eléctrico.

La compañía ha prometido colaborar en la investigación de Lopez y ha asegurado que examinará si su infraestructura pudo desempeñar un papel en la catástrofe. Según ha admitido el gobernador del archipiélago, Josh Green, requerirá “años” y “miles de millones de dólares” antes de que Lahaina vuelva a recuperar su esplendor. Su consejera delegada, Sheely Kimura, recordaba que la empresa no tiene un sistema para cerrar el suministro en caso de desastre natural: “En Lahaina, las bombas que suministran el agua se alimentan de electricidad. Eso era una necesidad vital en esos momentos”, apuntaba en una rueda de prensa la semana pasada.

Pero la eléctrica ya era consciente de que su infraestructura representaba riesgos. En un comunicado a la comisión de servicios públicos, el año pasado proponía reemplazar los postes antiguos por otros que resistieran mejor la fuerza del viento, y recortar la vegetación en torno a ellos, aunque calculaba que la sustitución tardaría años en completarse. El documento mencionaba a Lahaina como una zona prioritaria. Las acciones de la firma han retrocedido esta semana un 49% y la empresa de calificación de riesgo Standard and Poor’s ha rebajado su crédito al nivel del bono basura.

La falta de suministro eléctrico y del servicio de móvil en los días posteriores al incendio ha complicado también aclarar cuántas personas siguen desaparecidas. Sin posibilidad de comunicarse, muchos de los que escaparon quedaron registrados en distintas listas, cada una con centenares de nombres. Algunos funcionarios cifraron en un millar las personas en paradero desconocido. Los servicios de asistencia tratan ahora de unificar y actualizar esos listados.

En el centro de distribución de asistencia, la maestra Camacho termina de consolar a su alumna. “Cuando llegué aquí a enseñar en la escuela todo lo que tenía eran un coche y una maleta. Todos estos años después, ¿qué es lo que tengo? Un coche y una maleta. Vamos a estar bien, ya lo verás. Saldremos adelante. Lo hicimos una vez y volveremos a hacerlo”.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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