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El soldado que dibuja desde las trincheras las penurias y esperanzas del ejército ucranio

“Un día, la artillería era brutal. Pero no dejé de dibujar, me calmaba”, asegura Ruslan Pijota, que se ha hecho célebre con unos cómics en los que retrata la vida en el frente de guerra

Ruslan Pijota, con una de las ilustraciones que realiza en una trinchera, en la provincia de Járkov.
Ruslan Pijota, con una de las ilustraciones que realiza en una trinchera, en la provincia de Járkov.Cristian Segura
Cristian Segura

Cuanto más peligro, más ganas tiene Ruslan Pijota de dibujar. Los dos meses que este soldado ucranio de 52 años pasó en el hospital, fueron los peores. “Creía que el descanso me ayudaría a ser más creativo, pero me faltaba estar en la trinchera, estar con los compañeros, me faltaba la inspiración”. Pijota fue herido en la pierna el pasado diciembre en Bajmut, en el frente más duro de la guerra en Ucrania. Volvió a primera línea con energías renovadas. Desde entonces, su popularidad como ilustrador de la guerra no ha hecho más que crecer.

Pijota es miembro de la 113ª Brigada Járkov de las Fuerzas de Defensa Territorial. Sirve en esta brigada de voluntarios, bajo órdenes de las Fuerzas Armadas ucranias, desde el 27 de febrero de 2022, tres días después de iniciarse la invasión rusa. Hasta que empezó la guerra, Pijota era responsable del diseño de libros tridimensionales infantiles en una imprenta. Toda su vida había dibujado, como aficionado. “Mientras en el colegio el resto estudiaba, yo dibujaba”, dice con una amplia sonrisa que no le abandona nunca. El 6 mayo de 2022, en el Día Nacional de la Infantería, el comandante de la brigada pidió a su soldado un dibujo para conmemorar la efeméride. Y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Lleva más de 100 viñetas, una obra sin pretensiones artísticas, pero con una relevancia excepcional como testimonio: algunas ya han sido mostradas en exposiciones y publicadas en medios de referencia ucranios. Pero su público más importante son sus camaradas.

“Cuando dibuja, Ruslan se va a su rincón, discreto. Luego nos muestra lo que ha hecho y nos reímos, lo compartimos. Para los ánimos de la compañía es muy importante”. Lo explica el comandante de su pelotón, que se presenta con su nombre en código, Mayor. Llevan combatiendo juntos desde febrero de 2022.

Tras meses combatiendo en Donetsk, el ejército los destinó el pasado febrero a una posición más tranquila, en la frontera entre la provincia ucrania de Járkov y la rusa de Bélgorod. La entrevista con Pijota se desarrolla en un laberinto de trincheras, a 1,5 kilómetros de la frontera. A esa distancia hay una aldea rusa, con sus calles desiertas y las unidades militares enemigas disparando su artillería. Las instrucciones del pelotón para los periodistas son claras: en caso de bombardeo hay que tirarse al suelo y no entrar en los campos de alrededor porque están llenos de minas.

En una guerra hay muchas horas muertas, sin acción. Si no llueve, el lugar favorito de Pijota es una mesa que su unidad ha improvisado con planchas de madera y cajas de munición. Desde allí ve a lo lejos territorio ruso, campos de girasoles y de colza que dejaron de cultivarse. Se queda absorto mientras hace esbozos sobre el papel, ajeno a las nubes de mosquitos que revolotean a su alrededor.

Mayor asegura que su viñeta favorita de Pijota es una en la que aparece un compañero que falleció en combate, un tipo que estaba convencido de que si se cubría con un paraguas, los drones de reconocimiento rusos no le detectarían. Mayor y Pijota recuerdan al soldado caído con una sonrisa llena de cariño. “El sistema de camuflaje de Smakolik es propiedad de las Fuerzas Armadas ucranias y está prohibida su exportación”, reza la viñeta que dibujó Pijota. Smakolik [“pequeño dulce” en ucranio] era el nombre de guerra del soldado muerto. “Lo curioso es que el paraguas impide ver con las cámaras térmicas de los drones, es un hecho”, añade Pijota.

