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El conflicto de Casamance se resiste a morir en Senegal

La insurgencia independentista del sur senegalés cumple 40 años con un puñado de rebeldes atrincherado en el bosque y sin paz definitiva a la vista

Senegal
Miembros del MFDC durante la liberación de siete soldados senegaleses en Baipal (Gambia) el pasado 14 de febrero.MUHAMADOU BITTAYE (AFP)
José Naranjo

El 26 de diciembre de 1982, una manifestación que reclama la independencia de Casamance, región del sur de Senegal, recorre las calles de la ciudad de Ziguinchor. Al llegar al palacio del gobernador, varios jóvenes bajan la bandera nacional e izan una tela blanca. La violenta represión de aquel acto, con un puñado de muertos y decenas de detenidos, provoca que cientos de jóvenes cojan las armas y se adentren en el bosque. Algunos siguen allí. Este lunes se cumplieron 40 años de una de las rebeliones más antiguas de África, un conflicto de baja intensidad que ha provocado unos 5.000 muertos y decenas de miles de desplazados en una región llena de árboles gigantes, bosques sagrados, antiguas tradiciones animistas y un dédalo de islas rodeadas de misterio.

Cinco jóvenes caminan por el centro de Ziguinchor rumbo a la universidad Assane Seck y pasan junto a las máquinas que trabajan en la reparación de unas calles próximas. A sus espaldas, el ferry Aline Sitoé Diatta, que une a esta ciudad con Dakar, capital del país, toca la sirena para anunciar su llegada a puerto. Muchas cosas han cambiado en cuatro décadas, pero la rebelión del Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance (MFDC) se resiste a morir. “Había razones objetivas, ligadas a la identidad, a la sensación de abandono y la gobernanza, que empujaron a muchos a unirse”, asegura Ndeye Marie Sagna, presidenta de la asociación regional de mujeres por la búsqueda de la paz Kabonketoor, “pero las cosas fueron muy lejos, se mataban hermanos entre sí”.

Este colectivo nació en 1999 para romper el tabú de hablar sobre el conflicto y recomponer el tejido social. “Había muertos, desaparecidos, violaciones, pueblos arrasados, minas antipersonas. En nuestra cultura las mujeres desempeñan un papel mediador fundamental y decidimos dar un paso adelante”, añade Sagna sentada en una mesa del hotel Le Perroquet con vistas al río Casamance. Todos los presidentes de Senegal desde entonces, Abdou Diouf, Abdoulaye Wade y ahora Macky Sall, prometieron acabar con el conflicto. Se firmaron diversos acuerdos de paz, pero la muerte en 2007 del padre Augustin Diamacoune Senghor, religioso fundador del MFDC, dividió el movimiento en varias facciones y complicó aún más las cosas.

“El Gobierno ha estado usando la táctica del palo y la zanahoria”, explica Paul Diedhou, profesor universitario y experto en el conflicto, “trata de negociar con alguna de las facciones en su estrategia de dividirlos y juega la baza del desarrollo de la región, pero a la vez deja que el tiempo pase para que la rebelión muera por agotamiento y ataca de vez en cuando las bases rebeldes con la excusa del cultivo de marihuana o la tala ilegal”. Pese a todos los intentos por apagar el fuego, las brasas del MFDC siguen vivas. En enero pasado se produjo la última escaramuza: murieron dos soldados senegaleses y un rebelde y siete militares fueron secuestrados y luego liberados. Dos meses más tarde, el Gobierno bombardeó las bases rebeldes y unas 10.000 personas huyeron a Gambia.

El MFDC está muy tocado, pero vivo. Cuenta en la actualidad con dos grupos activos, el de Salif Sadio al norte de la región, con quien el Gobierno alcanzó varios acuerdos en la década pasada gracias a la mediación de la comunidad de San Egidio, y, al sur, el de César Attoute Badiatta. Sin embargo, la última escaramuza con los hombres de Sadio ha hecho bascular los intentos negociadores hacia la otra facción. El pasado 4 de agosto una delegación gubernamental y el propio Badiatta firmaron un nuevo acuerdo de paz en Guinea-Bisáu tras la interlocución del presidente de este país, Umaro Sissoco Embaló. A pesar de ello, desde entonces nadie ha movido ficha y la chispa puede volver a saltar en cualquier momento.

En Usui, un pueblo de la Baja Casamance, el rey tradicional Sibiloumbay Dhiedhou ha desempeñado un papel clave para mantener la precaria paz. “Convoqué a los jefes de la rebelión y a los militares y les dije que había mucha gente que había huido y habían dejado atrás sus tierras, que tenían que dejar la guerra. También recé a los fetiches, esa es mi labor. Desde entonces aquí apenas ha habido incidentes, pero el peligro no ha pasado. No sé cuándo va a terminar esto, espero que pronto”, asegura este líder comunitario, sentado a la sombra de una frondosa vegetación. Las tierras fértiles y el abundante agua de Casamance, así como sus espectaculares paisajes y su cultura ancestral, atraen al turismo, pese a que durante años fue declarada zona roja por el conflicto.

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El enorme apoyo con que contaban los rebeldes en los primeros momentos de la insurrección se ha ido diluyendo con el tiempo. Algunos de ellos se dedican al robo y al pillaje, lo que disgusta a los habitantes de una región que quiere salir adelante. “Aunque sigamos pensando que tenían razón en muchas cosas, casi nadie defiende ya la vía armada”, comenta Ndeye Marie Sagna, “todo evoluciona y cambia. La cuestión ahora es hablar, buscar una salida. No puedes arrinconar a las personas, tenemos que darle la oportunidad de salir del bosque de manera honorable. Luego discutiremos sobre su reintegración a la sociedad”.

Para el profesor Diedhou subyacen otros peligros. “El riesgo es la instrumentalización política del conflicto”, comenta en su despacho de la universidad Assane Seck. El actual alcalde de Ziguinchor es nada menos que Ousmane Sonko, el principal opositor al actual presidente Macky Sall y uno de los grandes candidatos en las elecciones presidenciales de 2024. Su padre es de Casamance y él mismo pasó parte de su infancia en esta región. “Algunos pretenden asociar la imagen de Sonko al conflicto y encontrar un vínculo entre ambos. Esto no puede traer sino regionalismos y problemas étnicos”, añade el experto. “Aún hay gente que no ha podido volver a sus casas y muertos que buscan justicia. La paz está al alcance de la mano, pero hay mucho que hablar. La herida sigue abierta”, concluye.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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