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Ucrania se vuelca en honrar a sus muertos y reivindicar su resistencia en el aniversario de la guerra

“El mundo no se olvida de nosotros. Si nuestros aliados hacen su trabajo, la victoria es inevitable”, asegura Zelenski

El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, en la ceremonia oficial por el primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania, este viernes en Kiev. Foto: DPA VÍA EUROPA PRESS | Vídeo: EPV
Luis de Vega (Enviado Especial)

Ucrania ha rendido homenaje a los caídos en el primer aniversario de la gran invasión rusa del país, que comenzó el 24 de febrero de 2022. Mientras la guerra no acabe, y esa posibilidad no se atisba próxima, esta fecha queda marcada extraoficialmente a fuego como el nuevo día de los difuntos. La muerte es un drama cotidiano que ocupa un lugar preferente en la vida de un país en guerra. De norte a sur y de este a oeste, los honores se han extendido este viernes en forma de flores, plegarias, cánticos y lágrimas. Mientras, las autoridades de Kiev y de Moscú ofrecen cifras de sus bajas que no son las reales.

En la guerra, las cifras son también armas en manos de cada bando, que las usa para favorecer su causa. En medio de esta incertidumbre sobre el impacto humano real, fuentes de inteligencia occidentales calculan que las muertes ascienden al entorno de 25.000 o 30.000 en el lado ucranio y unos 100.000 en el ruso. Otras fuentes elevan el número de víctimas ucranias.

El presidente Volodímir Zelenski, convertido en una influyente figura de la política mundial al liderar la resistencia de su país, recibió, coincidiendo con el aniversario en Kiev, al primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki. El mandatario del país vecino viajó acompañado de la primera entrega de tanques Leopard 2 de fabricación alemana que Ucrania lleva meses reclamando y que también recibirá de España. Zelenski, aunque no deja de pedir más y más armas, ha agradecido la ayuda recibida de sus aliados a lo largo de estos meses, pues ese apoyo es lo que les ha permitido frenar el intento del presidente ruso, Vladímir Putin, de tomar el control del país y colocar a un Gobierno títere. “El mundo no se está olvidando de Ucrania. Eso nos permite mantenernos fuertes, invencibles”, ha agradecido. “Si todos nuestros aliados hacen su trabajo, la victoria es inevitable”.

Las fotos de ocho de los asesinados a manos rusas en Bucha lucen sobre un centro de flores rojas en una de las paredes exteriores del que se convirtió en cuartel del ejército del Kremlin en esta localidad a las afueras de Kiev. Natalia Verbova, de 50 años, acaricia la primera de esas imágenes. Es la de Andrii Verbovii, su marido. Le acompañan, entre dos banderas nacionales, Vitalii Karpenko, Denis Rudenko, Sviatoslav Turkovskii, Anatolii Prikhidko, Andrii Dvornikov, Andrii Matviichuk, Valerii Kotenko. Este último es el que los acogía en su vivienda en las primeras horas de ocupación de Bucha, cuando, según los familiares han sabido por la policía, un joven les delató.

El grupo fue capturado el 4 de marzo, como muestra la grabación de una cámara de la calle conseguida por el diario The New York Times. Fueron asesinados ese mismo día, según han resuelto las investigaciones, aunque al principio se pensó que había sido el 5 de marzo, la fecha de fallecimiento que figura en todas las fotos. Los cadáveres, alguno maniatado según las fotos de la agencia Associated Press, permanecieron en el mismo sitio hasta un mes después, cuando las tropas invasoras tuvieron que replegarse, dejando un rastro de muerte y brutalidad tras de sí. Es ahí mismo donde los familiares han erigido la ofrenda floral y donde este viernes les han recordado en un acto sencillo pero emotivo. Alguno de ellos muestra en la pantalla del móvil fotos de los cuerpos desparramados en el mismo punto sobre el que ahora tiene sus pies.

400 víctimas civiles en un mes de ocupación

Más de 400 civiles perdieron la vida en Bucha en el mes largo de ocupación y pesadilla. Algunos fueron, según los primeros indicios, torturados y asesinados a sangre fría. La calle Yablunska, en cuyo número 144 se halla el edificio tomado como centro de mando por los rusos, apareció regada de cadáveres cuando estos pusieron pies en polvorosa tras fracasar en su intento de tomar Kiev. “Es muy difícil asumir lo ocurrido. Los cuerpos tenían rastros de tortura. Es una pesadilla también saber que permanecieron aquí durante un mes. Estuvimos buscándolos con la esperanza de que estuvieran vivos”, lamenta Natalia.

Junto a ella, Oleksander, de 68 años y padre de Sviatoslav Turkovskii, otro de los ocho asesinados. “El 23 de febrero mi hijo había cumplido 35 años y el 24 comenzó la invasión. Ese día me llamó y me dijo que le habían liberado del trabajo para integrar la defensa territorial. El último contacto que tuve con él fue el 4 de marzo, que me mandó un mensaje por el móvil diciendo que estaban escondidos en casa de Valerii Kotenko. Me dijo que no le llamara, que no podíamos vernos”, rememora el padre.

En el cementerio de la localidad, un sacerdote rezó un responso mientras varias familias de militares muertos en combate atendían con flores que depositaron después sobre sus tumbas. De fondo, algunos llantos y el sonido del viento helador, que hace flamear las banderas y los plásticos que envuelven algunos de los ramos. Tras entonar el himno nacional, cada uno se dirige a la tumba de su ser querido.

Anastasiya, de 27 años, no quita ojo de la foto de su marido, Yurii, muerto a los 28 años el pasado agosto en Marinka (región de Donetsk, en el este de Ucrania). Acompañada por sus suegros, la joven explica que tiene un hijo, Iván, que la víspera ha cumplido 10 años y que no deja de recordar los mejores momentos que vivió con su padre. “Hoy es un día muy doloroso. El 24 de febrero del año pasado se nos rompió la vida en dos. Y se nos rompió una segunda vez con la muerte de mi marido”, señala Anastasiya. “No puedo sentir más dolor, pero siento también lástima por el resto de víctimas”, añade.

En Kiev, varios hombres vestidos de militar y varios grupos de mujeres acuden a depositar flores en el muro que recuerda a los caídos desde que la guerra comenzó en 2014 en el este de Ucrania. Sus rostros, miles, se van añadiendo al muro que flanquea el monasterio de San Miguel de las Cúpulas Doradas. Hasta allí se dirige Olha, de 40 años, con un ramo con los colores de la bandera nacional, azul y amarillo. Uno de los retratos es de su marido, Iván, que murió cerca de Bajmut (región de Donetsk) hace cuatro meses. “Está muriendo mucha de nuestra gente, de nuestros soldados y de nuestros niños. Esperamos cada día la victoria. Puede que sea mañana, hoy…”.

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Sobre la firma

Luis de Vega (Enviado Especial)
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.

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