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Las protestas por las pensiones en Francia dejan muy lejos el optimismo del 68

El periodista Laurent Joffrin, autor de un libro sobre el Mayo francés, y Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes de aquella revuelta, comparan la esperanza de los manifestantes de entonces con el pesimismo de los de ahora, 55 años después

Manifestacion Paris Francia
Una joven portaba una pancarta en la que relacionaba la protesta de ese día contra las pensiones con Mayo del 68.samuel aranda
Antonio Jiménez Barca / (ENVIADO ESPECIAL)

Son dos épocas distintas, casi irreconocibles entre sí. Pero no es raro, en las manifestaciones contra la reforma de las pensiones de Emmanuel Macron, encontrar jóvenes y no tan jóvenes que enarbolan carteles en los que relacionan la protesta actual con la de Mayo del 68. Desfigurada por su propia mitología, la vieja revuelta estudiantil cumple este mes 55 años. ¿Es una referencia vacía? ¿Son equiparables en alguna medida las dos protestas? ¿Tienen razón esos carteles de ahora?

El periodista y escritor Laurent Joffrin, exdirector del periódico Libération y de la revista semanal Le Nouvel Observateur, tenía 15 años cuando estalló el Mayo francés. La revuelta le pilló en su liceo parisino y participó, junto con algunos compañeros, en un comité escolar que, empujado por la inercia reivindicadora que se respiraba en el país, consiguió tres cosas que los alumnos llevaban tiempo pidiendo: que les dejaran fumar en los pasillos, que les dejaran ir con el pelo largo y que retiraran los estrados de la mesa del profesor. Vio las barricadas desde lejos debido a su edad, pero nunca dejó de interesarse por lo que pasó ese mes y ese año. En 2008 le consagró un libro: Mai 68, une historie du mouvement. (Mayo del 68, una historia del movimiento). Para él, entre aquel tiempo y las protestas de las pensiones, hay algo en común: “Existe en Francia una tradición de revueltas populares. Todos nosotros sabemos, porque lo aprendemos en la escuela, que la República nació de una de estas revueltas. Hay, tal vez, otra cosa en común: las críticas a la violencia policial, que también se dieron entonces”.

Pero aquí acaban las similitudes. Para Joffrin existe una diferencia de raíz: “Es verdad que en el 68 jugábamos a la revolución, sin hacerla de verdad. Había un lado teatral. Pero también había algo festivo, porque en el 68, el mundo, nosotros, creíamos en la idea del porvenir, creíamos que el porvenir iba a ser mejor. Se trataba de conquistar cosas”. Y añade: “No teníamos miedo. Ahora, las manifestaciones, las protestas, son a la defensiva, para conservar lo adquirido. La gente lucha porque ve que el porvenir es negro, sombrío, complicado, mucho peor. Los jóvenes tienen miedo, se sienten angustiados. El cambio climático, la falta de empleo, de perspectivas… Nosotros, entonces, no teníamos miedo. Era más fácil ser revolucionario entonces”.

Antes, los comunistas; ahora no hay modelos a seguir

Para Joffrin hay otra diferencia radical que hace de esta época algo más difícil: “Entonces estaban los modelos comunistas, el sistema capitalista no era el único que existía. Y eso daba la idea de que otro mundo era posible y que uno podía acercarse a él. Y ahora, pues no hay más modelos. Hemos visto que los países comunistas no funcionan, que Venezuela es un desastre. Ahora nos conformamos, como ya he dicho, con la idea de conservar, de evitar la caída”. El exdirector de Libération recuerda que, después de las revueltas de Mayo del 68, los obreros consiguieron mejores condiciones de trabajo y un aumento del 10% del salario. “Y ahora, pues han perdido, porque ni siquiera han logrado la retirada de la reforma de las pensiones”, agrega el periodista francés.

Un policía contemplaba los destrozos tras una jornada de Mayo de 1968 en París.
Un policía contemplaba los destrozos tras una jornada de Mayo de 1968 en París. AP

Si alguien personifica Mayo del 68 es el más famoso líder estudiantil de la revuelta, el ahora político ecologista Daniel Cohn-Bendit. Su figura juvenil se asocia tanto a las barricadas parisinas que él confiesa que detesta hablar de ello desde hace mucho. Con todo, apunta una diferencia a su juicio evidente entre el estallido de hace 55 años y las protestas anti-Macron. “Entonces hubo una huelga general seguida por millones de trabajadores franceses. Francia se paralizó. Ahora los sindicatos son incapaces de organizar una huelga general. Lo que hay es una huelga de funcionarios, que se nota en el sector de transporte, un poco en el bloqueo de las refinerías… Es decir, hay una gran parte de la población que no está de acuerdo con la ley, pero que luego no dice: ‘Vamos para allá”.

En referencia a los jóvenes que llevan carteles o que gritan frases relativas a Mayo del 68, asegura: “Es un espejismo, un sueño, una comparación imposible, fuera de realidad. En el 68 se pensaba en la sociedad del mañana. Hoy, todo esto es un movimiento pesimista”. Y añade: “La cuestión de jubilarse dos años después no es una cosa de vida y muerte. Hay, evidentemente, algo más detrás de todo esto, de toda esta gran protesta. Después del coronavirus, de que durante los últimos años hayamos visto que el socialismo no existe ni tampoco la vida del más allá, la religión, la jubilación se ha vuelto de pronto una especie de paraíso, de tiempo dorado en que por fin seremos completamente libres. Por eso, que nos roben dos años de ese paraíso, de pronto se convierte en algo muy importante. Pero también todo esto es un espejismo”.

“Lo que refleja todo este movimiento de la reforma de las pensiones es la angustia de este tiempo, que tiene que ver con la enfermedad, con el cambio climático, con el trabajo, con la insatisfacción en el trabajo. Ese ha sido el error de Macron. Debería haber hecho una ley para reformar y mejorar ciertas condiciones de trabajo y, solo después, abordar lo de las pensiones”, explica. Y concluye con una pregunta: “En Mayo del 1968 yo tenía 23 años. ¿Usted cree que me importaba algo la jubilación?”.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca / (ENVIADO ESPECIAL)
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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