La mansión de Arcore, el templo de Berlusconi
Una legión de fans y curiosos se agolpa en la puerta de la casa del magnate, donde reposa su féretro. Allí, donde celebró las famosas fiestas ‘bunga bunga’, construyó un gran mausoleo para ser enterrado con sus allegados
Silvio Berlusconi amaba estar con sus amigos y con los suyos. El sentido de clan acompañó siempre la estructura que mandó construir hace 30 años en su mansión de Arcore, un mausoleo de inspiración masónica. Ni un símbolo cristiano. Solo formas circulares y triángulos esculpidos en mármol de Carrara por el artista Pietro Cascella, escultor de cabecera del magnate, con reminiscencias a la logia P2 a la que se afilió en 1978, donde compartiría eternidad con la familia, sus amigos cercanos, compañeros de correrías y quién sabe si algún futbolista del AC Milan. El lugar tiene unos 180 metros cuadrados y espacio para otras 30 personas. Y aunque el plan estaba claro, la ley italiana no parece muy favorable a que alguien pueda ser enterrado en el jardín de su casa. De momento, el féretro del magnate descansa en el interior de la mansión a la espera de ser trasladado el miércoles a la catedral de Milán para el gran funeral de Estado, al que se prevé que acudan unas 20.000 personas.
Berlusconi deseaba emprender su último viaje rodeado de íntimos como Marcello Dell’Utri (en libertad tras pasar cinco años en la cárcel por vínculos con la mafia), Fedele Confalonieri (consejero delegado de Mediaset, con quien cantaba en cruceros con 18 años), Gianni Letta (su poderoso jefe de gabinete y muñidor de todas las tramas políticas) y, seguramente, también Adriano Galliani (director general del AC Milan). Cuentan que llegó incluso a ofrecérselo con lágrimas en los ojos al periodista Indro Montanelli cuando todavía mantenían una relación cordial y el magnate acababa de comprar el diario Il Giornale. Mientras le mostraba el lugar, completamente alucinado y con las manos en los bolsillos, el periodista solo alcanzó a exclamar: “Domine, non sum dignus” [señor, no soy digno].
Ese extraño lugar, que no está claro si ahora será su nuevo domicilio, seguirá situándose dentro de los muros de la mansión de Arcore (a las afueras de Milán), principal torre de control de sus negocios y de su partido, Forza Italia. Los coches entran y salen. También operarios con coronas de flores que se dirigen al interior del palacio versallesco. Poco más puede verse, porque todo el recinto está rodeado de gigantescos abetos.
Este martes, un día después de su muerte, una legión de fans y curiosos seguían acercándose a las puertas del complejo para mostrar sus condolencias. “Mire, este hombre ha hecho más por Italia que ningún Gobierno. Y, además, era un hombre bueno que siempre ayudó a todo el mundo que lo necesitaba”, exclama Massimo Fidone, un hombre de 56 años que se define como votante de Forza Italia, milanista y, sobre todo, berlusconista.
La mansión de Arcore, como tantas otras propiedades de Berlusconi, pasó a formar parte del extenso patrimonio del magnate gracias a una operación buitre (al cineasta Franco Zeffirelli le hizo lo mismo con su villa romana). En este caso, aprovechó que en 1970 el marqués Camillo Casati mató a su mujer y su amante y luego se suicidó. La hija del asesino recibió una herencia que incluía aquella mansión del siglo XVIII y el tutor que le asignaron, Cesare Previti, le aconsejó vendérsela a un empresario entonces todavía poco conocido que le pagó una suma irrisoria. Ella, con tal de quitársela de encima, aceptó. El empresario, claro, era Berlusconi. Y Previti se convirtió luego en ministro de Defensa del Ejecutivo de Il Cavaliere.
La casa ha sido escenario de todo tipo de eventos. Políticos, sociales y, también, sexuales. En ella se celebraban las famosas fiestas bunga bunga, por las que Berlusconi tuvo que responder ante la justicia (él las llamaba fiestas “elegantes”). La marroquí Karima El Mahroug, más conocida como Ruby robacorazones, de hecho, se despidió de él en las redes sociales. “Adiós, presidente”, escribió junto a un icono de un corazón roto.
Pero Arcore ha sido siempre también una de las patas de su imperio. Berlusconi pasó la mayoría de los últimos tiempos recluido en su interior. La pandemia, y luego la leucemia crónica que sufría, le enclaustraron entre estos muros acompañado de su joven novia, la diputada de 33 años Marta Fascina. La mujer, obsesionada por un posible ataque nuclear ruso, tomó el control en los últimos tiempos de una de las facciones de Forza Italia bajo la legitimación le que otorgaba compartir techo con Berlusconi. Estos muros, sin embargo, perderán parte de su poder sin su principal inquilino.
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