Pijota dibuja a un compañero en la posición ucrania que defienden en la frontera con Rusia.
Pijota dibuja a un compañero en la posición ucrania que defienden en la frontera con Rusia.Cristian Segura

Pijota solo vio a su familia una vez en los primeros seis meses de guerra. Desde el pasado febrero, solo ha vuelto una vez a casa. En este tiempo ha tenido una nieta y todavía no la ha podido coger en brazos. Pero él no deja de sonreír. Contagia optimismo pese a que admite que hay situaciones que no puede dibujar porque le remueven demasiadas emociones. Pone como ejemplo el día que la artillería rusa atacó su posición cerca de Bajmut. Apareció un dron de reconocimiento ruso para comprobar si quedaban soldados vivos. Pijota se hizo el muerto, contando cada segundo, hasta que la aeronave marchó.

Dice Pijota que los mejores dibujos le salen cuando está empotrado de espaldas en el refugio de la trinchera mientras retumba la superficie con explosiones y finos ríos de tierra caen sobre sus hombros y sobre el bloc de dibujo. Su experiencia más productiva fue resistiendo un asedio enemigo en Dolina, un pueblo en la región de Bajmut. Su compañía tenía que defender la posición en un edificio. “Un día, el fuego de artillería fue tan brutal que sinceramente creíamos que moriríamos. No dejé de dibujar, me calmaba”: “Dibujar me ayuda psicológicamente, mucha gente sufre trastornos mentales, a mí me ayuda a mantenerme estable”.

Mensajes patrióticos y escenas satíricas

En su obra hay mensajes patrióticos y heroicos, pero también escenas satíricas que retratan las miserias comunes. En una viñeta aparecen, por arriba, soldados saltando un muro con la agilidad de un joven de 20 años. Por abajo se muestra la realidad: hombres de su unidad, de más de 40 y 50 años, resoplando, ayudándose entre ellos para superar con dificultades el mismo muro.

Hay personajes en sus cómics que parecen salidos de la imaginación de Pijota, pero que surgen de experiencias reales. En una escena, una vaca, un cerdo, unos perros y un gato siguen a un soldado. “Esos animales existieron, iban en grupo por la zona de Bajmut siguiendo a los militares para que les dieran de comer, era una pandilla de lo más extraña, pero era real”, asegura Pijota.

Gran parte de su obra es burla y rabia contra el invasor. Dice conocer bien al enemigo porque su estructura ha cambiado poco desde la Unión Soviética, sigue el mismo sistema jerárquico, la misma mentalidad, falta de adaptación táctica y el mismo equipamiento. Él sirvió en el ejército soviético, entre 1989 y 1991, en un regimiento aerotransportado: “Me sirve para entender por qué actúan de una manera u otra, para aprovechar sus debilidades”.

Pijota también dibujaba, por entonces, caricaturas de la vida cuartelaria y de los ejercicios militares. “Aquello y lo de ahora son obras totalmente diferentes, en todo”, dice. Para demostrarlo, envía 17 dibujos digitalizados de su paso por el Ejército Rojo. La mayoría son escenas de tensión con oficiales autoritarios y del miedo en los saltos en paracaídas. Hay pocas muestras de camaradería entre aquellos reclutas, nada que ver con sus dibujos actuales. También tiene hoy un trazo más maduro. Pijota cita dos influencias principales en su autoaprendizaje: el ilustrador y músico ucranio Yurii Zhuravel, contemporáneo suyo, y Alberto Durero, el genio del Renacimiento alemán. “De Durero he aprendido a captar detalles y utilizar las diferentes tonalidades que puede tener una sombra”.

Pijota también ha expresado con el lápiz cómo se imagina el final de la guerra: sentado en una playa de Crimea mirando al mar, tras liberar la península ocupada por Rusia desde 2014. El soldado aparece solo y de espaldas, descalzo, con las botas a un lado. “En la guerra siempre llevas las botas. Por eso, para mí, quitármelas sería el símbolo de que la lucha ha acabado”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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