Silvia Vásquez-Lavado, escalar el Everest para salvarse del alcoholismo y la violencia sexual
La montañista ha recogido su experiencia en un libro que acaba de presentar en Perú, país del que huyo en los años noventa. Hollywood quiere contar su historia
Quienes han estado a más de ocho mil metros sobre el nivel del mar —y han regresado para contarlo— se han enfrentado a una ironía: mientras estás sentado la cima del mundo, estás muriéndote. La presión atmosférica desciende, la respiración se agita, el cansancio invade, se entumecen las mejillas y los pies, y la piel está al filo de congelarse. Ser montañista es debatirse entre la gloria y la supervivencia. Siempre con el tiempo en contra. Y con un sueño por el cual estar dispuesto a morir.
Silvia Vásquez-Lavado (48 años) ha pasado sus últimos veinte años corriendo ese riesgo. No por fama, asegura, sino para liberarse de sus demonios. Cuando ascendió hasta la cumbre del Everest en el 2016 y la noticia cobró revuelo en Perú —el país donde vivió hasta los dieciocho años para marcharse a los Estados Unidos en 1992 para estudiar becada en una universidad— por su condición de mujer gay, ella había aprendido como un mantra que el pico más alto de la Tierra no fue creado para ser conquistado sino para abrazar su majestuosidad con humildad y respeto.
“Es un espíritu al que hay que honrar. Considero al Everest como una madre”, reflexiona Vásquez Lavado, desde el Cerro San Cristóbal, el mirador de Lima. Estamos a 400 metros sobre el nivel del mar y, sin embargo, la ciudad se ve tan diminuta. Una jungla de hormigas y automóviles en miniatura desplazándose. Cómo será desde la cordillera del Himalaya. Mucho más que indescriptible. A esa altura es imposible mirar abajo, porque el abajo no existe. Está tapado por las nubes. Solo se escuchan sonidos: el aire que abofetea y el crujido de las avalanchas.
Desde hace un par de semanas, esta mujer de cabellos alborotados color plata se encuentra en Perú promocionando la edición en español de El abrazo de la montaña (Planeta), la obra testimonial que escribió durante la pandemia como un ejercicio terapéutico y que se publicó originalmente en inglés. Ella suele decir que son tres libros en uno: una aproximación al montañismo, la comunidad que integró para ascender al Everest, y su historia personal, cargada de autodestrucción. Su tendencia al alcoholismo se apoderó de ella al detonar tres cuestiones: descubrir y aceptar que le gustaban las mujeres, la agresividad con la que había sido tratada por su padre, y recordar los abusos sexuales que sufrió de un amigo de la familia cuando era una niña.
“El problema de muchos sobrevivientes es que somos como una bomba de tiempo andante. La coincidencia macabra es que en algún momento de mi vida acabé trabajando en una compañía de vodka”, cuenta Silvia Vásquez-Lavado, quien despertó varias veces en hospitales intoxicada por haber bebido hasta la inconsciencia, chocó un autobús por su estado de ebriedad y estuvo presa por ello, y alguna vez su departamento casi se incendia porque dejó la estufa prendida. De hecho, cuando bajó del Everest tomó licor durante dos días seguidos. Era su forma de celebrar, aunque estuviese haciéndose daño.
Hasta que se hizo miró frente al espejo y se hizo una promesa: “Silvia, si vas a escribir este libro, vas a tener que estar sobria el resto de tu vida”. Si bien no siguió el método de los doce pasos que recomiendan los alcohólicos anónimos, llevó terapias, entre ellas una centrada en la autocompasión. Está venciendo la batalla: en julio cumplirá cinco años sin probar alcohol. “Ni aunque me traiga un pisco de Marte (risas) lo probaría. ¿Para qué? Lo que revolucionó en mí fue entender que si solo te tienes a ti, tú también puedes darte amor y perdonarte”, cuenta.
Un episodio vital de ese proceso de sanación fue su primer acercamiento a la ayahuasca, esa planta milenaria que te revela quién eres en el caso que te hayas preparado a conciencia para recibirla. Fue gracias a una revelación de la ayahuasca que Silvia sintió el impulso de escalar. Comprendió que necesitaba quedarse sin aliento ascendiendo y descendiendo por cumbres para obtener grandes lecciones. En el 2006 coronó el Kilimanjaro, en Tanzania. Al año siguiente, el Elbrus, en Rusia. En el 2014, el Aconcagua en Argentina. En el 2015 fueron tres picos: el Kosciuzko en Australia, el Jaya en Indonesia, y el Macizo Vinson, la montaña más alta de la Antártida; y en el 2016 el Everest, en Nepal.
En muchas ocasiones la muerte la ha rondado. “Hasta aquí llegué. Este es el final”, se ha repetido. Le pasó en el 2017 cuando trepó el volcán Acatenango en Guatemala y sobrevivió a una tormenta. De la expedición, fallecieron seis y se salvaron dos. Le ocurrió otra vez en el 2021, a unos meses de la presentación de su libro, cuando llegó a la cima del nevado Coropuna, en Arequipa, y la presión comenzó a bajarle. “Mi primera montaña peruana y me voy a ir. La culpa era mía: no la había estudiado lo suficiente y me mandé. Me daba una cólera porque me iba a perder el lanzamiento del libro. Regresaré como Gasper (risas)”, se dijo. Por fortuna otras montañistas le dieron calor. Allá arriba, cuando la helada comienza a apagar tu cuerpo lentamente, lo que urges es azúcar y abrazos. Silvia comió chocolates, se sintió abrigada y, finalmente, se recuperó.
En el 2017, en su primer aniversario del Everest, recibió un regalo de la montaña: le encontraron un tumor cerebral, en la base del cerebelo, después de haber sufrido un accidente con su bicicleta en San Francisco, donde reside. El médico le ha prohibido escalar. Pero ella, que el año pasado volvió a experimentar sesiones de ayahuasca, siente que todavía le esperan varias misiones en las montañas. Regresar al Everest es una de ellas.
Hace varios años que la vida de Silvia Vásquez-Lavado ha llamado la atención de Hollywood. La cantante y actriz estadounidense Selena Gómez está interesada en interpretar a Silvia y llevar su historia a la pantalla. Después de un par de versiones del guion, cuenta la montañista que ya no sería un largometraje, sino más bien una serie por streaming. Están por tomar esa decisión. Mientras tanto, ella busca aliadas. La semana pasada se reunió con la ministra de la mujer, Nancy Tolentino en su despacho. Su deseo es realizar conversatorios en los barrios de Lima sobre la vergüenza y el empoderamiento. Le afectan los diversos casos de violencia contra la mujer que copan los noticieros a diario. Indudablemente, otra de sus misiones pendientes.
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